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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción de la conferencia 'La mujer en el siglo XX'- 2

Hay un estudio muy curioso sobre cómo se sienten los hombres y las mujeres después de un ataque de furia. Hagan lo que hagan, las mujeres siempre se sienten mal, se consideran perdedoras en todos los casos; si pueden controlar su irritación y reprimir su agresión, se sienten frustradas e impotentes; si lo expresan a través de las lágrimas, temen ser vistas demasiado infantiles y manipuladoras, y si responden con agresividad porque no pueden reprimirse, se arriesgan a perder la relación y a ser tachadas de histéricas. Es decir, para las mujeres furiosas no hay salida. Por el contrario, si los que atacan son los hombres, se les considera valientes, incluso heroicos, y si se retiran, son maduros. O sea que siempre terminan estos episodios como ganadores ­y así los cuentan­. No obstante, el miedo de los hombres a sentir curiosamente es lo que más ha influido en su relación con las mujeres. El miedo al sentimiento como debilidad, como pérdida de control y, por lo tanto, como pérdida del poder ha provocado reacciones negativas y temerosas hacia nosotras. El hombre ha elaborado sus teorías del mundo mucho más sobre las ideas que sobre los sentimientos, y para ellos, el sentir es cosa, o por lo menos lo era, siempre de mujeres, lo que en mi opinión ha sido un error, porque al rechazar de manera un tanto antinatural sus propios sentimientos y al sofocarlos o desviarlos como si con ello demostraran más fuerza, van creándose angustias reprimidas que terminan saliendo de forma inesperada y generalmente violenta ­un poco después les hablaré de la violencia­. Afortunadamente, los hombres comienzan a asumir los sentimientos y las emociones que siempre se habían considerado femeninas. Además, ahora resulta que nuestra sensibilidad y nuestra percepción, eso que llaman el sexto sentido, sentimiento siempre atribuido a las mujeres, constituye una forma de conocimiento que empieza a ser valorado positivamente.

Ahora bien, lo verdaderamente difícil es mantener nuestras conquistas sociales y profesionales sin renunciar a sentirnos bien emocionalmente. Y es imprescindible que las mujeres logremos la autonomía económica, política, laboral y sexual para estar satisfechas. El problema es cómo mantener esos derechos que en muchas ocasiones nos provocan disgustos y que nos causan cierta soledad. Decía Virginia Woolf que durante siglos, las mujeres han servido como "espejos mágicos" con un poder delicioso: reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural; los hombres, mientras tanto, siempre se han dedicado a mirar su propio ombligo Y yo me pregunto: ¿seguirá siendo cierto esto que decía la escritora? Parece que a los hombres les cuesta mucho salir de su ensimismamiento y ver lo que sucede en su entorno más inmediato porque siempre miran demasiado alto y demasiado lejos; nosotras, sin embargo, seguimos sin tener la suficiente autoestima. Creo que por eso dice Virginia Woolf que al sentir y actuar en función del hombre, las mujeres no sabemos realmente quiénes somos y nos hemos olvidado de sentir por nuestra cuenta. Y es curioso que fuera el propio Freud, después de tanta teoría en torno a las mujeres, quien reflexionara ya al final de su vida: "la gran cuestión que no he sido capaz de responder a pesar de mis treinta años estudiando el alma femenina es qué quieren las mujeres". Pues bien, yo le diría al doctor Freud que simplemente queremos lo mismo que los hombres: superar obstáculos para lograr cierta felicidad personal. Eso es todo lo que queremos. Lo injusto, lo único que nos molesta, es que los obstáculos sean más grandes o más numerosos que los de los hombres, porque los hombres tienen muchos, pero las mujeres todavía tienen alguno más. Y eso es lo que parece que no cambia y que tiene que ser inevitablemente así.

Si echamos una mirada muy fugaz y superficial al mundo, yo me preguntaría por qué en pleno siglo XXI dos millones de franceses pegan a sus mujeres y por qué, según la policía de Nueva York, si las cosas siguen al ritmo actual, una de cada tres mujeres neoyorquinas será violada. En la ciudad de Valencia, en un reciente encuentro internacional organizado por el centro Reina Sofía para el estudio de la violencia, se reunieron mil mujeres de 110 países para aportar sus conocimientos y sus propias experiencias sobre unas cuantas agresiones específicamente femeninas: sobre la violencia doméstica, sobre los conflictos armados, sobre la lamentable mutilación sexual femenina y sobre la explotación sexual. Las cifras son espeluznantes y demuestran que las mujeres son maltratadas en todas partes, no sólo en las zonas más pobres del Planeta, donde el hambre y la ignorancia incitan más a la brutalidad. Parece que los violentos no pertenecen a una determina clase social o nacionalidad; por desgracia, son universales. Y bien es cierto que cada tradición tiene su estilo propio de maltratar a las mujeres, unas ponen más énfasis en la agresión física; otras, en la psíquica, en la emocional o en la sexual, aunque en algunos sitios siempre aparece una combinación sutil de estas modalidades.

 

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