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Transcripción de la conferencia
del periodista del programa CQC José Antonio López
"Tonino" - 2
Respecto a lo que es la prensa como
medio de incomunicación, ya que estamos, resulta conveniente
utilizar la manera clásica de aislamiento con el periódico.
Éste es un objeto que nos quiere decir cosas, está
ahí, nosotros, a veces, lo agarramos y lo ojeamos. Lo
primero es la primera plana, lo que se dice la primera hoja,
que debemos de saltarnos rápidamente para ir directamente
a la sección de deportes. Esto ocurre, es un proceso muy
sencillo; cuantas menos noticias leemos, de menos nos acabamos
enterando, con lo cual, uno acude directamente a la sección
interesante: deportes, el horóscopo, pasatiempos..., o,
bueno, si estamos muy animados, pues a los anuncios de relax
para contarlo a los compañeros de trabajo, «fíjate
en esto, ¡qué barbaridad!».
Todo esto, en el proceso incomunicativo, resulta también
muy, muy interesante, porque si, por ejemplo, leemos en las portadas
«recrudecen las pensiones en Kabul», decimos «¿dónde
está Kabul?, no lo sé, voy a la sección
de deportes». Si seguimos esta pauta durante muchos años,
conseguiremos una completa incomunicación con las noticias
del exterior e incluso con las de nuestro propio país;
ahora bien, el periódico en sí mismo tiene la obligación
de hacernos estas noticias más incomprensibles, porque
tampoco nos lo va a poner fácil, no es su misión,
y uno tiene que estar enterado de determinadas cosas.
Esto sucede, sobre todo, en las páginas de economía;
utilizan un lenguaje críptico, absolutamente o deliciosamente
complicado, para explicarnos que el IPC va a subir un 20% según,
no sé -pónganle las siglas que quieran-, el Instituto
Nacional de Estadística. A lo mejor quiere decir esta
noticia que nadie comprende que vamos a ir todos a la bancarrota
al día siguiente, que acudimos al banco y, al preguntar
cuánto ha producido lo que tenemos puesto en nuestros
ahorros, nos responden «nada, estás en la bancarrota»,
y tú dices «pero ¿cómo es esto? »,
y encima tienes que oir «pues haberte enterado, haber leído
el periódico, venía bien claro, el 20% del IPC»,
por lo que piensas, «qué incomunicación,
cómo es posible que no me haya enterado de esto»;
la razón es muy sencilla: el periódico también
tiene que asumir que la incomunicación es un derecho de
todos los ciudadanos.
Con éste y otros métodos, conseguiremos, poco a
poco, crearnos la personalidad idónea del incomunicado,
que suele ser una persona con unas tendencias sociales un poco
raras, que cree que, tal vez, las noticias que ve en televisión
son producidas por un gran ordenador alienígena que ha
sido colocado hace miles de años en lo alto del Machupichu
por unos extraterrestres, que se fueron cuando se acabaron las
mujeres vírgenes de la región. Lo han dejado aquí,
uno quiere saber si las noticias son ciertas o no, acaba cometiendo
un magnicidio...; ésa es la personalidad intrínseca
del incomunicado, un estado en el que mucha gente desearía
estar pero no lo ha conseguido todavía.
Respecto a la televisión, todo el mundo sabe que es uno
de los medios más propicios no sólo para la comunicación,
sino también para la incomunicación. Por ejemplo,
existen los programas dedicados a los animales, a los batracios
en Oceanía, por decir algo, que resultan de un gran entendimiento
informativo porque nunca vamos a ir allí para verlos;
los vemos en televisión, a veces sabemos la vida entera
-yo me conozco la vida entera de los tiburones, debido, no sé
por qué, a una masiva concentración de reportajes
sobre tiburones, así que nunca he visto uno pero me conozco
exactamente sus costumbres: cómo atacan, cómo no
atacan, qué hay que hacer para defenderse-.
También pueden ser de una gran utilidad incomunicativa
ciertas campañas institucionales, porque reflejan una
parte de la sociedad que tampoco conocemos; no sé si han
visto un anuncio de una chica que sale con su novio y la madre
le da un preservativo, lo que, la verdad, no responde muy bien
a mi realidad. Es decir, la televisión intenta, en su
afán de entretenimiento total, alejarnos completamente
de lo que nos rodea, hacernos la vida un poco más fácil;
entonces, se ve obligada -tampoco es que la televisión
sea mala- a realizar todo este tipo de espectáculos un
poco lamentables que todos tenemos que ver y que no se corresponden
con nuestra vida. Si uno llega a creer en ellos, encontrará
la feliz incomunicación completa que desea para su tranquilidad
de espíritu. De manera que tenemos dos elementos dispares:
por una parte, la buena voluntad de ofrecerles una información
que, por otra, nos desinforma y nos descomunica.
