Rosa Regás, escritora
VITORIA, 2 de diciembre
de 1999
EL CORREO |
La escritora, Rosa Regás,
con su libro "Luna lunera" |
Tengo que hablarles de mi novela,
Luna lunera, y la verdad es que, para un autor, hablar
de su novela es un ejercicio casi más duro que escribirla,
porque, cuando uno escribe, escribe en un espacio recóndito
y escondido, y no tiene a nadie quien le escuche, y, cuando una
cosa no le sale bien, la puede borrar y puede volver a empezar;
no tiene más que buscar y hurgar dentro de sí mismo.
Mientras, yo, ahora, les tengo que contar lo que he querido decir
con esta novela: qué supone en mi propia obra, porqué
la he escrito y una serie de cosas que, si soy sincera, no las
sé muy bien. He tenido que hacer un pequeño esfuerzo
y un pequeño esquema para ir buscando, también
dentro de mí misma, la respuesta a todas estas preguntas.
Quisiera decirles, en primer lugar,
que yo soy una escritora tardía: empecé a escribir
hace once años. Por eso creo que muchas veces me invitan
a dar conferencias para demostrar que siempre es posible desarrollar
las vocaciones no precoces, que nunca es tarde. Si yo he podido
escribir mi primera novela a los 56 años, creo que todo
el mundo puede hacerlo. Excepto si quiere ser bailarina una persona
de 60 años, claro está, todas las demás
cosas se pueden hacer, y ése es un mensaje esperanzador
que parezco llevar escrito en la cara. Acaba de decir mi presentador
que esta novela es dura pero también alegre y apasionada;
así soy yo, como así lo es cada persona que desarrolla
capacidades nunca realizadas a lo largo de la vida por miles
de razones: las mujeres, porque tienen hijos, y casa, y marido;
los maridos, porque tienen hijos, y casa, y mujer, y trabajo,
y ganas de luchar, y de divertirse, y de pasear, y de pescar,
y de tomar el sol.
Siempre llega un momento en el que
nos queda el tiempo más a nuestra medida, y si tenemos
un poquito de coraje, solamente un poquito, empezamos a buscar
dentro de nosotros mismos aquello que no hemos realizado todavía
en la vida para comenzarlo por fin. Esto es lo que yo hice en
su momento: yo me casé muy joven, tuve muchos hijos, monté
una editorial, tuve muchos amigos, me divertí muchísimo,
lo pasé muy bien, y, de repente, de pronto, me dí
cuenta de que había plantado muchos árboles, había
leído muchos libros, había tenido muchos hijos
pero no había escrito ningún libro todavía,
por lo que pensé ´como no me dé prisa, me
habré muerto sin escribir este libro que quería
escribir desde niña'. Todo esto se lo cuento precisamente
porque yo quería escribir Luna lunera desde muy
pequeña. Yo no sabía entonces que se llamaría
así; sin embargo, sí quería relatar la historia
que cuenta, una historia que se basa en mi propia infancia. Es
una historia tan cruel y tan dura, a la par que redonda y perfecta
como narración literaria, que muchas veces me pregunto
si el afán que siempre he tenido por escribir y que no
he desarrollado hasta tan tarde, como les decía, no respondía,
simplemente, a las ganas de contarla -claro que también
es cierto que, cuando un escritor concibe un relato, siempre
le parece que ha querido ponerse a escribir para dar rienda suelta
a su desarrollo-.
Quizá lo que pasa es que Luna
lunera es la última historia que he escrito y, entonces,
todos mis deseos, todo mi romanticismo, toda mi pasión,
los he volcado en esta novela, lo cual no quita para que sea
mi obra más personal al basarse en una parte importante
de mi propia y "dickensiana" infancia.
Cuando quise empezar a escribir hace
muchos años, hace 10 o 12 años, lo hice porque
me encargaron un libro. Yo estaba por aquel tiempo en Ginebra,
haciendo de traductora de las Naciones Unidas, y me llamó
un amigo. Hacía tres años que había vendido
la editorial y había cambiado de oficio, una cosa que
me encanta hacer cada 10 años: cambiarlo todo e irme a
vivir a otra ciudad; no teñirme el pelo, pero sí
cambiarlo todo y volver a empezar, como esas cosas que hacemos
cuando empezamos un nuevo cuaderno y pensamos ´siempre
lo voy a escribir así', para luego no seguir ese criterio;
o como cuando llega el fin de año y decimos ´este
año voy a hacer gimnasia tres veces por semana'. Naturalmente,
pasa el año y no hacemos nada, pero vuelve el próximo
año y volvemos ópor lo menos yo síó
a hacer nuestros propósitos. Aun así, a mí
me gusta, como estaba diciendo, cambiar de vida de vez en cuando,
cosa que he hecho cada diez, doce o catorce años.
A raíz de este cambio fue cuando
pensé que había llegado el momento de ponerme a
escribir. Tenía mucho tiempo libre, a las cuatro de la
tarde acababa de trabajar y hasta las doce de la noche en Ginebra
no tenía absolutamente nada que hacer, pero, para mi asombro,
con todas las ganas que yo tenía de escribir, con todas
las ganas acumuladas en todos los años de mi vida, me
dí cuenta de que no tenía ninguna historia que
contar, y si tenía alguna, era absolutamente insulsa,
sin la menor gracia. Me decía ´¿qué
pasa?, øqué es lo que tengo? Tengo ganas de escribir,
pero no sé qué'. Me hizo falta mucho tiempo y mucha
introspección para darme cuenta de que yo quería
escribir no sólo para contar una historia, sino también
para saber qué era lo que quería decir, como si,
una vez empezadas las primeras frases, fuera tirando del hilo
y apareciera la protagonista, y luego su peinado, y su infancia,
y sus padres y amigos, y el ambiente y la situación; todo
esto con un esfuerzo brutal. Cuando hube terminado la primera
novela pensé ´ya está, ya sé lo que
tengo que hacer: tirar del hilo', pero la experiencia siempre
viene a desmentir aquello de lo que estamos absolutamente seguros.
Yo estaba absolutamente segura de tener en mis manos el secreto
de la escritura, que consistía en ponerme y, como digo,
tirar del hilo. Por decirlo de otra manera, es como si hubiera
tenido un bloque de madera y hubiera quitado lo que sobraba para
que apareciera la figura. Así lo hice en mi primera novela:
fui tirando del hilo y escribiendo, descubriendo, simultáneamente,
de pronto, de qué quería hablar.
Efectivamente, salió la historia
de una mujer que primero estaba protegida por su padre, después
por su marido y después por su amante; sin embargo, ella
acababa, por una serie de historias que no les cuento porque
no he venido aquí para hablar de este libro, sino de otro,
cogiendo su vida con sus propias manos. Todo esto transcurre
en un ambiente de campo, del Ampurdán, donde yo tengo
mi casa, y, bueno, me pareció que la novela había
quedado, por lo menos, decentemente bien.
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