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AULA DE CULTURA VIRTUAL

 

PICASSO Y LAS MUJERES


Dña. Paula Izquierdo
Escritora


Bilbao, 19 de enero de 2004



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En 1901-1902 Picasso sustituyó su firma: abandonó el "Pablo Ruiz Picasso" por la que utilizará el resto de su vida: "Picasso". Esto que puede resultar anecdótico, en palabras de Stoichita, "refleja el distanciamiento familiar, motivado y sustituido a la vez por una independencia artística y bohemia que le lleva a dejar los ambientes y sujeciones académico-familiares por la libertad de una vida anárquica y desordenada de pintor nocturno". En esta época, él prefiere adoptar el nombre de su madre y este dato creo que es bastante significativo. Las obras realizadas durante este período reflejan su interés creciente por el ambiente de los burdeles tanto de París como de Barcelona y de su ciudad natal Málaga. Dice Stoichita: "Su obra parece presidida por una obsesión: la visión de la mujer como sexo misterioso y fascinante". Obsesión que no abandonará a lo largo de los años, aunque sí sufrió una variación, y es que se hizo más sofisticada.

La fascinación por la mujer le lleva a explorar su mundo desde ángulos muy diversos, siempre a la búsqueda de su escondida esencia diferenciadora, que el joven Picasso expone a la contemplación. Esta búsqueda de lo primigenio le acerca al mundo del románico, al de la estatuaria africana o al de las estatuillas ibéricas. Resulta muy interesante, tal como afirma Stoichita, "seguir la dialéctica del velar y desvelar la intimidad del cuerpo femenino en lo que será una de las mayores aventuras y retos de la creación picassiana, la preparación de Les demoiselles d'Avignon, es decir, uno de los cuadros más importantes de Picasso que son Las señoritas de Avignon, que si ustedes recuerdan el cuadro son prostitutas de Avignon precisamente. En esta época de preparación al primer cubismo, el arte africano le descubre el valor totémico de la mujer, vista como fuerza telúrica y primordial".

Los retratos de Olga Koklova, la mujer que contemplamos en los albores de su unión, en 1917, no se parecen en ningún aspecto a los que pintó en la última época, cuando la relación estaba tocando a su fin. Este mismo proceso de corrupción de la imagen de la mujer se reproduce con Françoise Gilot, a quien, al final de su vida en común, una vez que ella le había abandonado, la retrató con el rostro partido por la mitad.

A Picasso le gustaba explorar los límites de la sexualidad. No sólo quería satisfacer sus deseos sexuales, sino elevarse entregándose a aquello que la cultura prohibía. Bataille estaba fascinado por la unión de sexualidad, transgresión y trascendencia que experimentaba Picasso. Según Bataille, "Picasso descubría el sentimiento de violencia elemental que inflamaba cada manifestación erótica. Por esencia, el terreno del erotismo es el terreno de la violencia, de la violación...".

Dijo Picasso: "Las mujeres son máquinas para sufrir". Picasso clavaba la mirada con sus grandes ojos "como un hipnotizador". "La magia de la ‘mirada fuerte’ –tan valorada por los andaluces, quienes creen que el ojo es parecido a un órgano sexual y que la violación puede ser ocular– era infalible", señala Richardson.

Brassaï escribió respecto a sus grandes bandazos a lo largo de su vida, no sólo artística sino también amorosa. Brassaï dice: "Cada vez que hace tabla rasa es definitivo, irremediable. ¡Es su fuerza! La clave de su juventud. Como una serpiente que muda, deja su piel vieja detrás de él y empieza una nueva vida en otro lugar... Después de una ruptura, jamás volverá la cabeza atrás. Más prodigiosa que su memoria, en su facultad de olvido". En esta época, era Dora quien iba a ser sustituida por Françoise Gilot. Lo cierto es que Picasso no tenía necesidad de mirar atrás, su cohorte le seguía y le siguió, algunas hasta la muerte.

En mayo de 1943 Picasso conoció a Françoise Gilot. "Él no disimula en absoluto que una nueva pasión ha entrado en su vida. Demasiado halagado, demasiado orgulloso de su felicidad de hombre, lo pregona. Pero no pienso que, como pretendía Max Jacob, hubiera preferido la fama de un donjuán a la de un gran artista. Siempre ávido y siempre harto como el seductor sevillano, no se deja subyugar nunca por una mujer si no es para liberarse al crear. La aventura amorosa no es, para él, un fin es sí misma, sino el estimulante indispensable de su poder creador, algo demasiado serio para tomarlo como cosa furtiva y clandestina. Prefiere lágrimas y dramas antes de correr un púdico velo sobre el nombre y el rostro de la amada. Casi gritaría su buena suerte a los cuatro vientos. Pero aunque él disimulara su amor, su pintura, sus dibujos, sus litografías, sus grabados, sus esculturas traicionarían a voces su secreto, al superponerse de inmediato los rasgos de su nueva elegida a los de la abandonada". Escribirá Brassaï a propósito de la personalidad de Picasso, y de cómo el amor, en este caso, por Françoise, es la savia de que se nutre para crear.

Picasso, una vez que había abandonado a Dora Maar para iniciar su relación con Françoise Gilot, seguía considerando a la fotógrafa de su propiedad. Dora Maar era una de las fotógrafas más importantes surrealistas que hubo en París. En una ocasión, cenando varios amigos, escribe Richardson, incluida Dora y su nuevo acompañante (un lord llamado James), el pintor montó un espectáculo de celos porque consideraba que James no podía tener trato con una mujer (Dora) que llevaba su propia marca.

"La ley de Dora" es como bautizaron Richardson y Douglas al hecho de que Picasso, cuando cambiaba de mujer, sufría una transformación en todas las demás facetas de su vida. "La sagaz e inteligente Dora Maar, amante de Picasso antes de Françoise, se había convertido en nuestra amiga y vecina, y, en el transcurso de nuestras conversaciones sobre la vida del artista, nos reveló su teoría de que, cuando Picasso cambiaba de mujer, cambiaba también todo lo demás: el estilo que caracterizaba a la nueva compañera, la casa o piso que compartían, el poeta que le servía de musa complementaria, la tertulia que le proporcionaba apoyo y comprensión..., hasta el perro que apenas se alejaba de su lado".

Un hombre como Picasso, para el que la actividad era sinónimo de vida y la pasividad sinónimo de muerte, ver a Françoise meditar durante horas debía resultarle algo desagradable. Cuando la relación entre ambos se deteriora, ella pasa muchas horas meditando y pensando en qué hacer con esta relación, ella creía y de hecho era así, él ya tenía una nueva amante. En una ocasión, poco tiempo después de que naciera su hijo Claude, en 1947, estando con Geneviève Laporte, Picasso afirmó: "Ver hacer un hijo a una mujer es para mí tomar posesión y esto me ayuda a matar los sentimientos que pudieran existir. No puedes imaginar cuántas veces experimento la necesidad de liberarme". Es decir, él hacía hijos a las mujeres para poderse liberar de ellas.






 

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