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Manuel Zamarreño fue el último concejal del Partido Popular asesinado por ETA antes de la tregua. La misma mañana en que ETA lo asesinó, los ciudadanos nos habíamos desayunado con un titular de prensa en el que Joseba Egibar, el portavoz del partido-guía explicaba que "lo más feo que ha hecho ETA en los últimos años" había sido desvelar el ofrecimiento que la organización terrorista había dirigido tiempo atrás a ELA-STV de no atentar contra los suyos, un precedente de la tregua catalana. El reconocimiento por parte de ETA de que no todos los ciudadanos vascos son igualmente victimables para ella es juego sucio, quizá porque rompe la apariencia de igualdad y el concepto sacrosanto de la equidistancia y revela obscenamente una realidad que obliga a llevar escolta a todos los representantes de la oposición.
El carácter victimista de este lenguaje se torna paranoico en ocasiones. Al día siguiente de la reproducida declaración de Egibar, unas horas antes del entierro de Zamarreño, Arzalluz comparecía en conferencia de prensa para quejarse del "linchamiento masivo, político y mediático" que estaba sufriendo su partido. El presidente Arzalluz acusaba a sus adversarios de linchar masivamente al PNV. La acusación era redundante (el linchador siempre actúa en cuadrilla, no se conocen casos de linchadores solitarios). Sería ridículo si no fuese tan trágico, porque su rueda de prensa, el simbólico árbol del ahorcado de donde pendía el simbólico cadáver del PNV, se celebraba junto a la imagen real del cuerpo reventado de Zamarreño, junto a su barra de pan también real, tronchada y sucia por la explosión de la bomba.
Es un lenguaje agónico. A pesar de que la fiesta del Aberri Eguna se estableció en la Pascua de Resurrección, en conmemoración de aquel domingo de Pascua en que Luis Arana y Goiri reveló a su hermano Sabino la verdad de que él no era español, mientras ambos paseaban después de misa por el jardín de su casa de Abando, lo característico del lenguaje nacionalista es que tiende a colocarse siempre en el Viernes Santo, el viernes de dolores, tan cerca de la pascua florida y, sin embargo, tan lejos.
El central del Athletic Andoni Goikoetxea fue sancionado en 1982 con varios partidos de suspensión tras una salvaje entrada a Maradona. La revista Euzkadi, que entonces editaba el PNV, sacó en su portada la imagen del defensa del Athletic como el personaje central del cuadro de Goya Los fusilamientos de La Moncloa, con el titular "Goiko, ¡te fusilan porque eres vasco!".
No era cierto. A Goiko lo sancionaron por haberle roto el tobillo a Maradona. El fusilado por vasco fue nombrado unos años más tarde segundo responsable de la selección española de fútbol en la época de Javier Clemente.
Es, por último, un lenguaje ubicuo. Lo que hace imbatibles a los nacionalistas en el terreno dialéctico es que están en todas las posiciones al mismo tiempo. Al igual que Saulo de Tarso, salen gentiles de casa y llegan cristianos a Damasco, pero, a diferencia de él, con la inapreciable ventaja de no haberse caído del caballo en ningún punto del recorrido.
George Orwell tiene un librito esclarecedor (Notes on nationalism) en el que dice lo siguiente:
En el pensamiento nacionalista hay hechos que son verdaderos y falsos al mismo tiempo, que se conocen y que se desconocen. Un hecho sobre el que se tiene conocimiento puede ser tan insoportable que se arrincona sin que se le permita ser procesado lógicamente. O también puede ser objeto de cálculo sin que llegue a admitirse como un hecho.
Al nacionalista le obsesiona la creencia de que el pasado puede ser alterado [
]. Sucesos que se piensa no deberían haber sucedido se silencian y en último lugar se niegan [
]. Se alienta la indiferencia ante la verdad objetiva, sellando un mundo de otro, haciendo así más duro el poder descubrir lo que realmente está pasando [...]. Si una persona alberga en su mente un odio o lealtad nacionalista, algunos hechos son inadmisibles aunque se sepa que son ciertos.
Hay un refrán en Guernica que resume todo esto. Dice aproximadamente así: "En Guernica hay cosas que son verdad aunque no hayan susedido".
Realizaré una aclaración final. He hablado sobre el lenguaje del soberanismo por dos razones. La primera es que he publicado recientemente un libro sobre ello y es lo que mejor conozco. Seguramente se puede escribir otro sobre el lenguaje del PP o el de los socialistas y no descarto la posibilidad de ponerme a ello en un futuro próximo.
La segunda razón es que, a pesar de mi aseveración inicial de que donde hay poder hay manipulación del lenguaje, nadie lo practica con el virtuosismo de nuestros nacionalistas. Nadie con tanta dedicación y tanta eficacia. Voy a poner un ejemplo: "inmovilista" fue una de esas palabras talismán que los soberanistas acuñaron en la etapa de Lizarra para descalificar a los constitucionalistas.
El único partido del espectro político español que se reconoce en el legado doctrinal de su fundador, hace más de cien años, llama "inmovilistas" a dos partidos cuya evolución es innegable: el PP, que viene de Alianza Popular y de UCD, fruto ambos de la evolución de los sectores más reformistas del franquismo, y el PSOE, que en su 28.º Congreso renunció al marxismo, que era la impronta ideológica que le acompañaba desde su nacimiento.
Pero no sólo eso. Además de tacharlos de "inmovilistas", les reprocha que se hayan movido. Al PSE siempre le recordará que Txiki Benegas llevaba una pancarta autodeterminista en 1978 y que eran partidarios de la integración de Navarra. Al PP le acusan, con parcialidad, de haber estado en contra de la Constitución y el Estatuto y ser ahora el máximo valedor de ambos. La acusación no puede ser más arbitraria e injusta. Arrepentidos los quiere el Señor, deberían decir. Más alegría hay en cielo por un pecador que se arrepiente que por setenta justos que estuvieran en los suyos desde el comienzo de los tiempos.
Ahora vivimos unos tiempos en que la política se ve regida por otra palabra talismán, acuñada ésta por los socialistas: el "talante". Ojalá no se confundan y hagan de este término el equivalente del diálogo para los nacionalistas. Porque las palabras imprecisas allanan el camino hacia la torre de la confusión de las lenguas. Y cuando se agote el diálogo en Babel, que no en bable, pero sí bastante en Babia, volveremos a vivir ese extraordinario cuento de Augusto Monterroso que pasa por ser el más corto de la historia de la literatura universal. Cuando despertemos, el dinosaurio todavía seguirá ahí.
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