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Rosa Montero: Sí, es cierto. Ahora bien, "mi teoría", extraída de mis lecturas de los grandes historiadores medievalistas, es que lo que hoy llamamos "Renacimiento" no es más que los restos del naufragio del verdadero Renacimiento, que sucedió en el siglo XII. En el siglo XII se produjo una explosión de progreso y de modernidad, y el comienzo de lo que hoy somos está basado en esa época. En aquel entonces se repartió gran cantidad de cartas de libertad a los burgos; empezaron a crearse las ciudades modernas; y se recuperó el concepto de lo individual y del sujeto -perdido desde el mundo clásico-, con lo que empezó a valorarse la noción del derecho personal frente a la arbitrariedad y el poder abusivo. En definitiva, se inició una cierta racionalidad frente a la oscuridad del mandato divino anterior. Pues bien, ese momento de luz, esa explosión de modernidad, duró más de un siglo, por lo que hubo varias generaciones que la vivieron; después, efectivamente, fue aplastado por el poder autoritario y terrorífico de los reyes de la monarquía francesa, por el poder integrista, fanático y dogmático de la Iglesia de entonces, una de cuyas peores épocas fueron precisamente esos siglos -de hecho, la Inquisición fue creada por Gregorio XI en 1231 para aplastar esta modernidad-. Es decir, fueron años nefastos. Con todo y con ello -y a pesar de que, por ejemplo, los cátaros, gente muy racionalista y antiviolenta que formaba parte de esa modernidad, fueran aplastados-, quienes han terminado ganando no son los inquisidores, sino el mundo democrático de hoy, hijo de aquellos hombres. Por tanto, de alguna manera hay una fuerza en lo justo, en lo humano, en la rectitud y en la tolerancia que pasa por encima de todo. Al comienzo de mi novela coloqué una cita de Isaías: "La luz nacerá de las tinieblas". Yo creo verdaderamente en ello, algo que, dicho sea de paso, no quiere decir que nos sea dado, sino que, por el contrario, hay que pelearlo cada día. En el fondo de esa oscuridad está latiendo y creciendo la luz que acabará por vencerla. Como ves, mi novela es la más eufórica y exultante que he escrito; en ella se celebra esa fuerza de la vida y de la luz sobre las tinieblas, un cierto sentido de la armonía del mundo pese a todo. Félix Linares: De cualquier modo, yo siempre he creído que, lamentablemente, habrá una zona tenebrosa. Rosa Montero: Desde luego, una es optimista; pero no imbécil. Félix Linares: Lo que acabas de explicar es la tesis de la novela. Ahora bien, ¿qué cuenta La historia del rey transparente? En ella hay tremendas aventuras, amores apasionados, traiciones vergonzosas, matanzas indiscriminadas..., en fin, es una novela de aventuras como mandan los cánones. Sin embargo, contiene también unas pinceladas de literatura fantástica que los conocedores de este género agradecerán; hay algunos momentos en los que al lector le hace pensar si lo que está leyendo es la verdad o solamente una invención de la autora. ¿Cómo defines tu novela? Rosa Montero: Todos los escritores aspiramos a hacer nuestras obras lo más personales posible. Esa originalidad en la traducción del mundo es, verdaderamente, la búsqueda de la voz narrativa. En cierto modo, puede decirse que todos queremos nombrar el mundo de una manera distinta de la de todos los demás. Cuando he dicho que estoy más orgullosa y contenta de los dos últimos libros, quería decir, precisamente, que tienen una parte más original y propia. He estado escribiendo esta novela durante unos siete u ocho años; pues bien, a medida que iba viendo publicadas todas las novelas históricas que a lo largo de estos últimos años se han puesto de moda, iba pensando para mí que resultaba un fastidio notable coincidir en esta moda. Sin embargo, creo que es lo suficientemente original como para que el lector que la lea se dé cuenta de que es otra cosa. Este libro es una novela de aventuras "con trastienda" y con ingredientes fantásticos, los cuales encierran, como bien dices, una doble lectura, porque en cada momento fantástico el lector puede escoger entre creer en la solución fantástica o en la racional, que también se propone. Por ejemplo, mi protagonista -una campesina de quince años, sierva de un noble feudal, algo que en el siglo XII equivalía a ser un esclavo- se queda sola (sin padres ni hermanos) en mitad de una guerra. Para protegerse, entra en un campo de batalla por la noche, despoja a un caballero muerto de su armadura y se traviste de caballero. Empiezan aquí sus aventuras, que duran veinticinco años. Se encontrará muy pronto con una mujer llamada Nyneve, quien la acompañará en el resto del periplo. Esta mujer es de verdad una bruja artúrica que tiene quinientos años de vida, y es, concretamente -como dice ella-, la hechicera que encerró a Merlín dentro de la montaña. ¿Es esto verdad? ¿O es una pícara, una vagabunda, una antigua ladrona a la que han rebanado una oreja en castigo por robar? Yo quiero que el lector escoja lo que quiera. Desde luego, tengo claro qué es Nyneve, pero el lector construirá -como todos hacemos al leer- su propia novela en la cabeza. Félix Linares: Creo, además, que has tenido la habilidad de escribir desde diferentes posiciones. Obviamente, tu protagonista es una mujer, pero la vistes de hombre a las pocas páginas; después va cambiando de atuendo -y, en consecuencia, de personalidad-, lo que te permite presentar la vida de los hombres y las mujeres en el siglo XII; asimismo, esos hombres y mujeres son de diferente condición, porque atraviesan distintos lugares y mundos, y nuestra protagonista, por ejemplo, se