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Conferencia de Joan
Amat, director del Centro de Empresas Familiares del Instituto
de Empresa y Javier Salcedo Eguía presidente del Grupo
COINPASA
Bilbao 7 de mayo 2001
LAS NUEVAS GENERACIONES EN
LA EMPRESA FAMILIAR
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Joan Amat, director del Centro de
Empresas EL CORREO. |
Joan Amat: Aunque puedan salir muchas cuestiones adyacentes
a la palestra, lo que yo trataré de explicarles será
la clave del éxito de una empresa familiar.
Cuando en una compañía cuyos integrantes son familia
hay dificultades, roces entre ellos, tendemos a pensar que todo
se debe a la incompatibilidad de caracteres entre padre e hijos,
hermanos, etc. Sin embargo, éste no es el verdadero problema
de fondo; el auténtico problema reside en la planificación
de la sucesión, la sustitución del mando de la
empresa, un proceso que implica mucho tiempo y la atención
a diversos aspectos. Además, es un asunto muy traumático
para la compañía familiar, ya que se vive de manera
muy intensa y contradictoria. De repente, los fundadores o sus
continuadores se ven obligados a hacer todo lo contrario de aquello
para lo que se han preparado. Su formación va encaminada
a montar la empresa definitiva con unos 35 años de media,
según las estadísticas, y cuando lo logra, generalmente
con el apoyo de su mujer (hablo de los hombres porque, hasta
ahora, aproximadamente el 90% de las compañías
familiares eran fundadas por hombres, aunque todo está
cambiando y cerca de un 33% de las empresas actuales están
fundadas por mujeres), mientras la empresa está en sus
inicios, cuando se tienen los primeros hijos o aún son
muy pequeños, toda la familia está apoyándole.
Así que a sus 75 años, ya lleva 30 con la empresa
y sus hijos tienen casi la misma edad que ésta. Entonces
es cuando llega un día en que ellos le preguntan por su
retirada, le recomiendan que les deje participar, que eso es
lo que cuentan los libros, que hay que profesionalizarse, modernizarse,
etc. Y en ese momento, esta persona, que se ha preparado durante
toda su vida para llevar prácticamente sola una compañía,
para lo bueno y para lo malo, y que se encuentra en su mejor
época, en la época en la que todos sus esfuerzos
van dejando sus frutos, en la que se va consolidando, se encuentra
con que tiene que empezar a compartir su tiempo, su poder y su
decisiones con los hijos, una tarea complicada. Porque, realmente,
no es fácil compaginar el ser padre en casa y empresario
en el trabajo, pero lo que todavía es más complicado
es que los hijos entiendan que esto es imposible la mayoría
de las veces. Ellos entienden que el padre tiene que ser ambas
cosas, y eso complica el trámite de la sucesión,
un proceso que implica 10, 15 ó 20 años.
Para que una sucesión funcione bien, lo primero que tiene
que haber, lógicamente, son sucesores; tiene que haber
hijos, sobrinos, etc., que quieran continuar y padre o padres
que quieran que la empresa continúe, lo que implica que
estos últimos tienen que ir cediendo progresivamente aquello
que más les guste, aquello a lo que han dedicado más
tiempo y con lo que están más comprometidos. Generalmente,
en el 90% de los casos, la continuidad inmediata recae, como
ya he mencionado, en los hijos; dentro del porcentaje restante
se incluyen los profesionales que ejercen de puente durante un
tiempo, hasta que se incorporan los hijos, o que incluso se encargarán
de la compañía en un futuro.
Para que, por su parte, los hijos quieran continuar y la compañía
funcione con éxito, hace falta que estén motivados,
preparados y, sobre todo, que sean respetuosos con la familia,
con todos aquellos que no estarán dirigiendo la empresa
día a día; el deseo de continuidad no es únicamente
querer entrar. Muchas veces, incluso pensamos que ser propietarios
nos da derecho a dirigir, pero para llevar el mando de una empresa
hay más requisitos que ser dueño de ésta.
Precisamente esta confusión es la causante de que las
compañías dejen de seguir funcionando al cabo de
un tiempo.
Una vez que se tenga claro que los descendientes quieren continuar,
hay que ser conscientes de que la compañía familiar
es una compañía más complicada que una sin
estas características. Para empezar, en la primera, aunque
también pueda haber gente que haya ayudado al fundador
a crear la compañía y que es considerada casi como
de la familia, la mayoría de sus miembros están
unidos, obviamente, por lazos más estrechos que los empresariales,
con lo que, por ejemplo, se hace francamente difícil despedir
o tomar la iniciativa de cambiar de empresa. No se puede permitir
que tu propio hermano sea despedido, así como tampoco
se marchará aunque sepa que hay problemas o que no interesa
que siga trabajando con nosotros. Por tanto, perpetuar una compañía
familiar requiere invertir mucho más esfuerzo que en otras
circunstancias y hacer frente a una serie de problemas característicos.
