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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción de la conferencia de la periodista Rosa Villacastín del 10 de mayo de 2000 - 2

Somos iguales, igual de inteligentes que ellos, y estamos dispuestas a compartir, no a que nos dirijan. Yo creo que las jóvenes de hoy en día, gracias a Dios, tienen ya ganado muchísimo terreno, saben que las hormonas no son ninguna barrera, sino todo lo contrario. Las mujeres hemos despertado de un largo letargo y estamos marcando las pautas de los nuevos compartimientos sociales; así por ejemplo, en el último congreso de mujeres progresistas celebrado hace unos meses, salió un documento que las participantes denominaron Nuevo Contrato Social y que consta de tres puntos -esto afecta a todas, a las que trabajan y a las que no trabajan-: el primer punto es la igualdad de oportunidades afectiva, no ya de trabajo, eso ya lo tenemos conseguido, sino la compatibilidad entre la vida familiar y profesional de hombres y mujeres, asi como la participación equilibrada de todos en la toma de decisiones de los órganos públicos. Lo más novedoso de esta declaración de Sevilla es, precisamente, el hincapié que se hace en la generalización de las prestaciones del sistema público y en el objetivo de compartir con el hombre la vida familiar y profesional, eso, por una parte; por otra, la emancipación de los jóvenes mediante ayudas fiscales relativas a la vivienda y al empleo, tan necesarias si queremos que se independicen de los padres. También es la primera vez que en un documento de estas características no se habla de imponer, sino de compartir.

Para Ana Cabré, que es una prestigiosa demógrafa, el cambio que se está dando en los hombres es todavía discreto, incluso algo vergonzante para algunos si lo comparamos con el llevado a cabo por las mujeres, que ha sido muy acelerado. De ahí que uno de los grandes retos que tiene planteado la mujer de hoy sea su relación de pareja; hemos conseguido los derechos en el plano laboral y ahora nos falta que esas piezas encajen en los temas afectivos. Teniendo en cuenta que los hombres de este siglo XXI que acabamos de estrenar se encuentran, según los sociólogos, desorientados y en un proceso de cambio constante -aunque la mayoría no sabe cómo adaptarse-, tenemos que ayudarles; atrapados como están en la antigua lógica de la ortodoxia masculina e impotentes para sustituirla, no saben cómo enfrentarse a esta nueva mujer. Fijáos, se ha pasado de la familia autoritaria a la familia democrática; en casa, el hombre ha perdido el rol de patriarca y la familia se ha democratizado, los hijos ya no son miembros mudos de la casa, sino que tienen voz y voto, asi como la mujer, de ahí que el diálogo sea mucho más fluido -o deba serlo-. Para que la relación de pareja no naufrague es importante hablar mucho, el diálogo es lo que hace todo en la sociedad -y quizá aquí vosotras, las casadas veteranas, podríais darnos clases a todos nosotros de cómo hay que hacerlo-; comprendo que para las mujeres de una cierta edad esta relación basada en la igualdad no sea fácil de asimilar, pero estaréis de acuerdo conmigo en que es mucho más enriquecedora.

En los años 60 y 70, el matrimonio era una forma de emancipación, sobre todo para las mujeres que no podían irse de casa -`o se casaba o se hacía monja´, diría Marx-, la pesada herencia masculina incluía, entre otras obligaciones, la dureza, la fuerza, la resistencia, la competencia, la competitividad, jamás un hombre manifestaba su tristeza o su fracaso; ahora, precisamente, lo que las mujeres les pedimos a los hombres es que sean más sensibles, que exterioricen más sus sentimientos y que compartan con nosotras lo bueno y lo malo, sin complejos. Los hay, claro está, que se han desmoronado ante esta encrucijada; la verdad es que no saben muy bien por dónde se andan, de ahí que el machismo, en todas sus manifestaciones personales y culturales, se tambalee. Incluso en las relaciones íntimas se les han complicado las cosas a los hombres, que no acaban de entender que las mujeres necesitamos de nuestra autoestima. Dicen que hay hombres que, cuando se enamoran de una mujer que ha hecho su carrera, prefieren que se quede en casa, y yo creo que eso es una equivocación; a lo que me refiero es a eso que Aznar llama ëmujer, mujerí, algo que todavía yo no he entendido muy bien de qué se trata.

Según mi parecer, hoy, la independencia se consigue con la libertad económica; hay muchas, muchísimas amas de casa a las que nadie ha preguntado nunca si son felices, si aspiran a otra vida, o si el casarse les ha cubierto todas sus expectativas. Los mayores índices de depresión, lo sabéis, se dan, precisamente, en el momento en que los hijos se van de la casa; la mujer se queda vacía de contenidos porque ha dedicado su vida a su marido y a sus hijos, además de que tampoco en ese momento está, digamos, físicamente plena -no vamos a ignorar aquí los problemas que conlleva, por ejemplo, la menopausia-.

Pero vayamos al núcleo del asunto. No sé cuántos hombres hay en la sala, aunque parecen muy poquitos, sin embargo, está claro que hay mayoría de mujeres; hoy día, las mujeres son las que más leen -según un estudio de la Sociedad General de Autores, el 24% de las mujeres lee, al menos diariamente, o el periódico o parte de un libro, mientras que los hombres sólo constituyen el 17% -, son las que más acuden a conferencias, las que más van a museos, las más inquietas, las que más ganas tienen de incorporarse a la sociedad, lo cual no quiere decir que a las mujeres no nos quede todavía una larga tarea por hacer, es más, se nos sigue exigiendo que cumplamos con las tareas tradicionales del hogar, que abarcan, y vosotras lo sabéis bien, desde la mera intendencia a la de ser el refugio de cualquier necesidad, y también con nuestra faceta profesional. Con este pluriempleo femenino, las responsabilidades se nos han triplicado, de forma que, o eres una supermujer, o te sientes frustrada, una espiral de la que hay que salir, aun siendo difícil, si queremos ganar esa guerra. Es otro de los retos importantes que tenemos planteados, pero todo es una cuestión de educación. Vosotras, las que tenéis hijos, sabéis que es importante que les eduquéis en la igualdad y en la responsabilidad. Las mujeres ya no tenemos que demostrar nada, cuando un joven se casa, ya sabe que su mujer va a trabajar fuera de su hogar, y, en la mayoría de los casos, también a ellos les viene muy bien ese sueldo que aportamos.

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