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AULA DE CULTURA VIRTUAL

ESTO FUE LA GUERRA

Dña. Mercedes Gallego
14 de mayo de 2003



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Por otra parte, nuestro papel como periodistas empotrados es contar lo que vemos entre las tropas americanas, pero nos les niego que la nuestra es una visión limitada. Uno avanza con las tropas y tiene un pequeño margen de movimiento; entre otras cosas, porque en medio de una guerra uno no puede andar paseando por ahí, a su libre albedrío, sino que debe seguir avanzando con la tropa y, cuando se acampa, moverse dentro de los márgenes asegurados por los soldados. Esto quiere decir que no te puedes ir a hacer pequeñas excursiones, que no tienes un vehículo para moverte más allá, que si empiezas a caminar por alguna de las carreteras por las que no han estado los soldados puedes saltar en pedazos, porque todo está minado. Sin embargo, dentro de estas limitaciones, he tratado de ser lo más sincera posible en mis crónicas, y lo que sí les puedo asegurar es que en ningún momento hubo censura entre las tropas americanas. Hubo una serie de reglas, eso sí, que a mí me parecieron bastante coherentes y lógicas, como por ejemplo no decir nada que sirviese para delatar la posición en la que nos encontrábamos, no desvelar los planes de batalla en curso o futuros y no revelar el nombre de las víctimas americanas antes de que el Pentágono se lo comunicase a sus familiares. Desde luego, a mí me parecen medidas absolutamente razonables. Se nos explicó que cuando muere uno de los marines, según su tradición, se acercan tres comandantes y un capellán hasta donde se encuentran los familiares de la víctima para contárselo en persona y darles el consuelo que necesiten. Entonces, me parece respetable que no quieran que esa tradición se rompa y los más allegados empiecen a enterarse por la prensa. Además, entiendo que las confusiones también son muy dolorosas para los familiares. De hecho, lo viví con la muerte de Julio, ya que el día en que murió existió la confusión de quién era el periodista español que había muerto en Iraq durante muchas horas, por lo que tanto la familia de Julio como las del resto de los que estábamos allí debieron pasar muy mal día hasta que se confirmó la noticia.

En cualquier caso, y aunque la muerte es algo que aparece en todo Iraq, no es una masacre, en el sentido propio del término, no hay riadas de cadáveres. Ahora bien, sí se van acumulando a los lados de las carreteras, y en algunos casos los marines se paran a enterrarlos y en otros no (esto último, sobre todo al principio, cuando estaban francamente asustados con lo que podía llegar detrás). Además, se producen situaciones dantescas, como que un mismo muerto sea atropellado y aplanado varias veces por los camiones del ejército americano y encima haya marines que se dediquen a fotografiar todo esto para llevarlo como recuerdo a casa y enseñárselo a sus familias (acuérdense de que al final estamos hablando de niños). Entonces, si lo primero ya molestaba sobremanera a los iraquíes, que son muy respetuosos con los cuerpos de sus muertos y tienen todo su ritual al respecto, imagínense qué sensación podía producirles el resto. Y por volver a lo anterior, a esa reflexión sobre la muerte, quería citarles una frase que publicaba recientemente un compañero, Javier del Pino, corresponsal de El País y la Cadena SER, a propósito de algo que aparentemente no tiene nada que ver: el estreno de la serie "A dos metros bajo tierra". Pues bien, él decía que esta serie abre cada episodio con una secuencia inicial que intenta demostrar lo anónima e irrelevante que es la muerte cuando el protagonista no es uno mismo o alguien cercano. Es decir, habla precisamente de lo que les comentaba antes.

Otras cuestiones que me gustaría destacar y aclarar son cómo llegamos hasta allí y qué hicimos para ser nosotros los seleccionados, si nos eligió el medio o fuimos nosotros mismos. Para empezar, yo creo que el gobierno americano nunca contempló tener demasiados españoles en esta guerra. España es un país que empieza a cobrar relevancia política a partir de que Estados Unidos necesita su apoyo en el Consejo de Seguridad, pero cuando Norteamérica se plantea la cuestión de los empotrados decide dejar tan sólo un 10% para plazas extranjeras entre sus tropas. Y ya se pueden imaginar a quiénes estaba adjudicado casi todo ese 10%: a la BBC, a Reuters, etc.; es decir, a los grandes gigantes de la información mundial, a los cuatro que monopolizan la información. A España le dejan tres plazas para los medios públicos, Televisión Española, Radio Nacional de España y la Agencia EFE. Entonces, la presencia de Julio Anguita, corresponsal de El Mundo, y la mía por parte de El Correo llega a fuerza de presionar, de tratar de convencerles de que importaba que hubiese más gente de España que estuviese informada y les apoyara, porque necesitaban no sólo el apoyo de su gobierno, sino también el de la opinión pública. Y todo este empeño sirvió para algo de lo que yo he de sentirme orgullosa como periodista: en esta guerra ustedes estuvieron informados porque los nuestros les informaron, no ya porque la CNN, Reuters o cualquier otro medio lo hiciese. Y se les informó diariamente.

Plantéense que normalmente, con respecto a la información internacional, todos acabamos comiéndonos el bacalao que parten los cuatro gigantes de la información, y esos cuatro gigantes son americanos, por lo que tienen una visión muy diferente a la nuestra. Así que, cuantos más ojos pongamos en todo lo que sucede en el mundo, mejor informados estaremos y más verídica y cercana será esa información. Y para lograr tal objetivo, debemos hacer la suficiente presión como consumidores de la información para que los medios de comunicación envíen a nuestra gente no ya a primera línea de guerra, sino a la primera línea de la noticia, sea ésta un huracán, un terremoto, atentados terroristas, etc. Desde luego, ésta es una de las grandes diferencias de esta guerra con respecto a la de 1991. Por aquel tiempo, tuvimos que conformarnos con las lucecitas en el cielo que quiso transmitirnos la CNN porque eso era lo relevante para ellos. Para nosotros podían haberlo sido otras muchas cosas, pero la mayoría no estábamos allí para contarlo. Por supuesto que poder haber participado esta vez en primera línea de batalla ha provocado que lo hayamos pagado con nuestro propio sudor e incluso con nuestras vidas; no obstante, y aunque no hay precio que pague la vida de nadie, creo sinceramente que ha merecido y merece la pena que la gente arriesgue el pellejo para poder llevarles información de primera mano de lo que ocurre, siempre y cuando no sea una suicida. Efectivamente, es importante que todos sepamos lo que está pasando.



 

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