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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción de la conferencia del periodista del programa CQC José Antonio López "Tonino"- 3

Planteado de forma más sencilla todavía, el problema reside en la siguiente cuestión: ¿cómo es posible que tenga sentido comunicarse en un mundo en el que lo que parece normal es imposible? -no sé si ha quedado clara la frase, porque es un poco larga; a lo mejor lo del ordenador en el Machupichu lo han entendido mejor-. Esta cuestión se hace mucho más difícil, mucho más ardua, cuando uno, después de muchos mensajes subliminales en los que te dicen que estás gordo, que estás fatal, consigue la figura ideal y, de repente, oye que ahora es anoréxico, con lo que piensa «pero si yo creí que iba por el buen camino, no puede ser», «yo creí que era esto; pues no, tampoco era esto», «a ver si me decido: me compro una chocolatina, hago régimen...; no entiendo nada».

Es cierto que la ciencia ha avanzado a pasos de gigante; últimamente, se han vencido enfermedades, hemos enviado el telescopio a la luna, pero, si mandamos a nuestra madre a comprar preservativos, sabemos que el problema sigue siendo siempre el mismo, la incomunicación: la madre nunca irá a hacer eso por mucho que lo digan los mensajes institucionales. Incluso sabemos que los japoneses han conseguido construir un cerebro electrónico del tamaño de una lenteja, cosa que ocurre también a muchos de nuestros parientes y no por ello nos tenemos que sentir cercanos a los nipones; es más, los parientes sólo vienen alguna vez a casa, o, en ocasiones, no, tampoco van a casa -bueno, casi mejor, así no comprobamos si el tamaño del cerebro ha disminuído o se ha hecho más grande-, pero, cuando vienen, nos hacen preguntas de rigor, unas ciertas preguntas incomunicativas acerca, sobre todo, de los aspectos más desagradables de nuestra existencia, sobre cómo van nuestros estudios o qué tal vamos de amores..., las preguntas más horrorosas, y nosotros les respondemos también de una manera incomunicativa, algo vago, general, si hemos recordado el último capítulo de Médico de familia, se lo repetimos para que estén tranquilos, porque tampoco va a ser cuestión de que te pregunte tu tía «¿qué tal?», y tú le digas «voy fatal en matemáticas y además soy lesbiana»; pues no, eso crearía una comunicación tremenda que nadie desearía porque serían muchas explicaciones y un drama en la familia.

¿Qué quiere decir todo esto? -y ya llego a otra parte de este bonito discurso-, pues que, sencillamente, se cosifica a las personas -si antes había avanzado el asunto cosificación ahora lo acabamos de utilizar-; es decir, que se convierte a las personas en una especie de cosa, con una especie de utilidad, digamos, pragmática -por utilizar una palabra un poco fina-. Sí, efectivamente, sirven para realizar cosas, pero la persona, por sí misma, tiene poca importancia, precisamente por ser demasiado complicada, así que se tiende a cosificar y la vida se hace más llevadera; entonces, ocurre que parece ser que la persona normal es sólo una, sólo existe una, y está rodeada de personajes muy importantes, el presidente de gobierno, Milosevich..., un montón de gente muy importante, y la persona es algo así que se evalúa en algunos institutos de estadística y forma una masa uniforme que va transitando entre todos los medios de incomunicación anteriormente dichos.

Por ejemplo, yo tengo aquí la cosificación de toda la población de Albacete -de la que, como ya les había anunciado antes, también voy a hablar-, y, según los datos, tiene un alto nivel de cualificación, 67% de estudios medios y superiores, niveles salariales moderados, un índice de conflictividad casi inexistente, 0'1 horas perdidas por horas totales, alto grado de concentración urbana y población activa disponible y cualificada; es decir, ¿qué quiere decir esta información? -que nadie ha entendido seguramente-, pues que si quieres poner una fábrica en Albacete -a todos nos ocurre, todos los días, «¿dónde voy a poner la fábrica?, ¿en Albacete?, ¿en Zamora?, no sé, estoy dudoso esta mañana»-, es el lugar indicado para hacerlo. También hemos aprendido a comunicarnos con los ordenadores, cosa que es mucho más admirable -tengan en cuenta que es absolutamente imposible-, pero la pregunta es: ¿sabemos comunicarnos convenientemente, por ejemplo, con nuestros jefes, con las personas más allegadas?, evidentemente sí, si uno no deja de asentir durante todo el día a todo lo que él diga.

De todas maneras, ya que nuestra sociedad camina hacia la violencia, seguramente, no habrá ya necesidad de comunicarse con los jefes, sino que irán directamente a secuestrar a los empleados en vez de acudir a las empresas de trabajo; irán por la calle con el coche, «¡uy!, un empleado», y se lo llevarán a la fábrica; así se evitan un montón de problemas: «el contrato esté no me gusta», «¡caramba!, pero yo pensé que me ibas a hacer fijo». Para qué hablar, entonces, de los sindicatos; puesto que esto va a ser así, no vamos a hablar de sindicatos del crimen, ni de sindicatos laborales ni de ningún tipo de sindicatos. Y si, por otra parte, pensamos que el mundo está regido por personas de mayor edad, Boris Yeltsin, Fidel Castro, Pinochet, Margaret Thatcher, mucho nos tememos que las ideas de los jóvenes, de la gente que realmente quiere hacer algo, que quiere comprarse un piso -ya que estamos hablando del tema-, tardarán unos 70 años en llegar; quizá sea un poco tarde para reaccionar, pero, bueno, llegarán tranquilamente.

Por lo tanto, excepto el problema de la basura nuclear o el problema de las nuevas enfermedades de la superpoblación, o de la pérdida de metas, o del eje espirutual, resulta evidente que el futuro ofrece grandes posiblidades a la comunicación, aparte de estos ligeros problemas sin importancia. Por ejemplo, yo les aconsejo que se dediquen a trabajar en el mundo del espéctaculo, en el que consigues una agenda poblada de teléfonos muy interesantes y, al final, comunicarte. Individualmente, uno está aquí, la gente le escucha..., ¡caramba!, qué bien estamos. Así que, si quieren ser contorsionistas, trapecistas, ventrílocuos..., yo les animo a ello; podrán transcender de la incomunicación al mundo de la comunicación completa y ganar mucho más dinero, eso dicen -y pagar muchos más impuestos-.

Prácticamente, éste es el discurso que les quería ofrecer, ése es el marco de esta incomunicación, o de esta comunicación donde han surgido grandes programas como, por ejemplo -me viene ahora a la mente-, Caiga quien caiga, que han transcendido lo que es la incomunicación, es decir, que han intentado hacer de la comunicación una cosa que fuera humorística a la par que irreverente e ir un poco más allá; no sabemos a dónde, pero sí un poco más allá. Sé que ahora nos dejan entrar en muchos sitios, que su Majestad nos saluda amablemente desde lejos, pero eso no quiere decir que estemos todos los días en su casa merendando y enseñando también nuestras fotos de Benidorm, al contrario; o sea que -bueno, esto sería otro debate-, si de verdad esto fuera así, pues no estaríamos vestidos de negro haciendo preguntas, sino que ya tendríamos nuestro propio ministerio o nuestros chalés en Castellón. En fín, éste ha sido el discurso de la incomunicación, espero que hayan quedado todos mucho más tranquilos.

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