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Transcripción de la conferencia "El juego de la memoria: luna lunera" de la escritora Rosa Regás 3

Además, hay un aspecto importante que han recalcado los medios de comunicación: la recreación del ambiente de la postguerra, es decir, la recuperación de la memoria histórica. No es que yo la haya recuperado en su totalidad, sino que he contribuido a tal hecho. Yo soy absolutamente partidaria del rescate de dicha memoria, tal vez porque, durante cuarenta años, se nos ha prohibido hablar de ella. Me contaba José Luis Borau el otro día que, en casa de su madre y de sus tías, en la época de la postguerra, cuando se hablaba de los obreros se bajaba la voz, ya que esta palabra, como -sindicato- etc, no se podía decir. Nosotros hemos pasado 40 años en los que no hemos hablado, ni en las escuelas ni casi en la vida social, de la guerra o de la postguerra, y, desde luego, nada de la República. Nos han acostumbrado a ser así, y, de hecho, me chocó mucho la carta de un joven ñasí se definía él mismoó que apareció en La Vanguardia con motivo de la publicación de esta novela; en ella decía algo como ´¿por qué volver a hablar de este asunto de la postguerra?; esto ya está superado', y yo me dedicaba a analizar su reflexión: ´pero ¿qué quiere decir con que ya está superado?. La verdad, sigo sin saber qué quería decir con ello ¿Está superado el imperio romano? Si está superado, ¿por qué tenemos que leer Yo, Claudio?, o ¿por qué tenemos que ver películas de romanos? Asímismo, ¿está superada la guerra del Vietnam? Entonces, ¿por qué aparecen cada día películas sobre esta batalla o novelas y libros de investigación? ¿Está superado el Oeste americano? En definitiva, ¿qué quiere decir ´está superado'? Nuestra historia es nuestra historia; si no la conocemos, si no tenemos raíces, somos incapaces de tener un criterio sobre lo que nos está ocurriendo; si nos han manipulado nuestra propia historia, cosa que acostumbra a hacer la Derecha óque no solamente la manipula sino que también la imponeó, ¿qué sabemos de nuestro pasado?, ¿dónde echamos raíces?, ¿cómo miramos el presente?, y, desde luego, ¿cómo preparamos el futuro? Me gusta decir y pensar ólo creo sinceramenteó que los pueblos sin memoria histórica son pueblos esclavos, porque cualquier persona puede venir y meterles el vacío en el alma.

Se lo pueden meter con cualquier historia que se inventen, por eso a mí me horrorizo tanto, una vez que estuve en Barcelona -yo vivo en Madrid pero soy de Barcelona, y quiero a mi ciudad mucho-, oir a alguien de los convergentes explicar de un plumazo la guerra civil, diciendo que, durante la misma, los catalanes habían luchado contra el fascismo español. Me quedé atónita, absolutamente perpleja, porque, realmente, en Cataluña, como en el País Vasco, como en Galicia, como en Madrid, como en Andalucía..., hubo una parte de gente que luchó contra los fascistas y otra parte que se puso a favor de ellos. Más bien fueron los ricos quienes se pusieron entre los segundos, mientras la gente humilde pensaba que con el Frente Popular y la República ganarían algo; así que fueron estos últimos quienes se exiliaron o murieron, pero nadie volvió hablar de este asunto.

Por tal motivo, a mí sí me interesa recuperar esta parte de nuestras biografías y recordar que las cosas ocurrieron de una manera muy distinta a como nos las han contado; no porque yo crea que es mi deber hacerlo -mi deber es escribir una buena novela-, eso es evidente, sino porque, como yo soy una persona comprometida, de alguna manera también debe serlo mi literatura, y debo explicar al mundo lo que ocurrió en una minúscula versión, que es la mía. Así pues, se trata solamente de esto, de contribuir a la verdad, y la verdad no la puedo dar yo, ni puede ser la verdad oficial, ni puede ser la contraverdad, ni la puede dar otro, sino que la debemos dar entre todos. Cuantas más versiones haya de los hechos sangrientos de nuestra historia, tanto mejor; todos colaboramos con nuestro pequeño granito para poder ver un pedazo de la realidad.

