MÁS ALLÁ
DEL 11 DE SEPTIEMBRE
LA SUPERACIÓN DEL TRAUMA
Luis Rojas Marcos
Profesor de Psiquiatría de la Universidad
de Nueva York
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¿Qué ha ocurrido después
del 11 de septiembre? Que "disfrutamos" de una nueva
normalidad, de un nuevo orden psicológico, aunque, por
supuesto, semejante afirmación no sea aplicable a todo
el mundo y haya ciertos aspectos que algunas personas que ustedes
mismos conocen los vivan de otra forma. En primer lugar, tanto
en Estados Unidos como en otros lugares, hay un sentimiento de
vulnerabilidad, relativamente nuevo sobre todo en aquel país,
porque en otros, en los que las personas viven con ese «cualquier
día me va a pasar algo», hay más conciencia
de tal sentimiento. Efectivamente, en Norteamérica se
vivía con una gran seguridad. Salvo la guerra civil acontecida
hace siglos, por la que murió medio millón de personas
a raíz de las luchas entre Norte y Sur, y de la que ya
no queda ni rastro, todas sus batallas las ha librado fuera del
país, desde la Primera Guerra Mundial hasta la del Golfo
y pasando por la de Vietnam. Entonces, eso de que viniera gente
de fuera y causara un trastorno de ese tipo y modo, utilizando
aviones comerciales y el correo ordinario, creó esa sensación
de vulnerabilidad que en el fondo creo positiva. ¿Por
qué? Porque la prepotencia, la idea de estar en posesión
de la verdad, se confunde muy a menudo con la propia verdad,
y eso no es bueno. Es mejor sentirnos frágiles -hasta
cierto punto, claro está, pues no se trata de vivir con
miedo-, puesto que eso nos ayuda a vivir con agradecimiento el
día a día. Yo, más que cumpleaños,
cumplo días, y lo prefiero porque no tengo que esperar
un año para celebrarlo. Desde luego, se lo aconsejo.
En segundo lugar, ha resurgido la fiebre
patriótica. Probablemente hayan visto por televisión
que en los días que siguieron al 11 de septiembre todas
las ciudades estaban llenas de banderas. Había banderas
por todo el país: en los coches, en las casas particulares,
etc. Esto es algo que choca en Europa en general y en España
en particular, donde no estaba bien visto al menos en mis tiempos;
sin embargo, allí tiene diferentes connotaciones. Después
de lo ocurrido, sacar la bandera nos daba seguridad, significaba
unión, que estábamos todos en el mismo sitio. Por
supuesto que tiene su parte negativa, puesto que al tiempo que
se celebraba la patria, la nación y la unidad en medio
de un terror que no sabíamos qué nos iba a deparar
surgió el rechazo a los extranjeros, sobre todo a los
que venían o parecían venir de Oriente Próximo
o del sur de Asia. No en vano, dicho rechazo hacia otros grupos
pronto se convirtió en ataques violentos contra todo aquél
que se asemejara a un árabe, lo fuese o no. Incluso el
gobierno participó de ese linchamiento, ya que, como saben,
bastaba tener un apellido árabe o que hubiese caducado
el visado para efectuar detenciones que suponían meses
de cárcel. Luego debemos tener en cuenta que el miedo
a menudo permite la tolerancia de ciertas medidas políticas
que coartan la libertad y que en otro contexto no serían
aceptadas. Les aseguro que durante los días que siguieron
al 11 de septiembre prácticamente todos estábamos
dispuestos a dar nuestra libertad por sobrevivir o por que lo
hicieran nuestros hijos, y para ello estábamos dispuestos
a pagar un precio muy alto. Veíamos que recortaban nuestras
libertades civiles fundamentales, que nos leían el correo
o intervenían nuestros teléfonos, pero nada de
esto importaba si nos garantizaba el seguir con vida. Sólo
cuando empezamos a sentirnos más seguros, a comprobar
que no sucedían más atentados, comenzamos a darnos
cuenta del alcance que tenía la supresión de dichas
libertades y dejamos de aceptar por las buenas todo tipo de medidas
antidemocráticas. Por eso mismo, cada día que pasa
sin un nuevo atentado es mayor el número de estadounidenses
que se oponen a las detenciones en secreto o a esta guerra que
el gobierno cree necesaria. Sucede que ya hay menos miedo, y
al haber menos miedo hay más seguridad, y cuando nos sentimos
más seguros es cuando valoramos cada vez más virtudes
tan esenciales como la libertad, la intimidad, etc. Claro que
esto es algo que sucede muy poco a poco.