Yo me limitaré a comentarles los que afectan a la sucesión.
El primero de todos ellos está relacionado con la propiedad.
Es lo más externo, y en este caso, parece claro que los
propietarios son los familiares. Sin embargo, no se sabe si detrás
hay otros conceptos, otros accionistas, etc. Y lo mismo ocurre
con el negocio, la segunda de las cuestiones. Sabemos a qué
se dedica una empresa normal, pero hay algunos negocios de empresas
familiares que no acabamos de conocer bien.
Con respecto al tercer asunto, la gestión, tanto la compañía
familiar como la que no lo es se enfrentan a una misma necesidad:
que el negocio vaya renovándose continuamente. En un contexto
global como el actual, esto implica internacionalizar la compañía
montando delegaciones en el extranjero, entrar en nuevos mercados,
crear nuevos productos, cambiar y alternar procesos productivos,
decidir fabricar en un sitio diferente al que teníamos
hasta ahora, introducir nuevas áreas, usar nuevas tecnologías
como Internet, etc. Éste es, precisamente, el primer reto
de la generación que tome el mando a principios del siglo
XXI. El segundo, que también competió a generaciones
anteriores, es que esta gestión se haga de forma profesional.
Sea una churrería en la que trabajan dos personas, marido
y esposa, o sea una compañía multinacional como
Levis Strauss, en la que trabajan cerca de 60.000 personas, hay
que ser sistemáticos. Lo que suele ocurrir en algunas
compañías familiares pequeñas es que, por
ejemplo, sólo conoce cómo funciona la facturación
la srta. Montserrat, la hermana de uno de los dueños,
por lo que si ésta se ausenta, no se puede facturar, nadie
salvo ella conoce a los clientes. Esto es un error; para realizar
una buena gestión, hay que profesionalizar los sistemas
directivos, a los trabajadores, la forma de trabajar etc. Ahora
bien, queda claro -y ésta es otra vertiente del tema-
que profesionalizar no es lo mismo para una compañía
como la arriba mencionada Levis Strauss, cuyo próximo
dueño, seguramente un hijo de los anteriores, tendrá
que estudiar una carrera, un máster y trabajar 4, 5 ó
6 años en una empresa parecida, que para una compañía
en la que únicamente trabajan 4 personas. Es seguro que
si el churrero hace un máster en EE UU, no volverá
ni a España ni a la churrería; o sea que, en este
caso, "profesionalizar" simplemente significa que el
hijo pueda conocer el negocio de la hostelería y, así,
convertir la originaria churrería en una cadena de franquicias,
para lo cual no siempre es necesaria una excesiva formación.
Cada cosa requiere una formación adaptada a su situación.
Un buen ejemplo de la renovación
de la que hablábamos antes es Inditex. Cotizar en Bolsa
es una de las nuevas maneras de innovación empresarial,
que permite una ampliación progresiva de la compañía.
Y para renovar, lo verdaderamente importante es lo que acabo
de mencionar: su profesionalización. Ahora estoy acabando
un estudio en el que se señala que una persona que entre
a trabajar a cualquier compañía familiar con menos
de 250 personas trabajando en ella, tiene el 80% de probabilidades
de fracasar, de que no tenga éxito, ya sea porque el profesional
no entiende la problemática de la compañía
familiar o porque la propia familia desconfía, no acaba
de dejar que este profesional funcione. Esto, con una buena profesionalización,
probablemente no ocurriría. Y desde luego, la mejor forma
de renovar el negocio, de profesionalizar la gestión,
es con un hijo que lo conoce y sabe transformarlo. Muchas veces,
lo mejor es un hijo o una hija que se ha preparado, que ha tenido
la formación adecuada para ocupar el puesto en la empresa.
Se incorpora con veintitantos años y va entendiendo progresivamente
cómo funciona la compañía; poco a poco,
va contribuyendo con sus padres y hermanos a profesionalizar
la gestión de la empresa. Ahora bien, estos problemas,
esta necesidad de gestión eficaz, de acoplamiento, no
ocurre cuando hay un único. A este respecto, un empresario
chileno, al ser preguntado por cómo tomaba decisiones,
contestaba: «muy sencillo. Cuando me afeito cada mañana,
me miro al espejo y, como tengo el 100% de la empresa, yo mismo
me discuto lo que haremos durante el día y las decisiones
que tomaremos».
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