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AULA DE CULTURA VIRTUAL

ESTO FUE LA GUERRA

Dña. Mercedes Gallego
Enviada especial de El Correo en la Guerra de Iraq
14 de mayo de 2003

Como verán, me ha tocado a mí hablarles de la guerra de Iraq, una contienda que por mucho que hubiese tratado de imaginármela jamás la hubiera percibido de la misma forma en que lo he hecho viajando desde Kuwait con los soldados y viviendo exactamente igual que ellos. Por supuesto que hay algunas diferencias, ya que yo no he empuñado un arma; la misión de matar les tocaba a ellos y la mía era la de informar. No obstante, en cualquier caso, mi primera sorpresa fue que en pleno siglo XXI las guerras siguen siendo bastante chapadas a la antigua. Durante todo este tiempo han sido muchas las veces en que me ha venido a la cabeza la gente que luchó en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra Civil o en otros casos y lo que tuvo que sufrir, porque, como digo, ésta ha sido una guerra a la antigua usanza. No tenía nada de aséptica, la gente moría despedazada, como sólo se muere en las guerras, por lo que esa gran preocupación que tienen algunos por el chaleco antibalas es inútil: muy pocos mueren por balas y muchos, casi todos, por la fragmentación de la metralla y las bombas, que son las que los esparcen. Yo misma fui para allá armada con la máxima tecnología, pensando en cómo iba a hacer para transmitir mis crónicas -teléfono satélite último modelo, cargador solar por si nos quedábamos sin energía, cargador para la batería del coche, etc.-, y al final acabé escribiendo con un cuaderno y un bolígrafo, que fue todo lo que me quedó en un momento dado. Mis cosas fueron quedando repartidas por medio Iraq y las recuperé al llegar a Bagdad. Incluso esa libreta se me acabó, y mi gran preocupación era con qué escribir entonces, hasta que, afortunadamente, alguien me regaló una libreta que encontró por ahí (éstas son las pequeñas grandes cosas que cobran valor en una guerra).

Una de las preguntas que más me hacen es por qué decidí irme a la guerra. Me ha sorprendido descubrir que mucha gente piensa que los periodistas nos vamos a la guerra para hacernos famosos, para ganar dinero y cosas semejantes. Los pobres ignoran que los periodistas somos uno de los sectores más maltratados de la sociedad laboral y que nos vamos a la guerra por vocación, porque queremos contarles las cosas de primera mano. En mi caso, siendo corresponsal en Nueva York, ya podrán imaginarse ustedes que pocas veces tengo la oportunidad de seguir las noticias en directo, pues en un país como Estados Unidos, donde ocurren siempre muchísimas cosas que tienen interés informativo, una sola persona no tiene capacidad para estar corriendo detrás de ellas y cubrirlas. Entonces, ante el hastío de tener que servir de "parabólica" a los grandes medios informativos, decidí que iría a Iraq si me daban la oportunidad de vivirlo en primera persona. Con respecto al sueldo, he de aclarar, ya que por lo visto es la pregunta que más suelen hacer, que fue exactamente el mismo que si me hubiera quedado en Nueva York. No sé lo que gana Jon Sistiaga, pero sí les puedo decir que Julio Anguita ganaba exactamente lo mismo sentado en Nueva York que jugándose la vida en la guerra. Y en cuanto a la fama, lo que ha ocurrido esta vez, eso de que ustedes tengan interés en mí, es un caso excepcional; normalmente, el periodista queda en el anonimato, y si le llega la gloria es porque muere, como en el caso de Julio, cuando ya no le sirve de nada.

Y una vez hechas estas consideraciones, ahora quisiera contarles cuál fue mi experiencia en la guerra de Iraq durante las cinco semanas que pasé con los marines. Para empezar, tuve mi primera sorpresa cuando llegamos al campamento de Matilda, solté la mochila y me indicaron un hueco en el suelo que a partir de ese momento sería mi sitio, donde debía dormir. Allí debía colocar el saco de dormir, mi pequeña colchoneta. No había más. A partir de entonces, eso que en un principio me había parecido una barbaridad (¿cómo iba a dormir en el suelo todos los días? ¿No había un catre siquiera?) en el futuro me acabaría pareciendo un oasis. Efectivamente, en cuanto empezamos a movernos tras comenzar la guerra, e incluso días antes, cuando avanzábamos hasta la frontera, Matilda era una maravilla. Al menos tenía letrinas y duchas -muy lejos, pero las tenía-. