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Transcripción conferencia
de la periodista y escritora Margarita Rivière - 2
Por otra parte, nos encontramos con
que el ejercicio sexual de las mujeres en este último
siglo ha pasado de ser contemplado socialmente, entre las propias
féminas, como una especie de castigo a ser considerado
como un placer. Ya sé que es un poco relativo decir que
las mujeres no podían sentir placer en el sexo, evidentemente,
pero yo pienso que no era lo habitual, culturalmente no era lo
que se llevaba; en este momento, sin embargo, creo que las mujeres
han conseguido disfrutar con sus parejas, algo bien merecido.
Podríamos hablar de muchos más
cambios, como la incorporación masiva de las mujeres al
trabajo remunerado. ¡Ojo!, que yo soy de las que piensan
que siempre han trabajado; no obstante, no me refiero tanto al
hogar como a fábricas u otros sitios, me estoy refiriendo
a una época en la que la salida laboral a la que estábamos
abocadas -al menos en mi generación, porque ya sé
aquello de estudiar piano y coser propio de otros tiempos- era
la de secretarias. Hubo una generación absolutamente fantástica,
perteneciente en su mayoría a la clase media, que salió
a trabajar fuera, hecho que llevó consigo un importante
logro, muy bien descrito por Simone de Beauvoir, con quien estoy
sólo parcialmente de acuerdo: la independencia económica.
Si mi amiga Carmen Alborch ha podido escribir un libro llamado
Solas es porque un buen día algunas de nosotras
decidieron irse a trabajar, mantenerse a sí mismas y poder
no depender de los hombres. Esto es, básicamente, lo que
ha permitido a las mujeres hacer su vida.
Igualmente ocurre con nuestro acceso
a la educación y a la cultura. Como ya se sabe, anteriormente
las mujeres no tenían que ir al colegio, bastaba con la
educación general, con cuatro nociones de coser, de cocina,
de llevar la casa... Es ahora cuando empezamos a notar el efecto
de la educación, ¡y lo que nos queda por ver! La
verdad es que me encantará comprobar cuál será
el resultado, de aquí a unos años, en esas universidades
donde las chicas ya son más numerosas y tienen mejores
notas que los chicos. Las mujeres hemos ido muy deprisa en nuestra
alfabetización, y, por ejemplo en España, somos
consumidoras de cultura, de libros. Mis colegas escritores, a
propósito de esto, dicen que las ventas dependen de lo
que lean las mujeres, lo cual es absolutamente fantástico
y supone un enorme cambio. En mi libro hay una entrevista con
Rita Susmud, una señora democristiana, una pedagoga, que
era entonces la presidenta del Bundestag, del Parlamento alemán,
quien me dijo una frase fantástica: "las mujeres
se volvieron peligrosas cuando empezaron a leer y a escribir".
Ésa es una fuerza en la cual yo creo muchísimo.
Otro asunto es el de la cultura del
consumo. Ya sé que esto no es muy habitual que se mencione
porque no estamos en Estados Unidos, país del cual soy
una gran admiradora y, al mismo tiempo, una gran detractora,
donde las mujeres son conscientes de que son una fuerza económica
porque son las que hacen las compras familiares. Aquí
esta consideración pasa totalmente desapercibida; de hecho,
han sido los americanos los que me han hecho darme cuenta de
que, si las mujeres la saben aprovechar, esta cultura de consumo
a cuya cabeza se encuentran puede servir para controlar que no
se hagan productos incompetentes, adulterados, etc. Esto quiere
decir que hay ahí todo un terreno muy importante y muy
interesante que únicamente ha sabido aprovechar la publicidad,
eso sí, dirigida sobre todo a nosotras.
Más cambios decisivos los tenemos,
por ejemplo, en el derecho a voto, evidentemente -algo que de
puro obvio es redundante-, lo que nos convirtió en ciudadanas,
que no es poco; o en el poder de organización que hemos
alcanzado gracias a esas feministas radicales que ya he mencionado,
porque hasta entonces estábamos aisladas en nuestras casas.
Hay quien sostiene, como la historiadora Carmen Iglesias, que
las mujeres empezaron a organizarse y a salir de casa cuando
nacieron los grandes almacenes, así que ahí tenemos
ligadas las culturas económico-consumista, social, etc.,
porque después de las compras se iban a tomar el té,
se contaban sus cosas y se empezaban a organizar.
Éste es para mí el esquema
básico que ha marcado nuestra evolución; por supuesto
que puede haber muchos más, pero, a mi entender, estos
son los más representativos. Ahora bien, lo interesante
de todo esto es ver cómo se han presentado, que han sucedido
paulatina y simultáneamente, y, sobre todo, que han tenido
también su cruz. Hasta el momento, hemos comentado la
cara, la parte positiva; pues bien, a continuación comentaré
su parte negativa, ya que también han traído consigo
otro tipo de cambios muy diferentes.