Con esto ¿qué se consigue?, pues que las personas,
en su sofá, quizá comiendo palomitas, viendo estas
cosas, se encuentren un poco más solitarias también,
y eso implica la desconfianza hacia el medio, es decir, el preguntarse
si es cierto todo lo que está ocurriendo. Por eso la gente,
normalmente, tiene más confianza en personajes como Alex
de la Iglesia o Marilyn Manson que en algún político
como el señor Aznar, Anguita o Arzalluz, en gente que
realmente les parece mucho más alejada de la realidad;
si bien es cierto que tal vez el señor Aznar se podría
poner unas mallas negras y teñirse el pelo de rubio como
Marilyn Manson, dudo de que consiguiera hacer llegar su mensaje
de modernidad a la juventud, porque tampoco se puede abarcar
todo, tampoco se puede querer estar en un sitio y, a la vez,
en otro.
Y, desde todo lo aquí dicho, llegamos, precisamente, a
la famosa comunicación que justifica esta charla y que
es mi objetivo esta noche -no sé cual es su objetivo,
pero veo a mucha gente joven sin objetivos, así que vamos
al grano-. Ésta es la parte de medios para incomunicarse
convenientemente, porque para llegar a ello, uno tiene que tener,
además de un fín, los medios, y uno de éstos
es, por ejemplo, convertirse en una persona importante, influyente.
Cuando una persona se convierte en alguien influyente, importante,
debe alcanzar también la incomunicación, la incomunicación
placentera hacia sí mismo. Veamos: el jefe de una multinacional
no puede llegar al trabajo a pie, saludando a sus empleados de
grado más bajo, dándoles palmadas en la espalda;
él tiene que llegar en un coche oficial, y puede ser por
un garaje subterráneo que le lleve directamente hasta
su oficina -así la mayoría de los empleados no
sabrán quién es-.
Ese grado de incomunicación le mantiene, precisamente,
en un estado social superior a los demás; bueno, puede
preguntarle a una señora de la limpieza, por ejemplo,
si le gustó el partido de fútbol, pero siempre
serán temas incomunicativos, puesto que, de lo contrario,
si hubiera una comunicación, se enteraría de lo
que le pasa a la gente y eso sería muy negativo para su
puesto en la vida. También suele ocurrir con la clase
política: si un día de elecciones han visto a los
políticos en los mercados, en las plazas, besando a niños,
verán que, al día siguiente de éstas, desapararecen,
ya no existen, ya no hay políticos en las calles, ya no
van al mercado. Y lo del coche oficial también es casi
una obligación para ellos, porque imagínense estar
en un atasco en medio de la ciudad y encontrarse en la ventanilla
de al lado al ministro de economía, tocando el pito, con
perdón, completamente cabreado, eso les acercaría
demasiado a nosotros y les restaría un poco de importancia;
o, por ejemplo, haciendo cola para hacerse el carnet de identidad
-todavía no sé cómo hacen los políticos
para conseguir el carnet de identidad; a lo mejor tienen que
firmar por correspondencia-.
En fín, que ésta claro que es esa cosa de la incomunicación
lo que les hace permanecer en un estado casi divino y muy alejado
de nosotros mismos, y, por tal motivo, tienen que utilizar un
lenguaje complicado, un poco críptico, hacia los demás,
hacia la gente que les escuchamos: en vez de decir que la situación
del país va a ir bien para la gente acomodada y bastante
peor para la no acomodada -y no es que yo vaya a explicar cómo
le va a ir a la gente-, en vez de lanzar este discurso que a
lo mejor la gente no puede comprender, dicen que España
va bien, lo cual resume el asunto y resulta muy español,
muy bonito; o por ejemplo en las noticias, cuando en algún
titular -no quiere decir esto que todos los periódicos
sean iguales- ponen que España va a colaborar con la OTAN
para acabar con Milosevich y luego, en realidad, lo que ocurre
es que Milosevich sigue tranquilamente pero se han eliminado
a unos cientos de personas que había alrededor, que andaban
por ahí tranquilamente en Bosnia, quizá asándose
unas castañas en casa; no tiene nada que ver con Milosevich,
no tiene nada que ver con esa guerra, pero lo cierto es que a
quien se elimina es a esas personas, y nunca a Milosevich, o
nunca a la persona indicada, mientras el mensaje es que se va
acabar con él. Incomunicación total, que lástima,
quién lo entiende, qué sabemos.
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