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La periodista y escritora, Margarita Riviére |
El primer libro que hice junto con el ginecólogo Santiago Dexeus fue el primer manual de anticonceptivos que hubo en España, en el año 1977. Cuando ese libro se publicó, todavía existía el antiguo código penal, cuyo artículo 416 prohibía divulgar los anticonceptivos. No estaba prohibido consumirlos ni venderlos, estaba prohibido divulgarlos, así que corríamos el riesgo de ir a prisión, cosa que no se produjo porque estábamos en los albores de la Constitución, aunque en la presentación del libro teníamos nuestras reservas. Y a decir verdad no aparecieron los grises, la policía de entonces, sino que apareció óparece imposible, da risa ahoraó un grupo de feministas radicales para boicotear el acto ¿Por qué?, pues, aunque parezca inverosímil, porque estaban en contra del acto sexual entre hombres y mujeres; de la penetración, en concreto.
Esto, que explico al principio de mi libro, nunca lo entendí. De alguna manera, me distancié desde ese momento de muchísimos de los grupos radicales del feminismo; mujeres que, sin duda, han tenido un enorme mérito, porque seguramente no estaríamos aquí, charlando sobre nuestro papel, si ellas no hubieran luchado, pero que, al mismo tiempo - todo tiene su lado bueno y su lado malo -, también crearon en todo el mundo una imagen de nosotras muy terrorífica, lo que parecía indicar que no se nos podía decir nada. Es decir, ha habido todo un problema al respecto.
A estas experiencias llegué de varias maneras, sobre todo profesionalmente. Yo me he dedicado durante tres largos años a entrevistar gente a diario en La Vanguardia, y el tema de las mujeres, de lo que éstas cambiaban, salía periódicamente, hablara con quien hablara. Por ejemplo, recuerdo una entrevista al sociólogo mentor de Anthony Blair, que fue el primero que me hizo caer en la cuenta. Me dijo que lo más importante que ha pasado en el siglo XX es la revolución de las mujeres -y si este señor lo dice, habida cuenta de que ha escrito algún libro sobre el asunto, será que tiene razón-. Otros más hablaron de lo mismo. La verdad es que, a pesar de lo anterior, cuando se acabó la sección hice un balance y, de 600 entrevistas, sólo había 230 con mujeres, con lo que mis colegas me decían "pero bueno, ¿no estás diciendo tú que las mujeres suben tanto?; entonces ¿cómo es que hay tan pocas mujeres?". Yo les contestaba "sí tenéis razón, mea culpa, no he encontrado más", pero, aun así, el director de La Vanguardia de aquella época, Juan Tapia, me pidió que hiciera una serie de entrevistas solamente con mujeres para el dominical. Estuve a punto de negarme, porque pensé "¿sólo con mujeres?, ¿y de dónde las saco?". Finalmente, salieron series de 30 mujeres para el suplemento, que, junto a esas 230 anteriormente citadas, darían pie a este libro.
Estas mujeres me abrieron los ojos, me hicieron ver que algo muy serio estaba pasando; algo bastante mucho más profundo y tranquilo en medio de toda aquella efervescencia que vivimos en los años 60, tanto en España como en otras partes del mundo, lo que ha provocado que la revolución no haya sido fruto únicamente de cuatro iluminadas más o menos potentes, sino de una gran mayoría.
A partir de esas conversaciones, empecé a reflexionar, llegando a la conclusión de que hay nueve causas -que ahora mencionaré- por las que las mujeres han cambiado en un asunto fundamental: la idea que tienen de sí mismas. Esta frase, que no es mía, sino de una periodista y ex- ministra francesa absolutamente lúcida a la que entrevisté en esta serie, es crucial a la hora de entender nuestra evolución. Parece mentira, por ejemplo, que el parto ya no sea una amenaza cuando hace 100 ó 50 años las mujeres todavía lo temían. Los alumbramientos se producían en circunstancias espantosas, con lo que no eran trámite agradable. Con la aparición de los anticonceptivos, otro de los grandes hitos, hemos adquirido una mayor responsabilidad a la hora de tener hijos, de ser responsables de la reproducción de la especie. En este momento, la posibilidad de tener hijos no deseados es algo en lo que todas las mujeres piensan -creo que es bueno constatarlo-; antes, eso no ocurría, y a mí se me educó en aquello tan clásico de traer al mundo los hijos que Dios quiera, pero creo que el ser humano puede responsabilizarse, al menos, de la calidad de vida de sus hijos. Para mí, ésta es una de las explicaciones de la baja natalidad en España.
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