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Aparte del historial laboral que pueda o no tener, de mi experiencia profesional, hay algo más importante que todo eso acerca de mí: soy una persona casada desde hace 21 años y madre de familia numerosa. ¿Y por qué empiezo con esta matización? Porque, dado el asunto que nos ocupa, la conciliación de vida familiar y trabajo, creo que todos deberíamos reconocer el valor que tiene ser padres de familia y el que tiene nuestra actividad profesional , y que es casi más relevante y más difícil ser buen padre o buena madre que ser decano o cualquier otro cargo, el cual muchas veces es fruto de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Soy, además, economista, y me parece que también es importante matizarlo, ya que alguien puede estar pensando: «¿Qué hace un economista trabajando en asuntos de familia desde hace un montón de años?». Pues yo creo que tiene mucho que ver y que forma parte de esa idea mía de reformar, cambiar y mejorar nuestra sociedad. Digamos que la economía es una ciencia social que debería tener un objetivo prioritario: tratar de arbitrar y poner en marcha los mecanismos necesarios para mejorar la calidad de vida de las personas. Es decir, la economía debe servir para que las familias, que son la base fundamental de una sociedad, vivamos mejor. Por lo tanto, aunque se piense en la figura del economista de otra manera, creo que es perfectamente razonable que los economistas nos dediquemos -y cada vez lo hacemos más- a estudiar los fundamentos para crecer con estabilidad, para tener un crecimiento económico sostenido y, sobre todo, para que ese crecimiento se produzca en una sociedad mucho más humanizada de la que tenemos en este momento. El objetivo de mi intervención no es otro que el de hacer unas reflexiones generales que den pie al necesario debate social acerca de qué tipo de actuaciones, especialmente en lo referente a las políticas públicas, debido a mi propia deformación profesional, sería necesario arbitrar para ayudar a las familias a conciliar la vida familiar y laboral. Entonces, voy a comenzar con una de las conclusiones: de esta conciliación somos todos corresponsables. En mi opinión, la necesidad de conciliar vida familiar y laboral no puede separarse de la idea de corresponsabilidad a todos los niveles: en el propio seno de la familia, esto es, entre el padre y la madre, entre los hijos, entre éstos y aquéllos, entre los abuelos, etc. (es decir, entre quienes configuran la familia); en la propia sociedad, que debe ser consciente de que a las personas debemos valorarlas por lo que son, como personas, y no por lo que tienen, y de que, por lo tanto, debemos intentar ayudarles a que aporten todo lo bueno que como individuos poseen, e incluso en las empresas, que también son corresponsables sobre todo si estamos hablando de conciliación de faceta laboral y familiar o de ayuda a esas familias que aportan la base del capital humano y que son, por lo tanto, lo más importante para que una economía crezca con estabilidad. Así que yo creo que deberíamos empezar a construir un cambio de cultura tras el que la familia recobre ese protagonismo que se merece como estructura básica de una sociedad bien construida y bien equilibrada. En mi intervención, voy a tratar
de ordenar estas reflexiones generales en tres partes. En la
primera, voy a establecer lo que yo denomino las premisas de
partida, esto es, los fundamentos de partida, que me parecen
vitales para poder valorar las actuaciones que en materia de
conciliación de vida familiar y laboral se puedan desarrollar,
porque, si no, podemos caer en el error, como de hecho ya está
empezando a ocurrir, de arbitrar políticas que en principio
parecen de conciliación pero cuyo objetivo es, en realidad,
absolutamente perverso, ya que están produciendo que saquemos
a nuestros hijos de las familias para que los eduquen terceros.
En la segunda, me referiré a algunos de los principales
cambios demográficos y sobre todo económicos que
se han producido durante las últimas décadas y
que han determinado muchos cambios de carácter y han creado
situaciones de nuevas necesidades en el seno de esas familias
que, en alguna medida, deben ser ayudadas por la sociedad y por
los poderes públicos. Y en la tercera y última
parte, haré una serie de reflexiones finales a partir
de las cuales, y adelantando ciertas conclusiones, plantearé
la necesidad de incorporar al debate sobre conciliación
de vida familiar y laboral no sólo los derechos de la
mujer, que parecen ser el centro de las políticas de conciliación,
convirtiéndose así -o al menos eso es lo que parece
que intentan- en políticas de mujer para que podamos estar
en el mercado de trabajo en igualdad de condiciones que el hombre,
sino también otros derechos igualmente relevantes. Es
decir, no sólo los derechos de la madre, sino también
los del padre y los de todos los miembros dependientes de las
familias.
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