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AULA DE CULTURA VIRTUAL

 

DIÁLOGOS CON LOS GANADORES DEL PREMIO NADAL


D. Antonio Soler
Premio Nadal 2004 con "El camino de los Ingleses"

D. Javier Puebla
Finalista Premio Nadal 2004 con "Sonríe Delgado"


Bilbao, 23 de febrero de 2004



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Yo creo que la edad que tiene Miguelito Dávila –cuando uno es muy joven– es muy propensa a forjar amistades muy profundas que duran el resto de la vida. Algunas veces, la razón es que en esa época los chicos y las chicas están llenos de inseguridades. Pues bien, este Quijote que es Miguelito Dávila tiene a su lado un chico de su grupo, una especie de Sancho, si bien este Sancho es otro soñador, un chico que fue abandonado por sus padres cuando era un niño. Al principio, él piensa que su padre quizá fue asesinado, porque un cadáver que lleva la chaqueta de su padre aparecerá con varias puñaladas en el cuerpo, aunque después descubrirán que no es su padre el hombre asesinado. Como aquellos hechos se produjeron en una noche de tormenta muy fuerte, él piensa que a su padre se lo llevaron las nubes igual que las nubes se llevan a las ranas, y que después su padre sería llovido en cualquier lugar del planeta. Naturalmente, él no se cree esto, pero también necesita camuflar la realidad para no enfrentarse a este hecho cara a cara. Al final, y por una serie de sucesos que ocurren en la novela, este chico se tiene que enfrentar al abandono de sus padres, de la gente que en potencia más lo tenía que haber querido. Esa asunción de la realidad la quiere traspasar a su amigo, al que él percibe peleando contra unos molinos de viento que no le corresponden.

Puede que todo este planteamiento se entienda como propio de una novela de perdedores, aunque yo no lo veo así. ¿Es El Quijote una novela de perdedores? ¿Tener sueños supone perder batallas? Yo creo que no. La novela empieza con una cita de un joven poeta barcelonés, Alberto Tesán, que dice lo siguiente: "Estos ojos cansados que no entienden / porqué se hunden las piedras en el agua". En definitiva, yo creo que a todos nos ha pasado en alguna medida esto: nuestros sueños de juventud fueron como piedras que se hundieron en el agua. Sin embargo, ha habido personas que, a pesar de ello, continúan rebelándose contra ese hundimiento e intentan que las piedras floten en el agua. Ese combate por no claudicar, por no aceptar lo que todos llaman "la realidad", es lo que mueve a muchos de mis personajes, y creo que, en definitiva, es lo que mueve a muchos de los que no queremos ver la realidad tal como nos la presentan los telediarios, los periódicos o las personas que supuestamente son muy sensatas.

Citaré a continuación un fragmento de la novela en el que se recoge esta asunción de la realidad por parte del chico que fue abandonado por sus padres y el intento de trasmitirle a su amigo esa visión del mundo. Este chico abandonado tenía una colección de revistas de artes marciales. Él pensaba lo que piensan todos los chicos, es decir, que a través de estos conocimientos alguna vez podría rescatar a alguien que estuviera en un apuro y que sería muy admirado por ser muy hábil con el manejo de su cuerpo. Sin embargo, cuando más o menos descubre que no va a pasar de ser quien es, decide irse a una fundición que hay al lado de su casa y empezar a quemar todas las revistas. Las corta exactamente por la mitad porque es un obseso del orden –y además lo hace con una regla–, y las va echando al horno. Cuando está destruyendo parte de su vida y de sus sueños, va a verlo Miguelito Dávila, el chico que quiere ser poeta. Entonces el abandonado, al que llaman el Babirusa –aunque se llama Amadeo Nunni–, interviene de esta forma:

–¿Para qué sirven el karate y el judo? ¿Te crees que alguna vez los voy a usar, que voy a luchar en alguna película o contra algún matón?

Y entonces fue Miguelito Dávila quien se quedó sin responder, mirando cómo una nueva revista volaba hacia el horno, hasta que el Babirusa volvió hacia él la cara y habló de nuevo:

–¿Y sabes lo que te digo? –esperó Amadeo Nunni a que Dávila apartase la vista del fuego y la dirigiese a él–. Que algún día tú vendrás a echar aquí tus poesías, esas que dices que estás escribiendo, y también el libro que siempre lees. Algún día tendrás que hacerlo. Antes o después. Míranos, ¿tú te has visto? Es lo que nos toca. Las piedras, al final, siempre se hunden en el agua. Lo mismo da que vengas aquí y acabes de una vez o que dejes que las cosas se vayan deshaciendo más despacio, olvidándote poco a poco de lo que querías para que así te duela menos. Pero tú y yo somos de los que venimos aquí.

De alguna manera, ésta es la llamada de Sancho a Don Quijote cuando le indica que aquello contra lo que lucha son molinos, y no gigantes. De todos modos, creo que la función principal del escritor es ir levantando molinos, levantando imaginación allá por donde pasa. Cervantes quiso escribir una novela contra los libros de caballerías y, sin embargo, le salió el libro de caballerías más hermoso que se ha escrito nunca: El Quijote. Como decía, creo que ésa es la misión fundamental del escritor: no claudicar y seguir soñando para que cada uno de nosotros seamos un poco mejores.




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