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Transcripción de la conferencia del filósofo y
escritor Eugenio Trías el 6 de mayo de 2002
Yo he procurado formalizar estas rutas posibles de la filosofía.
Rutas en las que se plantean cuestiones como la religión,
tan acuciantes hoy día, cuando hablamos del choque de
civilizaciones; hoy que empezamos a comprender la variedad de
culturas que protagoniza la época en la que vivimos, tiempo
en el que efectivamente coexisten de una manera contradictoria
pero sugestiva e inquietante la unidad en términos ecuménicos,
lo que entendemos por globalización, y la diversidad
cultural; hoy que las raíces religiosas de estas culturas
cada vez son más determinantes para bien, en la medida
en que nos permiten reconocer uno de los signos de identidad
de toda cultura, y para mal, en el sentido de que provocan abundantes
guerras, conflictos y todo tipo de violencia en general que tenga
precisamente en la religión tanto su raíz como
su origen. Y lo mismo podríamos decir del arte, asunto
siempre pendiente y que en cierta manera nos importa desde todos
los puntos de vista puesto que forma parte de nuestra formación,
de lo que Schiller denominaba formación estética
del hombre; que en el fondo siempre apunta a una cierta utopía
y que sin embargo, en los tiempos que corren, está cuestionado
en muchos aspectos, al menos tal y como lo entendemos desde mediados
del siglo XVIII, tanto en la práctica de los artistas,
en sus formas de creación en los campos diversos en que
dicha creación se manifiesta, como en las reflexiones
teóricas que al respecto se pueden hacer.
Y de la misma manera en que se manifiestan
el reto de la religión, que nos obliga a pensarla, y el
reto de la expresión artística y de la creación,
que nos obliga a afinar nuestros conceptos respecto a la estética
de las artes, existe, como ya he mencionado, otro gran reto de
la filosofía: el uso práctico que esa filosofía
puede tener en la medida en que puede iluminar nuestra conducta,
en que puede darnos modos de orientación de esa conducta.
A este respecto siempre sugiero que, para que esa ética
-porque de una ética se trata, insisto- se pueda elaborar,
es muy importante tener claridad de conceptos, lucidez respecto
de aquello que para mí es la identidad misma de la filosofía,
lo que le da su peculiaridad: la capacidad de la filosofía
para ser la representación de la inteligencia, la figura
que la inteligencia se da a sí misma, y para responder
a una época y a un contexto determinados, como decía.
Ésta es la mejor manera de saber si hay o no filosofía,
si realmente una filosofía puede elaborarse como propuesta
o no y por tanto la prueba definitiva no sólo de su consistencia,
sino también de la de algo muy importante para todos nosotros:
la posibilidad de una ética en cierto modo universal o
ecuménica, que de no pasar esa prueba entra en barrena,
fracasa como ética de la inmensa variedad cultural y como
ética de las formas personalizadas, ya que en última
instancia la unidad más significativa es la persona,
entendida etimológicamente como la máscara
a través de la que resuena una voz que nos permite localizar
un estilo propio. Por eso es, quizá, el mayor reto de
todos.
Pues bien, esta reflexión sobre
lo que somos, sobre nuestra propia condición, es la que
de algún modo incita al pensamiento filosófico
a constituirse como reto. En mis últimos libros, ha sido
precisamente la ya mencionada noción de límite
la que me ha servido para orientar la propuesta acerca de lo
que somos. Yo apunto la idea de que nuestra condición
es fronteriza, de que se ilumina desde esta noción de
límite que debemos pensar y entender en un sentido muy
particular. A este respecto, siempre evoco y recuerdo lo que
los romanos denominaban limes, que no era una línea
evanescente, como la del horizonte que circunscribe el ámbito
visual, sino un territorio. Cierto que se trataba de una franja
oscilante, llena de precariedad, entre lo de acá y lo
de allá, entre lo que circunscribía el ámbito
imperial romano y lo que constituía lo extraño,
lo extranjero, lo bárbaro. Y el habitante de ese limes
recibía un nombre específico, que se puede encontrar
con tan sólo consultar un diccionario de etimología:
limítrofe. Trofé significa
"alimentarse" en griego, así que, fíjense
qué curioso, limítrofe significará
algo así como "el que se alimenta de los frutos que
en el propio limes se cultivan". Por tanto, la noción
de límite me sirve tanto para circunscribir un territorio
como para identificar un personaje que no es sino un intento
de teorización y de reflexión sobre ese viejo contencioso
de la filosofía moderna acerca de la idea de sujeto. Un
contencioso que se ha pensado como concluido, puesto que en la
postmodernidad se ha hablado mucho de la defunción del
concepto de sujeto, de su desaparición, pero que
en mi opinión puede ser perfectamente recreado, resucitado,
como sujeto limítrofe, sujeto fronterizo que en cierta
manera identifica la característica de lo que somos e
ilumina una posible propuesta ética habida cuenta de que
la filosofía no es sólo una definición de
lo que somos, sino también una proposición respecto
a lo que debemos ser pudiendo o a lo que podemos ser debiendo,
y ése es el ámbito de una ética.
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