Y en tercer lugar, la venganza fue
otra importante consecuencia, y todavía hoy continúa
existiendo. La verdad es que resulta un sentimiento normal en
el ser humano; si alguien nos agrede, nuestra reacción
es devolver la agresión. Ya sabemos que siempre existen
santos dispuestos a poner la otra mejilla, pero no es lo habitual.
No en vano, la venganza, el ajuste de cuentas, forma parte de
la cultura estadounidense y se arraigó durante aquellos
días. Como saben, en treinta y ocho de los cincuenta estados
existentes la pena de muerte -de la que yo no soy partidario-
es legal, algo increíble y que le hace preguntarse a uno
cómo es que un país avanzado puede serlo tan poco
a la hora de aprobar semejante medida. Ahora bien, aunque parezca
mentira, es relativamente sencillo entender el porqué,
a pesar de que no se esté de acuerdo con ello. Hay un
sentimiento muy agravado de justicia en ese pueblo, en mucha
de su gente, no en toda, por lo que opinan que si uno mata sabiendo
que mata, a propósito y con saña, esa persona debe
ponerse en manos de una justicia que actúe exactamente
igual con ella.
La verdad es que yo creo que el ojo
por ojo acaba dejándonos ciegos a todos, pero lo cierto
es que también choca que países que no aceptan
la pena de muerte no dudaran en mandar a sus hijos jóvenes
a Afganistán, a matar a los malvados, sin hacerles preguntas.
O sea, que hay varias formas de vengarse y varias formas de matar.
Y se haga de un modo u otro la venganza forma parte lógica
de la reacción a la violencia sufrida. Por eso todavía
sigue existiendo, hasta cierto punto, esa necesidad de ajuste
de cuentas. Es curioso, sin embargo, que los ídolos ya
no sean Rambo, el vengador, o Supermán, el hombre que
vuela, diferencia el bien del mal y finalmente salda las cuentas
con el malvado. Ahora, los héroes son los bomberos. Allí,
si les vemos por la calle nos emocionamos y les aplaudimos, y
los niños pequeños juegan con muñecos que
son bomberos. ¿Por qué? Porque el bombero encarna
la figura del que da su vida por salvar a otros. Y no sólo
ellos. Lo cierto es que por cada uno de los diecinueve terroristas
que ocasionaron semejante tragedia han surgido cientos de miles
de ángeles anónimos, gente que sin dar su nombre
ni enseñar sus rostros está dispuesta a ayudar.
El voluntariado ha aumentado muchísimo tanto allí
como en Europa o en España; de hecho, yo mismo he podido
comprobar que son cada día más las personas dedicadas
a todo tipo de tareas altruistas.
Por último, me gustaría
acabar con un asunto que suscita la polémica y del que
también les hablo en mi libro: la necesidad de perdonar.
Últimamente, se habla mucho de esto en Nueva York, o sea,
que no es algo que yo me haya sacado de la manga. De hecho, creo
que es totalmente obligatorio perdonar para superar la tragedia.
Si preguntamos a las víctimas, entre las que me incluyo,
qué opinan acerca del perdón, nos contestarán
que éste no consiste en sentarse con el verdugo y conseguir
que nos ruegue clemencia hasta que aceptemos sus disculpas (cosa
que sería francamente imposible en este caso, porque los
terroristas están muertos), así como tampoco se
basa en quitarle importancia a la justicia, a la agresión,
a la responsabilidad de los agresores; el perdón al que
me refiero, nos referimos, es un perdón interno. Quizás
el término perdón no sea entonces el más
adecuado, no lo sé, pero lo cierto es que se trata de
un proceso íntimo durante el que logramos ponernos en
contacto con ese terror, con ese odio enquistado dentro de nosotros,
y liberarnos de él. Es un perdón egoísta,
si se quiere, porque nos ayuda a pasar página y abrir
un nuevo capítulo de nuestra vida, nos ayuda a liberarnos
de la identidad de víctima, tan cargada de indefensión,
de impotencia, de odio. No tiene nada que ver con la religión,
con la política o con virtud alguna, sino que se trata
de algo interno, insisto, de lo que no hablamos pero que poco
a poco nos ayuda a liberarnos, a vivir la vida lo mejor que podamos,
escogiendo de ella todo lo que de bueno tiene.
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