BILBAO, 10 de mayo de
2000

EL CORREO |
Rosa Villacastín |
Voy a tratar de hablarles acerca
de las diferentes versiones y vertientes de la mujer actual -
de todas las mujeres, sin excepción- y de los retos que
nos plantea esta sociedad del año 2000. No me gustaría
caer en el victimismo, porque creo que son más las cosas
buenas que nos esperan que las malas, aunque siempre hay excepciones,
y porque el futuro que se vislumbra creo que es lo suficientemente
bueno como para que lo encaremos de esa manera, con optimismo,
pese a que nos encontremos en el camino muchas dificultades que
habrá que ir sorteando con inteligencia.
El más importante de los retos
es el de la igualdad entre hombres y mujeres. Aunque podemos
decir que se ha conseguido en España, en realidad, no
en todos los ambientes se disfruta de la misma libertad y de
la misma igualdad e independencia; mientras quede un solo rincón
en el que se dé todavía la supremacía del
hombre con respecto a la mujer, un rincón donde la mujer
sea maltratada o humillada, hay que seguir luchando. Ahora bien,
¿qué podemos hacer desde nuestra pequeñísima
parcela de poder cada una de nosotras?, pues yo creo que muchísimas
cosas; en primer lugar, si durante años las mujeres hemos
mirado el modelo masculino como algo que debíamos imitar,
ha llegado la hora de crear nuestro propio mundo, nuestra propia
lista de prioridades, tanto en lo personal como en lo profesional
y colectivo, porque es cierto que ya podemos decir, aparentemente,
que hemos conseguido la igualdad ante la ley, pero ésta
no es la real, no es ésa que debe primar en el hogar,
en el trabajo, en la calle, en las relaciones de pareja y entre
padres e hijos. Seguir con la intención de imitar el modelo
masculino sería un grave error, ya que caeríamos
en las mismas discriminaciones en las que han caído los
hombres durante siglos; para ganar la guerra hay que ir ganando
pequeñas batallas que nos conducirán, sin duda
alguna, a la madre de todas ellas, a la igualdad y la solidaridad
entre las mujeres, y puesto que los hombres son necesarios -tampoco
vamos a negarlo- hay que atraerlos a nuestro terreno, no para
que nos dirijan, sino para que compartan -que es uno de los verbos
con más bellos matices que hay en la lengua y muy rico
a la hora de la convivencia-, sin olvidar, eso sí, que
la revolución de las mujeres ha sido la más importante
de cuantas se han llevado a cabo en este siglo que acabamos de
dejar.
Aunque a veces se ha querido dar una imagen distorsionada del
feminismo, lo que nadie puede negar es que disfrutamos hoy de
las cuotas de libertad que tenemos gracias a esas mujeres pioneras,
radicales, valientes, a esas mujeres a las que no se les ha reconocido
lo que han hecho, gracias a ellas. Con respecto a este asunto,
me vais a perdonar que vuelva la vista atrás durante unos
momentos para recordar cuál era la situación de
las mujeres hace tan sólo 50 años. Por ejemplo,
¿sabíais que, hasta principios del siglo pasado,
a las mujeres no se nos permitía estudiar en las universidades?,
¿que Concepción Arenal tuvo que disfrazarse de
hombre para que le dejaran entrar en el recinto universitario
cuando decidió estudiar Derecho?, ¿que algo tan
elemental como acudir a las urnas no se consiguió en España
hasta 1931, de la mano de la Segunda República?, øque
hasta 1962, hace bien poquito, no se promulgó en nuestro
país la Ley de Derechos Políticos y Civiles de
la Mujer, gracias a la cual pudimos acceder a carreras y cargos
que hasta ese momento nos estaban vedados? y, por último,
¿que el proceso de igualdad realmente culmina con la aprobación
de la Constitución de 1978? Efectivamente, según
la Carta Magna, a las españolas se nos reconoce iguales
ante la ley, sin discriminación de raza o sexo, lo que
nos ha permitido que la igualdad consagrada en el ordenamiento
jurídico sea la condición necesaria, pero no suficiente,
para conseguir esa igualdad real a la que sólo se puede
acceder mediante los códigos de conducta y los valores
educativos.
Me gusta señalar estos datos
porque la discriminación está todavía vigente
en algunos lugares como los países del Tercer Mundo o
la misma España, incluso; acordaos de que, no hace tanto
tiempo, una mujer no podía comprar una casa sin el permiso
del marido, o no podía firmar determinados documentos,
asi que, en muy poco tiempo, hemos conseguido no sólo
que se nos reconozcan nuestros derechos, sino también
que se nos reconozca como personas, que yo creo que es lo más
importante. Si a las mujeres se nos metiera en una de esa máquinas
en las que te hacen una radiografía y pudiéramos
ver cómo eramos hace treinta años y cómo
somos ahora, notaríamos la transformación que hemos
sufrido. Es importante que sepamos lo que ha ocurrido en la Historia;
por eso, en vez de compadecernos, de sufrir calladamente, de
creer que los hombres son más listos que nosotras, debemos
coger el toro por los cuernos y empezar a trabajar cada una desde
su pequeño ámbito, ya sea desde la casa, desde
el trabajo o desde la universidad.
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