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DIÁLOGOS CON LOS GANADORES DEL PREMIO NADAL
D. Antonio Soler
Premio Nadal 2004 con "El camino de los Ingleses"
D. Javier Puebla
Finalista Premio Nadal 2004 con "Sonríe Delgado"
Bilbao, 23 de febrero de 2004
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Voy a traer a colación un par de citas de dos autores norteamericanos. Una es de Tobias Wolff, quien afirma que escribir es un proceso sumamente misterioso que escapa al control de la razón. Y efectivamente es así. Cuando uno está haciendo escritura creativa, cuando está haciendo literatura, la razón queda un tanto aparcada o, por lo menos, da salida a otra parte de nosotros mismos, al subconsciente. Aunque hay montones de elementos que provienen de la técnica, de lo aprendido, de la sintaxis, de ese código de veintisiete signos con los que nos tenemos que mover (el abecedario) para poner sobre el papel un mundo escondido, la potencia verdadera de la creación viene a través de ese relámpago un tanto incontrolado que, como dice Tobias Wolff, uno acaba respetando porque no entiende. Verdaderamente, ese proceso desconocido que al final nunca podemos acabar de explicitar racionalmente es lo que hace que el arte y la literatura estén envueltos de un halo de misterio y de respeto.
La segunda cita es de otro autor norteamericano, Paul Auster, para quien los libros nacen de la ignorancia. Yo estoy completamente de acuerdo. Los libros de los creadores, de los escritores de literatura, nacen de un punto de ignorancia. El escritor es alguien que tiene abierta una herida luminosa que no acaba de cerrar. Es decir, yo entiendo que un libro de literatura (una novela, un libro de poemas, etc.) constituye fundamentalmente una pregunta. Una respuesta sería, por ejemplo, un libro de historia; pero lo que hace un texto literario no es responder a una pregunta, sino precisamente formular una pregunta que vaya al fondo de la cuestión. Por eso, cuando Paul Auster afirma que los libros nacen de la ignorancia, lo que quiere decir es que el escritor de literatura es alguien que no entiende el entorno, que no se lo acaba de explicar, y que, por eso, se detiene a reflexionar sobre aquello que tiene a su alrededor. En definitiva, habla del escritor como alguien que está inadaptado y lleno de incomprensión. Si no se cree esto, no hace falta más que echar un vistazo a la historia de la literatura mundial para descubrir que hay gente bastante desubicada en lo íntimo, en lo personal. Se me ocurren nombres como Franz Kafka, Marcel Proust o Juan Carlos Onetti.
En definitiva, escribir es un acto de rebeldía y de no conformidad con lo que tenemos a nuestro alrededor. A pesar de que yo reconozco que hay diversos tipos de escritores, para mí el verdadero escritor es el que descubre el mundo a través de estas preguntas y mantiene en pie ese tipo de cuestiones. Hay un escritor, que podríamos llamar "tipo Hemingway", que a mí no me interesa demasiado porque necesita ir por el mundo "buscando guerras" para tener algo que contar en sus libros. Los escritores de este tipo me parecen artificiales por mucho que, después, tengan una técnica muy depurada y conozcan muy bien su oficio. Yo entiendo que el verdadero escritor, el auténtico, no tiene que buscar ninguna guerra fuera porque la gran guerra la tiene dentro de sí mismo. Dentro de cada gran escritor que he descubierto en mi vida he reconocido una gran batalla, y yo creo que este tipo de escritor es precisamente el escritor desubicado, el escritor que no está conforme con lo que tiene a su alrededor y que, en un acto de rebeldía, pone el mundo un poco patas arriba.
En El camino de los Ingleses he abordado este tema, porque, como señalaba al principio, yo creo que es una novela de soñadores. Hay un homenaje a la literatura a través del personaje principal, un chico que se llama Miguelito Dávila. Es un chico de una extracción social humilde que quiere ser poeta, aunque lo que a él le deslumbra no es la poesía escrita ni los versos que él pueda escribir, sino la figura del poeta como un medio para escapar de su mundo. Hay que tener en cuenta que la poesía, y más en determinadas clases sociales y en determinadas edades, se ha tomado a menudo como un acto de debilidad. Yo lo viví así en mi adolescencia. El que escribía versos aunque yo no los escribía, lo veía y los leía tenía que hacerlo, la mayoría de las veces, un tanto a escondidas porque aquello se consideraba como un acto de cierta flaqueza. Pues bien, Miguelito Dávila descubre en un hospital a un señor tremendamente digno que continuamente lee La divina comedia, y aprenderá a través de esta persona mayor que la poesía no es un acto de debilidad, sino todo lo contrario, un acto de fortaleza. A partir de este descubrimiento, él intenta sublimar su realidad inmediata. Es un chico que trabaja en una droguería, que tiene dieciocho o diecinueve años y que está destinado a trabajar el resto de su vida en ello; en definitiva, está condenado a vivir una vida profesional e incluso íntima y personal bastante mediocre.
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