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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción conferencia de la periodista y escritora Margarita Rivière - 3

Con ello quiero decir que yo no estoy en contra de la moda, no estoy en contra de los cosméticos, estoy en contra de que ambos esclavicen a las personas, y de ello hablo también en mi libro, en una entrevista con una mujer inglesa muy interesante, la décima mujer más rica de Inglaterra y creadora de la cadena de tiendas Body Shop -muchas mujeres la conocerán-. Ella apuesta por un concepto alternativo de cosmética, promocionando el prototipo de belleza de una muñeca más bien gordita. Además, ha hecho unas camisetas en las que se puede leer: "en el mundo hay 3.000 millones de mujeres y sólo 8 supermodelos". Ella misma me decía que poseen nuestro cuerpo y, a través de éste, nuestra mente, así que está claro que hablar de la tiranía de la belleza o de la cosmética es hablar de algo inherente a nosotras, de lo estéticamente correcto, de cómo tenemos que ser, de algo que nos marca toda la vida. Cualquiera puede contar mil historias sobre su sufrimiento para rebajar unos kilos, para tapar unas canas, para quitarse unas arrugas, porque nunca se es suficientemente perfecto.

A tenor de lo que acabo de contar, surge -y éste es otro asunto nuevo- aquello que las revistas femeninas han llamado supermujer. Esta utopía, basada en la barbaridad de que las mujeres tienen que ser tan perfectas amas de casa, esposas, madres, enfermeras con los suyos, cocineras, chóferes, intendentes, mecánicos, educadoras, etc., como trabajadoras fuera de casa, además, por supuesto, de su labor de seducción óno nos olvidemos de ello, por favoró, es una especie de locura en transición, ya que, por suerte, parece estar de capa caída. Sin embargo, mientras exista, producirá seres infinitamente desgraciados, histéricos, tal y como se nos suele definir, por lo que es del todo necesario quitárselo de encima como sea. Cierto es que no estoy aquí para dar soluciones al respecto, pero simplemente os daré un dato actual: en los países ricos como el nuestro, las mujeres, aun trabajando fuera de casa, pasan entre cinco y siete veces más tiempo ocupándose de los niños y de las tareas hogareñas que los hombres, lo cual parece indicar que el reparto de roles parece absolutamente decisivo. Esta última cuestión ha generado, además, muchas exigencias de las mujeres hacia sus parejas, aunque hablar de ello sería salirnos del núcleo central de mi exposición acerca de una serie de cambios constatados en las mujeres.

Habría que mencionar también, por seguir el hilo de lo anterior, el cambio en los movimientos feministas. Hemos pasado de estar permanente enfadadas a estar un poco más calladas pero progresando; y progresando a dos niveles: a nivel internacional hay mayor conciencia del problema, y, a nivel local, ya sabemos todas que ahí tenemos un gran éxito. Hemos conseguido que el machismo esté mal visto, lo que supone un dato cultural importantísimo, irreversible. Esta conciencia de que algo ha pasado con las mujeres, de que tenemos derechos, es fundamental, aunque nos queda camino. Fijáos que cuando iba al colegio me solían decir, como la cosa más natural del mundo, que la Iglesia, en la Edad Media, no reconocía que las mujeres tuviéramos alma ócosa demencialó; no sé qué debíamos de ser para los hombres en aquel entonces. Ahora, todo cambia muy rápido, y, sin embargo, a pesar de esto, los datos que aportan las Naciones Unidas -se los quiero mencionar porque vale la pena recordarlos- señalan que dos terceras partes de los analfabetos del mundo son mujeres, que el 70% de los mil millones de pobres también son mujeres, que ellas y sus hijos representan el 80% de refugiados de la población mundial, que aún mueren cada año, de parto o de aborto, unas 600.000 mujeres y que 100 millones de asiáticas y africanas son mutiladas sexualmente mediante la ablación del clítoris u otras prácticas de violencia privada.

