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Santiago Muñoz Machado. EL CORREO |
Les contaré que mi aproximación a Internet ha surgido a partir de mi condición de jurista, fundamentalmente movido, entonces, por una sola pregunta: quién gobierna, quién maneja, cómo funciona, en definitiva, esa inmensa red mundial que opera sin ninguna frontera, por donde circula todo tipo de información y en la que se comercia, se trafica, se compra y se vende ¿Cómo se resuelven las controversias, los litigios, que se pueden generar en ese nuevo espacio mundial?, ¿qué autoridades son las que editan las leyes?, ¿qué jueces son los que juzgan?, ¿qué gobiernos son los que deciden?; con esta reflexión inicial, lo primero que he constatado es que Internet es el instrumento de una revolución de calibre probablemente jamás conocido. La revolución del ciberespacio, que es esto que Internet trae de la mano, apenas la podemos entrever hoy, como ha ocurrido siempre con las grandes revoluciones, las industriales especialmente, sobre las que nunca acertaron a hacer pronósticos sus contemporáneos y cuyas consecuencias fueron siempre mucho más importantes que las que en el momento se atisbaban. Quizá sí vamos notando, a poco que seamos sagaces, que es algo que está cambiando nuestros hábitos de trabajo, porque el teletrabajo, por ejemplo, ya es una realidad que va provocando una menor concentración de ciertos tipos de empresa, o un menor número de intermediarios, ya que algunos productos se ofrecen, se compran y se venden directamente a través de la red. Además, por poner otro ejemplo, en un futuro próximo, los estudiantes irán menos a clase, porque recibirán en sus casas todos los contenidos didácticos posibles y podrán hablar directamente con los profesores. Es decir, si vamos analizando punto por punto es seguro que comprenderemos que la cultura cambiará considerablemente; podremos organizar lo que llaman «comunidades virtuales», en las que nos pondremos de acuerdo con personas de cualquier lugar del mundo que tienen nuestros mismos hábitos y nuestras mismas preocupaciones, sin tener en cuenta limitaciones territoriales de ninguna clase.
Realmente, la evolución del entorno de Internet, así como su utilización, está ganando una velocidad que bien puede calificarse de vertiginosa. Seguro que recuerdan cuando, en un principio, la música que cada uno de ustedes oía se la ponían en la radio y la elegía el pinchadiscos de la radio para cada uno de nosotros. Pues bien, muy poco tiempo después, apareció un invento que era el walkman, que permitía que cada uno de nosotros pusiera la música que le pareciera y pudiera pasearse con ella, algo que también pasó con la televisión, cuya programación venía de las cadenas hasta que los sistemas de videos domésticos permitieron que uno se pudiera programar su propio espacio. Así pues, viendo cómo evolucionan los medios tecnológicos se puede observar fácilmente cómo pueden alterar nuestra sociedad, y centrándonos en la materia que nos ocupa, esto es especialmente relevante. Hoy se habla de «democracia electrónica» para hacer referencia a las mil utilizaciones que las redes pueden tener incluso para votar, utilización peligrosa, por cierto, hasta que Internet no esté absolutamente implantado, regularmente, quiero decir. Porque, ciertamente, esa implantación no está absolutamente popularizada, sólo las clases más favorecidas son las que pueden usar la red, de modo que, como han notado algunas asociaciones de derecho civil americano con ocasión de los primeros reconocimientos del valor del voto a través de Internet, hay que tener cuidado con este tipo de uso, que favorece el voto de los blancos y desfavorece el de los negros o los latinos, que por lo general tienen menos ordenadores y están menos conectados al sistema.
Pero hagamos memoria. Este fantástico advenimiento de una herramienta absolutamente revolucionaria es un proceso que ha empezado, por decirlo de alguna manera, anteayer. Les recordaré someramente de dónde viene esto de Internet, cómo se ha formado y cuáles son los problemas que ahora nos plantea. Para empezar, les diré que el desarrollo más importante de este sistema se puede atribuir a la competición entre americanos y rusos en plena Guerra Fría. Es curioso constatarlo, porque parecen problemas del jurásico, pero fue en el año 1957, año en el que los rusos lanzaron el famoso satélite Sputnik, cuando los americanos se preocuparon de lo que podía significar en sus vidas y decidieron que tenían que elaborar algún procedimiento técnico que les permitiera contrarrestar la fuerza agresiva que podían tener los satélites. Para ello, en ese mismo año, se constituyó un sistema, entonces llamado Arpa, que pretendía utilizar, nada más que por una finalidad estrictamente militar, las redes en el sentido al que enseguida aludiré. Sin embargo, si a lo que queremos referirnos es al Internet moderno, podemos decir con toda seguridad que casi es una obra personal. En este sentido, la Ran Corporation, en 1962, monta una red que sirve fundamentalmente a la estrategia militar y que tiene la siguiente virtud: hasta entonces, los sistemas gubernamentales de acción militar, de decisión, siempre habían estado muy concentrados -de hecho, para eso vale la jerarquía militar; ante cualquier controversia, los puntos de decisión se concentran en una persona o grupo de personas-, pero el sistema de redes que en ese momento se monta es un sistema muy descentralizado, constituido por una infinidad de puntos de los cuales ninguno depende del anterior, de modo que, aunque hubiera una gran ofensiva y se destruyera una parte de esa red, el resto de la red seguiría funcionando porque es perfectamente independiente. Ahí está la idea estratégica fundamental, y para eso se arbitra, en efecto, una red llena de puntos de decisión; una gran "malla" resistente a cualquier tipo de agresión, puesto que nadie puede destruir su totalidad. Y habida cuenta de su fuente de descentralización y de la virtual autonomía de unos puntos de decisión con respecto a los demás, esa idea inicialmente militar es retomada por los universitarios.
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