persona en la Corte de Leonor de Aquitania, donde la vida transcurría de una forma muy distinta; y más tarde vive un tiempo en el castillo de una mujer especialmente malvada. Todo ello le permite asistir como protagonista a los torneos y, entre otras cosas, escribir el libro, dado que la historia está narrada desde la primera persona de la protagonista. ¿Pensaste en ello para que te permitiera mostrar todas las facetas, o simplemente porque "te apetecía" poner a una mujer vestida de hombre? Rosa Montero: No, no se escoge el libro que va a escribir, sino que el libro o la historia escogen a uno. Se parte de una idea (o una imagen) pequeña -a veces es una frase que se enciende en la cabeza; otras veces una breve idea que obsesiona y después empieza a desarrollarse-. Normalmente, paso año y medio o dos desarrollando mentalmente la historia y tomando notas, y después dedico otro año y medio a escribirla. En esta novela, con todo, esa primera parte de desarrollo duró mucho más. Hará unos diez años leí durante una temporada mucha historia medieval, por puro placer lector, y también libros de autores medievales como Chrétien de Troyes; inmersa en esa especie de hábitat mental, se me ocurrió de repente la idea. Concretamente era una imagen: en un campo del siglo XII, unos campesinos están arando sin animales, tirando ellos mismos del arado bajo un calor espantoso y en unas condiciones de vida durísimas, pero justo en el campo de al lado hay varios centenares de hombres de hierro tajándose, pegándose grandes mandobles, amputándose y destripándose en una de esas batallas brutales a las que se dedicaban los hombres de la guerra. Día tras día esa imagen regresaba a mi cabeza, y se convirtió en un auténtico sueño diurno, ese tipo de sueño que realmente se tiene con los ojos abiertos, pero que encierra la misma capacidad de impacto emocional que algunos sueños nocturnos. A pesar de que no sabía quiénes eran los campesinos ni los guerreros, la imagen tenía tal potencia para mí, era de una tal veracidad, que decidí contarlo. Tras ello, inmediatamente después me surgió la idea de la protagonista tal como la he descrito. Ahora bien, ¿cómo surge eso? La verdad es que no tengo una respuesta clara. En su mayoría, los novelistas, hombres y mujeres, solemos tender a inventar protagonistas de nuestro propio sexo, de forma parecida a como en los sueños nocturnos solemos soñarnos con nuestro propio sexo. Esto no significa que no se hagan incursiones en protagonistas del otro sexo; así, tengo un protagonista varón en Amado amo, y el de mi próxima novela, que ya lo tengo en la cabeza, es igualmente varón. Hay también un conarrador y coprotagonista en La hija del caníbal (Félix, el viejo anarquista), y varios personajes masculinos muy importantes en esta novela. En Historia del rey transparente, la protagonista empezó a contarme lo que estaba pasando, y comenzaron a aparecer los personajes con los que se encontraba. Algunos de ellos pueden tener una vida fortísima, como, por ejemplo, Dhuoda, la duquesa blanca, que es la malvada a la que antes te referías. Quizá porque soy muy caótica y me gustan las novelas arquitectónicas en la que todo tiene que ver con todo, intento hacer un marco o estructura, elaborar fichas de los personajes, fijar un número de capítulos, etc. -si bien después empiezo a escribir y se va todo al garete, lo que también es muy hermoso porque indica que la novela está viva-. Pues bien, en mis primeros diseños, Dhuoda tenía un papel determinado; sin embargo, entré en la escritura de la novela y empezó, literalmente, a comérsela, porque era un personaje potentísimo, con tal fuerza que me costó Dios y ayuda echarla de la novela. De todos modos, hacerse un autor maduro pasa inevitablemente por dejar que los personajes cuenten su historia, lo que constituye un camino realmente muy difícil. Julio Ramón Ribeiro -un escritor y memorialista peruano muy importante- viene a decir en uno de sus libros que una novela verdaderamente madura exige la destrucción del autor. Aunque suena muy fuerte, una novela madura pasa por que autor, deseos e ideas se borren conscientemente en el momento de la escritura. Los autores jóvenes, como yo lo fui, son muy verborreicos, están repletos de ideas y quieren llenar el mundo con ellas, y utilizan sus personajes como marionetas para que simplemente hablen por su boca. Sin embargo, conforme se alcanza la madurez, se va justamente perdiendo esa inclinación: tus palabras conscientes se van callando y vas dejando que esa historia emerja de lo más profundo del subconsciente. Y cuanto más bajes en ese inconsciente, más llegarás al inconsciente colectivo, porque, muy dentro de nosotros, todos somos iguales. Por ello, el autor que es fiel a sí mismo, a esa búsqueda del inconsciente colectivo, es también fiel a su época, porque en realidad representa en cierto modo al colectivo al que pertenece. Félix Linares: Lo que dices es verdaderamente interesante, pero no conviene perder de vista la sabiduría del autor, que decide cómo ordenar las cosas y hacerse con la situación. Por ejemplo, tu novela empieza muy bien y termina estupendamente. Además, a lo largo de sus páginas hay una cadencia diferente para cada momento. Así, el torneo entre los dos hermanos está contado de una forma muy intensa y breve, supongo que para darle mayor dramatismo y para que el lector se quede sin ganas de seguir, de momento, con la lectura. Este resultado se consigue muy pocas veces, pero tiene que ver con una manera consciente de enfrentarse a la elaboración de la obra literaria.
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