Precisamente, en relación con esto último, entre el 25 y el 50% de mujeres del mundo sufren agresiones de sus compañeros íntimos -todo ello es el informe de las Naciones Unidas del año 1999-; además, el tráfico ilegal de mujeres y niñas representa un negocio anual de más de un billón de pesetas, en India y Nepal las mujeres trabajan a la semana entre 12 y 21 horas más que los hombres y, en una mayoría de países africanos, las mujeres se responsabilizan de la familia y de la agricultura. De esto hablé con la mujer de Nelson Mandela, la actual mujer, a la que preguntaba a qué se suelen dedicar los hombres si las mujeres se ocupan de prácticamente todo. Ella me contestaba que ellos hablan y hacen la guerra; como tienen todo el tiempo para perder, hacen eso, por lo que las mujeres están en el campo, machacándose, en Africa, el único país del mundo en el que, según el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, el malestar femenino es igual al del total de la población de Noruega en el año 1999. Así que éste es, muy por encima, el panorama en el mundo actual, por mucho que nos pese.

Después de lo que acabo de comentar, hay más debates y más cuestiones de fondo que me gustaría que comentáramos. Las grandes preguntas que en estos momentos se hace la humanidad, hombres y mujeres, creo que van dirigidas, por un lado, hacia la cuestión de la igualdad y la diferencia entre ambos sexos: ¿somos iguales?, ¿somos distintos? Todo esto es opinable, aunque la tendencia actual es señalar que lo verdaderamente importante es ser iguales en derechos y oportunidades pero distintos en el género; es decir, la mujer no tiene por qué ser un hombre. Ésa es una de las trampas de la utopía de la supermujer, querer ser más que un hombre, y no se puede volver a caer en ello.

Por otro lado, otro gran debate, también nacido en Francia -donde estas cosas se discuten con mayor seriedad- es el que gira en torno a la paridad, es decir, en torno a la idea de que la humanidad está dividida en dos, con una equivalencia de hombres y de mujeres. Allí, una asamblea celebrada en el año 1999 creó una ley que obligaba a admitirla. Por tanto, se reconoce que ser mujer constituye una de las dos maneras de ser de un humano, que un pueblo existe de igual doble manera, siendo hombre o mujer, aunque hay quien dice que no, que el ser humano es uno. Por descontado, esto es muy discutible, pero, evidentemente, está muy claro que, después de lograr el derecho a votar, ha llegado el momento de que las mujeres no sólo votemos a hombres, sino también a mujeres. En este momento, somos electoras pero no elegidas, y eso, el poder votar a dos señoras para la presidencia del gobierno, por ejemplo, es algo que se pierden los hombres. Ahí sí que hay una gran enorme desigualdad, por lo que la real profundización en la democracia será el día en que, por A, por B o por C, las mujeres podamos ser elegidas igual que los hombres, sin aspaviento ninguno.

También hay un factor menos conocido, que me interesa especialmente: el debate del ecofeminismo. Tenemos una gran referencia en una física india, un gran personaje a la cual yo entrevisté, en su libro La praxis del ecofemenismo,. Ella sostiene, de una manera bastante más científica de lo que se venía diciendo hasta ahora, que las mujeres tenemos mayor sensibilidad, mayor enlace con la naturaleza, por nuestras características biológicas, y por eso somos más defensoras del medio ambiente, de los nuevos procesos de la biología; además, estamos implicadas de lleno en la tarea de reproducción de la especie, lo que nos lleva a tener una serie de actitudes positivas hacia la vida. Sin embargo, hay una gran contradicción sobre la que yo me he preguntado mucho: ¿cómo es posible que siendo las mujeres las que damos la vida permitamos que nuestros hijos vayan a la guerra? Cierto es que todo se puede justificar, y, de hecho, cuando me interrogan acerca de esto, contesto que las mujeres, hasta ahora óaquí está la auténtica revolución de fondoó, hemos tenido muchísimo miedo a nuestro cuerpo.

Teniendo en cuenta que podía ocurrir, ¿quién no tenía miedo a quedarse embarazada sabiendo que podía llegar a morir?; ahora, en cambio, podemos permitirnos perder ese miedo, pensar en estas cosas y transmitir a nuestros hijos aquello que tenemos dentro de nosotras, que es el mantenimiento de la vida -por algo les llevamos durante nueve meses-.Además, hay idea muy bonita, y es que las mujeres -cosa que yo he observado por mi cuenta con un saber puramente periodístico, no científico- tenemos mayor facilidad para ponernos en el lugar del otro ¿Por qué?, porque estamos dentro del grupo de los excluidos, ya que el poder, por lo general, ha sido masculino. Hay un libro increíble a este respecto, que se llama Acoso moral, que es el retrato de las relaciones de perversión entre los seres humanos, lo que seguramente apoya un poco esto que acabo de mencionar.

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