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Transcripción de la conferencia
de la periodista Rosa Villacastín del 10 de mayo de 2000
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En este plano profesional, si bien
es cierto que la situación de la mujer ha sufrido una
profunda transformación, también lo es que existe
un muro infranqueable contra el que nos estrellamos cuando tratamos
de subir ese peldaño que nos conduce a la cima del poder.
Y es que sólo desde ahí, desde el poder, se puede
transformar la sociedad, explicación más que suficiente
para comprender que los hombres se resistan tanto a soltarlo.
Yo estoy convencida de que pasarían cosas muy diferentes
si en el País Vasco mandasen las mujeres. Buen ejemplo
de lo que digo son los datos de la Organización Internacional
del Trabajo, a través de los cuales se intenta resaltar
esa desigualdad que todavía existe. Fijáos, el
45% de la población femenina entre 16 y 64 años
es económicamente activa, o sea, trabaja, pero de ese
45% sólo un 14 ocupa puestos de poder; y no creáis
que los medios de comunicación son diferentes o una excepción,
porque, a tenor de los últimos estudios realizados, sólo
un 8% de las mujeres dirigen alguno de ellos.
El machismo no sólo se remedia mediante normas, sino también
a través de un sistema educativo eficaz, cuya reforma
debe desempeñar un papel eminente en la equiparación
de la mujer con el hombre; un sistema que empieza en la casa
y continúa en la calle, y que hay que apoyar. Yo creo
que las mujeres madres, sobre todo, tenéis un papel muy
importante; el papel de la mujer educadora, de la madre educadora,
es algo que se ha venido desarrollando en todas las diferentes
generaciones. Es evidente que hay mujeres que han educado a sus
hijos de diferente manera a como educaban a sus hijas, y eso
debe acabarse. Me decía Isabel Bergareche, una famosa
socióloga, que se está produciendo un fenómeno
muy curioso, por ser novedad; los jóvenes, los hombres
de entre 18 y 22 años, están asustados, desorientados,
no saben hacia dónde dirigir sus pasos porque tienen miedo
del futuro; en cambio, las chicas de esa misma edad están
eufóricas, confiadas, sacan buenas notas y son mayoría
absoluta en la universidad.
Estaréis de acuerdo conmigo en que ya no se puede educar
de manera desigual, a los chicos no se les puede infundir la
creencia de que se van a casar con una mujer tradicional, ama
de casa, madre; yo creo que ésa es una especie en extinción.
Uno de los graves problemas a los que se enfrenta la mujer que
trabaja fuera de casa es, precisamente, ese sentimiento de culpa
que le atenaza: si está con los hijos, echa de menos el
trabajo, y si está en el trabajo, echa de menos a los
hijos. Digamos que la mujer que trabaja fuera del hogar no ha
encontrado la forma de compaginar su profesión con la
familia, y éste es el terreno más resbaladizo que
pisamos, algo que tiene mucho que ver con los bajos índices
de natalidad en que se encuentra nuestro país -como bien
sabéis, uno de los más bajos de Europa-. Pero el
hombre no está dispuesto a sacrificar parte de su vida,
y eso es lo que hay que lograr que encaje, ésos son los
engranajes que tenemos que conseguir. Hace unos días,
venía como gran noticia en el periódico que un
fiscal de Nueva York había rechazado un puesto importantísimo
que le daban, donde se ganaba muchísimo dinero, porque
quería cuidar de sus hijos, estar más tiempo con
ellos.
Se contaba como algo asombroso, como una novedad; no obstante,
este hecho demuestra que también los hombres se están
dando cuenta de que los hijos son una parte muy importante de
sus vidas, a los que hay que dedicar tanto como pueden dedicar
al trabajo, exactamente igual que lo acostumbrado en la mujer
con una profesión, quien cuida, al mismo tiempo, de sus
hijos y de su marido. Lo que hay que conseguir ahora es que los
salarios entre hombres y mujeres no sean diferentes realizando
el mismo trabajo, porque, la verdad, la diferencia es abismal.
Son datos que nos demuestran a las claras que sigue habiendo
una gran discriminación, aunque creamos que no, una discrimación
que se acrecienta cuando se accede a un puesto importante. Os
habréis dado cuenta de que, cuando nombran a una ministra,
inmediatamente se dice de ella si es guapa o si es fea, se habla
de su físico, y nunca de su currículo profesional.
Con eso tenemos que acabar, porque es el machismo puro y duro.