Es un caleidoscopio en el que, como un rombo de mil lados del que cada uno ve su parte, la realidad no es nunca lo que nos quieren decir, no es nunca lo que escribe un libro de texto; más bien es una parte pequeñita de la versión de cada uno, de las personas que tienen memoria. Por eso yo creo que si he contribuido de alguna manera a recobrar un fragmento de nuestro pasado, de lo que fue la Barcelona de esta época, deberé estar contenta, aunque soy consciente también, como he dicho antes, de que no era éste mi objetivo prioritario, sino, simplemente, el contar una historia que ocurrió en este tiempo y, además, sin esconder nada, procurando tener mucho coraje. A propósito de lo dicho, recuerdo que fui jurado del Premio Alfaguara de Novela hace dos años, y uno de los dos premiados era un chico que escribió un libro titulado Caracol Beach, novela que les recomiendo vivamente y que relata la existencia de un cubano que fue a la guerra de Angola y quedó trastocado. Es una narración preciosa óno se la cuento, léanlaó, pero, aparte de su belleza, que no es lo más importante, a mí me impresiono el que fuera una novela en la que el autor había echado todo el valor que tenía; se notaba en cada página, en cada metáfora, en cada adjetivo, en cada diálogo. Fue tal mi entusiasmo que, cuando acabé la obra, volví a empezar y dije ´yo nunca más volveré a escribir algo sin echarle todo el coraje del que soy capaz'. Ése es el motivo de que haya vertido en mi narración todo el valor posible, incluso para explicar cosas tan dolorosas, tan tristes, como el papel de la Iglesia Católica en los años 40. Las personas que tengan mi edad óya quedan muy pocas; yo soy una de las más mayores que hay aquíósabrán que el papel de la Iglesia fue pasarse directamente al fascismo.

Y no pasa nada, todo el mundo conoce la Historia y todos sabemos que ha habido periodos de todo; de Inquisición, de grandes personalidades de la Iglesia que se han comportado muy bien, sobre todo cuando se han puesto a favor de los pobres y de los desheradados, etc. No obstante, no podemos negar que, en los años 40, la mayoría de los sacerdotes se pasaron, como digo, al bando fascista, y esto lo sé porque lo viví: yo estaba en el Tribunal Tutelar de Menores cuando era una niña pequeña, y era un organismo dependiente de la Iglesia, así que les ahorro los sufrimientos brutales a los que fuimos sometidos yo y todos los que estábamos allí. La manera truculenta en la que impedían que los padres republicanos o pertenecientes a algún partido político pudieran estar con sus hijos, está reflejada en el libro, y no lo he puesto tanto por vengarme, como comprenderán no hay venganza que recupere los años que te han quitado, cuanto porque el ambiente de la época era de esa manera. Yo no pude evitarlo, yo no hice nada, era una niña pequeña, lo cual no quita para que yo lo cuente, repito, tal y como fue, y no porque crea que el escritor, en general, tenga el deber de escribir una novela comprometida, sino porque sí debe hacerlo si él es comprometido.

Decía Susan Sarandon, que es una actriz que yo admiro muchísimo -no sé si ustedes recuerdan aquella maravillosa película que se llamaba Thelma and Louise, película que me produjo una rabia inmensa ver porque pensé ´ésta es la película que yo hubiera querido escribir'-, en unas declaraciones en no sé qué festival, que aprovecha su fama para denunciar la injusticia que ve a su alrededor. Yo no digo que sea obligación del artista; sin embargo, cuando se encuentra a uno que tiene el valor de decirlo, la verdad es que se siente un halo de esperanza respecto a la raza humana.

Dejando este asunto del compromiso aparte, lo cierto es que, cuando ya se ha acabado de escribir una novela -yo acabé de escribir esta última en el mes de marzo de 1999 y he tardado 5 años, de los cuales 3 fueron dedicados a encontrar las voces que ya les he citado y el resto se emple- para desarrollarlaó, uno se queda fascinado con su propia historia. Más que fascinado, está metido en ella, diría yo. Para escribir un relato, lo más importante es obsesionarse de tal modo que uno acabe viviendo en el mundo que está creando de una manera mucho más real que en el mundo propio. Por ejemplo, recuerdo que, cuando escribía mi primera novela, estaba en una habitación de un pisito que tenía en Ginebra y no acababa de encontrar las palabras. Estaba yo metida ahí dentro, en el asunto de los árboles del lugar, y no me acordaba de cómo se llamaba un árbol, así que, de repente, cambiaba y había una ventana, y de repente veía un paisaje y decía ´¿y eso?, ¿qué pasa?'. Eso se debía a que estaba metida en el paisaje que describía, y lo vivía de tal manera ócuando escribo vivo tan obsesionada que voy por la calle pensando- que no entiendo cómo vivo yo cuando no escribo una novela ¿De qué vivo? Me parece increíble que se pueda vivir sin tener una novela a medio escribir, aunque sea tan difícil para una mujer con niños escribir libros.

De hecho, hay muy pocas mujeres con niños que escriben novelas, pero las que hay merecen toda mi admiración. Yo, desde luego, sería incapaz; tal y como está el mundo de la mujer hoy en día -todas vosotras, y todos vosotros, lo sabéis-, con el trabajo, con los hijos, con la responsabilidad de la casa, con toda esta lluvia que nos cae encima, con la cosa ésta de que, encima, tenemos que estar guapas, y poner bien la mesa, y poner los ramos de flores, y preparar las vacaciones, es bastante imposible tener un lugar libre en la mente donde fabular. Decía Virginia Woolf que hace falta una habitación propia para escribir, pero yo creo que no es lo único: también es necesario un lugar libre en la mente donde crear este mundo y perpetuarlo, para que se vaya adueñando de nosotros de tal manera que nos entre la obsesión.

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