Mercé Rivas,
directora de comunicación del Comité español
de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
'Los sueños de Nassima
bajo el régimen talibán'
Para comenzar, me gustaría señalar
que la población afgana ha tenido varias alternativas
a lo largo de su existencia y en lo que respecta a la situación
de su país: unos han luchado -pocos han sido, pero lo
han hecho-, es decir, ha habido una resistencia interna; otros
se han conformado con lo que hay y algunos otros se han exiliado.
De hecho, antes de los terribles acontecimientos del 11 de septiembre,
ya había cinco millones de refugiados; cinco millones
de personas que tuvieron que salir de un país de 22 millones
de habitantes, una cifra realmente elevada. Y, de esos cinco
millones, la mayoría marchó a Pakistán y
un millón y medio se fue a Irán. Pues bien, estas
idas y venidas son las que se reflejan en mi novela, Los sueños
de Nassima, que acaba de manera esperanzadora ya que el padre
de la protagonista, de Nassima, quiere sacar a su mujer y a su
hija del país para que se vayan a vivir a otro lugar con
un familiar porque cree que es lo mejor que puede hacer por ellas,
aunque éstas se nieguen y prefieran permanecer en su país.
Ahora, ocurre una cosa que debemos tener muy en cuenta: que la
historia termina antes de la fatídica fecha del 11 de
septiembre. De no haber sido así, de haber finalizado
tras el suceso, quizá hubiéramos tenido que cambiar
el final.
Desde luego, han pasado cosas muy distintas
a las hasta entonces ocurridas, ante las que la población,
como ya he mencionado, ha reaccionado de diversas formas: bien
quedándose para luchar, bien cruzando la frontera tras
pagar cantidades impresionantes por hacerlo (cien dólares
por familia, que es una barbaridad), puesto que era el único
medio de que muchas madres pudieran salir del país con
sus hijos, se libraran, así, de una guerra inminente y,
sobre todo, éstos no fueran reclutados. Cosa sorprendente,
por cierto, habida cuenta de que en los 22 años de guerra
que a continuación analizaré someramente se han
producido todos los tópicos posibles en semejante ambiente;
entre ellos, el de los niños reclutados tanto por los
talibanes como por los de la Alianza del Norte para ejercer de
soldados. Así que es evidente que la situación
ha cambiado, hasta el punto de que esas mujeres que ni siquiera
podían salir si no eran acompañadas por un hombre
se han liado la manta a la cabeza, ellas solas han cogido a sus
hijos y han pagado cantidades desorbitadas (con lo que los traficantes
de personas han hecho el agosto) por cruzar la frontera montaña
a través y huir del país no sólo para poner
a salvo a sus hijas, sino también para impedir que sus
hijos se conviertan en soldados.
Pero retrocedamos en el tiempo y dejemos
estas cuestiones a un lado porque es importante que todos sepamos
que Afganistán no ha sido siempre así. Es cierto
que hay todo un estereotipo creado acerca del país y que
todos tenemos la imagen de los talibanes haciendo de las suyas
como si de una fotografía fija se tratara; no obstante,
esto dista mucho de la realidad de hace un tiempo. Hace 40 años,
Afganistán tuvo una Constitución laica, una Loya
Jirga, que viene a ser el Parlamento de aquí, en la que
participaban mujeres (en el Consejo de ministros, por ejemplo,
había cuatro ministras, y el 15% de los diputados eran
mujeres), y la vida cultural de la ciudad de Kabul era bastante
intensa; todo eso, cuando aquí ni siquiera nos lo planteábamos.
Por tanto, pocos consejos debemos dar a las mujeres afganas,
puesto que saben de sobra lo que hay que hacer. Y lo que hay
que hacer es ayudarlas para que sigan adelante, ya que, paradójicamente,
han sido la columna vertebral del país durante mucho tiempo.
De hecho, cuando los soviéticos invadieron Afganistán,
los hombres se fueron a la guerra y las mujeres tomaron las riendas
de la sociedad civil, lo que significa que un 70% de la administración
estaba compuesta por ellas, que había un 60% de doctoras
y que otro 50% eran maestras; así que la sociedad estaba
en sus manos. Por eso, cuando los talibanes las meten en su casa,
dicha sociedad civil se viene abajo.
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