Uno de los grandes descubrimientos
que nos ha dado a las mujeres unas mayores cuotas de libertad
es, precisamente, el descubrimiento de la píldora, que
ha cumplido ya 40 años -o sea, una mayoría de edad
importante- y que hoy consumen más de 60 millones de mujeres
en todo el mundo. Esta pastilla no sólo nos ha dado la
posibilidad de controlar el número de hijos que deseamos
tener, sino que también ha sido un paso adelante en el
dominio de la mujer sobre su cuerpo y un aldabonazo moral sobre
la responsabilidad de tener hijos.
Por primera vez en la Historia, las mujeres somos plenamente
capaces de asumir la decisión de engendrar hijos y de
vivir la maternidad como un acto libre, no impuesto por el matrimonio;
la idea de la maternidad, antes, era considerada como un obstáculo
para la libertad de la mujer, y yo creo que, evidentemente, esto
no debe ser así. Ahora bien, aun sabiendo que la mujer
tiene la oportunidad de vivir una experiencia única con
la maternidad, también hay que respetar a las que no desean
tener hijos; muchas amigas mías y quien les habla no los
hemos querido tener porque nos hemos podido dedicar a nuestra
vida profesional, asi que, al igual que nosotras respetamos a
quienes deciden tener uno, dos, tres, cinco hijos, pedimos que
nos respeten a nosotras. Lo que sí es cierto es que, cuestiones
particulares aparte, gracias a la píldora, la mujer ha
descubierto también el sexo; no es que antes no supiera
lo que era, sino que no lo disfrutaba -yo creo-, no era una relación
que pudiéramos calificar como plena y satisfactoria, para
muchas, incluso, era un verdadero castigo.
El descubrimiento de que las relaciones sexuales forman parte
de lo más positivo de la vida, también en las mujeres,
ha dado un vuelco a la relaciones de pareja, que estaban muy
condicionadas por la religión; que una mujer se haya sacudido
las leyendas, los corsés religiosos, y haya decidido tener
unas relaciones tan intensas como placenteras, ha sido una revolución
de consecuencias que todavía no podemos ni siquiera calibrar.
Gracias a que podemos votar y cambiar esas leyes, y a que podemos
decidir el número de hijos que podemos tener y en qué
momento, la mujer, por supuesto, es hoy mucho más libre
que hace 60 años. Concretamente en España, existe
ya, como bien sabéis, una ley para el aborto, con todos
sus supuestos y objetivos; tal y como ocurre con el voto femenino,
hoy es aceptado tranquilamente y no constituye una lucha feroz
entre mujeres de derecha e izquierda, como ocurrió en
la Segunda República.
Les decía anteriormente que,
con la aprobación de la Constitución de 1978, ya
se empiezan a poner nerviosos los hombres; a las mujeres se nos
concede la igualdad ante la ley sin discriminación, lo
que nos ha permitido, como ya he mencionado en un principio,
que la igualdad real consagrada en el ordenamiento jurídico
sea la condición necesaria pero no suficiente -esto ya
ha sido matizado- para conseguir la igualdad real, a la que no
sólo se puede acceder mediante la evolución de
los códigos de conducta y los valores colectivos. Las
consecuencias que podríamos sacar de todos esos datos
son, primero, que, verdaderamente, se han conseguido muchas cosas
positivas y, segundo, que sigue habiendo un problema subsistente
no sólo en los ámbitos femeninos, sino también
en los hombres, que viven inmersos en una reconversión.
Por una parte, cambiar la mentalidad de las mujeres ha sido un
trabajo complejo, pues son muchas las que se resisten a dar ese
paso hacia la igualdad, y, por otra, también son muchas
las que van escalando puestos y derrumbando barreras que a veces
resultan infranqueables, como, por ejemplo, instituciones del
Estado donde las mujeres son mayoría: la magistratura,
la judicatura o la universidad.
Yo creo que eso debe animar sobre todo
a las más jóvenes, ¿por qué?, pues
porque la esperanza de vida de las mujeres en 1900 era de 35
años y hoy es de 82, datos que nos han obligado, por supuesto,
a cambiar los conceptos -y conceptos que parecían inamovibles-.
Por poner un caso, en España, hay nueve millones de mujeres
casadas, ocho de solteras, dos de viudas y medio millón
de separadas y divorciadas, ¿qué quiere decir eso?,
que somos mayoría y que podríamos hacer lo que
quisiéramos si estuviéramos unidas -otra cosa es
que lo estemos-; ése es el gran reto que tenemos hoy.
A los hombres siempre se les llena la boca diciendo que el peor
enemigo de la mujer es la misma mujer, y a veces tienen razón,
pero yo creo que a esa frase tendríamos que darle la vuelta:
yo mantengo que de la rivalidad de las mujeres se han aprovechado
los hombres; es más, han sido ellos los que la han provocado,
porque ahí, precisamente, en la discrepancia, es donde
ellos han edificado su poder. Es el divide y vencerás.
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