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No son alimañas. El único animal capaz de alimentar el odio contra sus iguales en toda la escala zoológica es el ser humano, sólo las personas son capaces de la crueldad y el ensañamiento. Las alimañas y las fieras se guían por el instinto; matan por la supervivencia, para defender su camada y su guarida, para saciar el hambre o conjurar el miedo.
Con respecto a los terroristas de ETA, está claro que sí son vascos. Términos como "vasco" o "español" son sólo gentilicios, no adjetivos calificativos. No parece pertinente discutir la condición de vasco a los que han llegado tantas veces hasta el asesinato para afirmar sus señas de identidad, para subrayar su cualidad de vascos.
Aun suponiendo que no fuese gentilicio y que el ser vasco admitiera grados, ¿quién podría discutir la identidad a quien mata a fuer de vasco? Un terrorista tan cualificado como Iñaki de Juana Chaos lo explicaba en un artículo periodístico: "La mayoría de los vascos lo que queremos es ser vascos" (Egin, 1 de junio de 1998).
Si hubiera sido ETA la autora de la masacre de Madrid, podríamos decir que ésta la habían causado unos seres humanos, que eran vascos, nacionalistas y asesinos. En vez de eso, han sido seres humanos, que eran árabes, integristas y asesinos.
¿Por qué niegan los nacionalistas su condición de vascos a los etarras en los momentos del horror y de la sangre? Es por narcisismo. Lo dijo el presidente del PNV, Josu Jon Imaz: "Al enterarnos de que no había sido ETA nos quitamos una losa de encima". Un profesor de Periodismo decía en ETB al día siguiente del atentado: "Sentí una sensación de alivio al saber que no habían sido compatriotas míos".
Aquí está la oscura raíz de la culpa, de una complicidad moral no racionalizada. No tendría sentido preguntarse quién es más español, si el doctor Severo Ochoa o Antonio Anglés. Sería una cuestión irrelevante: los dos lo eran: El primero fue una eminencia científica, uno de esos hombres que hacen progresar la humanidad, y el segundo es el violador y asesino de las niñas de Alcásser. Pero nadie, por muy nacionalista español que sea, puede imaginar que el mero hecho de compartir nacionalidad con ambos le dote del talento del primero o le traspase la culpa del segundo.
El pasado mes de febrero, el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, John Kerry, se refirió en un acto de campaña al "terrorismo de los vascos". Era evidente que se trataba de una generalización abusiva y falsa. En consecuencia, los nacionalistas se sintieron criminalizados y protestaron: los colectivos de vascos en la diáspora, los senadores de Idaho y el Gobierno autónomo pidieron a Kerry una rectificación y Anasagasti exigió al Ministerio de Asuntos Exteriores una protesta diplomática.
"Nos criminalizan", acostumbran a decir, con un verbo inexistente al que han dado carta de naturaleza en el lenguaje político español. No es improbable que en alguna próxima edición del Diccionario de la Real Academia, más de uso que normativo, acaben los inmortales por incluir esta palabra. ¿Quién criminaliza a los nacionalistas? Cualquier adversario que resalte la comunidad de fines entre el nacionalismo no violento y el terrorista. Sin embargo, abundan en las hemerotecas ejemplos de cómo los propios portavoces del soberanismo han explicitado en muchas ocasiones sus lazos de afinidad con la organización terrorista.
En marzo de 1991, Xabier Arzalluz y Gorka Agirre mantuvieron una entrevista con tres representantes de KAS en el país vasco-francés. Durante la entrevista, de la que sus interlocutores levantaron acta, Arzalluz dijo esto:
No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas.
En septiembre de 1993, el entonces portavoz del PNV, Joseba Egibar, participó en un debate televisivo con su homólogo batasuno, Floren Aoiz. Durante el cara a cara, Egibar espetó a su oponente un argumento irrebatible: "Si ETA y HB existen es porque antes existió el PNV".
También se deben a Arzalluz las aseveraciones siguientes: "ETA es la espuma y nosotros la cerveza", "No es buena la derrota de ETA, no es buena para el nacionalismo" y "Los vascos somos mucho más directos que los catalanes. Nadie se imagina a un catalán con un arma en la mano. A un vasco, sí, es una cuestión de carácter".
En esta última expresión, el desprecio de la civilidad se hace acompañar por el desconocimiento de la historia. Le habría bastado a Arzalluz haber leído cualquier manual de Historia de España del siglo XX o La verdad sobre el caso Savolta para saber que en Barcelona, en los años veinte del siglo pasado, había pistoleros de la patronal y pistoleros de los sindicatos, pistoleros del Gobierno Civil a las órdenes del siniestro Severiano Martínez Anido y pistoleros acogidos al régimen de autónomos. Barcelona era la ciudad de Europa en la que había más pistoleros por metro cuadrado con mucha diferencia sobre las demás.
Otro ejemplo notable de victimismo es el testimonio del anterior presidente del PNV sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco en el libro Ermua. Cuatro días de julio, coordinado por la periodista María Antonia Iglesias. En dicho libro, Arzalluz escribe un testimonio que lleva por título "El dolor es nuestro", una expresión que es un modelo de ambigüedad y polisemia. Podría interpretarse como una fórmula cortés de pésame, antónima de "el gusto es mío", pero más cabe suponer que es un ejercicio de narcisismo, de minimizar el dolor de las víctimas, al que se antepone el orgullo herido o consideraciones alternativas de orden muy menor.
A lo largo de las diecinueve páginas que ocupa el texto de Xabier Arzalluz, no hay un párrafo entero dedicado a mostrar piedad por la víctima, sus familiares y correligionarios. Todo el testimonio está recorrido por consideraciones acerca de las injustas críticas de las que son objeto él y su partido, sobre la justeza de sus posiciones y por anécdotas insustanciales que trivializan la tragedia.