Hemos hablado de la responsabilidad
al formar una familia, de la independencia económica,
de la gratificación sexual, etc; no obstante, con respecto
al primer asunto, creo que muchas mujeres -y esto lo explico
en mi libro- han mirado y miran la maternidad como un obstáculo
para el nuevo papel social que asumen. Es decir, la mujer, al
salir a trabajar se ve abocada, evidentemente, a realizar su
faceta profesional, en la que tiene que ser buena, sin mediocridades,
incluso mejor que el hombre, por lo que la maternidad se convierte
en un inconveniente. Los demógrafos saben muy bien que
la causa de esta natalidad baja que tenemos es, precisamente,
que las chicas jóvenes no se lanzan a tener hijos hasta
que no tienen el trabajo afianzado. Además, esto ya no
se produce sólo por deseos de igualdad, sino porque, dentro
de poco, nadie podrá prescindir del doble salario en la
familia -otra situación que se nos escapa un poco de lo
que tratamos ahora-. Así que nadie puede negar que la
maternidad se contempla hoy día como obstáculo,
y más si tenemos en cuenta los avances de la genética,
la fertilización in vitro, los úteros artificiales
o las madres de alquiler. No soy yo la única que lo dice;
por ejemplo, hay un libro interesantísimo que se llama
Política de sexos, publicado en Taurus, de una
filósofa francesa que, casualidad, es la mujer de Lionel
Jospin -pero piensa ella misma-. Esta mujer, frente a las tesis
clásicas, reivindica la maternidad como atributo específico
de la mujer y fuente directa de nuestro poder. De su libro me
han impresionado las citas; nunca había visto reunido
en un libro de filosofía el pensamiento masculino sobre
la reproducción, ni las cosas que dice Aristóteles
acerca de que la mujer no da a luz, sino que simplemente es la
nodriza de la semilla que deposita en ella el hombre.
La verdad es que hace que me explique
un montón de cosas que han venido después, y de
ahí que yo piense que el tema de la maternidad es un tema
muy serio. A lo mejor no podemos aceptar alegremente que se nos
fabrique a los niños en un laboratorio. A propósito
de esto, yo digo a veces que un día iremos a comprar a
los niños a una farmacia, que hablaremos del parto y nos
preguntaremos "¿qué era el parto?". Hay
un debate en internet sobre si la menstruación está
obsoleta, ya que se ha inventado una píldora según
la cual, en vez de tener nuestras 12 ó 13 reglas anuales,
tendremos tres. Hombre, de esto a no tener ninguna regla, hay
un paso, y de no tener ninguna regla a que los niños se
hagan solos, o los haga un señor científico ó
con perdón de los caballerosó..., en fin, habrá
que vigilarlo.
Otra cruz es, sin duda, la cuestión
sexual. Si antes hemos hablado de las relaciones íntimas
como gratificación, hay que señalar también
que el sexo todavía tenía mucho de tabú
para las mujeres de mi generación, y eso que, de alguna
forma, tenemos la suerte de estar entre la píldora y el
Sida -las jóvenes lo tienen más complicado-. Ahora,
en cambio, se ha convertido en una obligación comercial;
es decir, en menos de 50 años se ha pasado de hablar del
tema por lo bajo, como si no existiera, a que nos salga por las
orejas. Si nos descuidamos, podríamos decir que las patatas
fritas las comemos porque llevan un reclamo de sexo, como bien
saben los publicitarios. Ahí está el problema,
un asunto que las nuevas generaciones lo tienen absolutamente
delante, este erotismo de consumo que puede acabar convirtiendo
el sexo en una obligación social. Para mí es un
gran debate que simplemente apunto, puesto que no estoy preparada
para profundizar en él.
Siguiendo con las "cruces"
de estos cambios, he de apuntar otro asunto que todavía
no había comentado. Yo me tengo a mí misma por
una experta en moda; he hecho algunos libros sobre el traje,
por poner un ejemplo, y, realmente, en su historia de los últimos
100 años, ves cómo el cuerpo humano, más
el de la mujer que el del hombre, por supuesto, se ha ido liberando.
Hemos pasado de tener un cuerpo encerrado -las mujeres no enseñaron
las piernas hasta los años 20- a poder enseñar
lo que queramos, y todo el mundo se queda tan pancho. Pero no
sólo esto, sino que también hemos pasado de querernos
liberar a ser esclavas de la belleza. La verdad es que nos hemos
liberado de muchas cosas gracias a la higiene, al deporte, etc,
y la salud también ha obligado a mostrar más el
cuerpo. Sin embargo, ahí están lo que podríamos
denominar industrias de moda o de cosmética, que han decidido
que, al igual que uno programa las vacaciones, uno programe su
cuerpo. De hecho, han mostrado un poder ilimitado para que las
mujeres podamos parecernos a lo que queramos; es decir, si queremos
convertirnos en Greta Garbo podemos hacerlo, si queremos ser
Madonna nos teñimos el pelo; y así con todo. Es
absolutamente inaudito, aunque si no hubiera consecuencias tan
tremendas como la anorexia y la bulimia, que son una verdadera
plaga, ni me molestaría en mencionar tal cuestión.
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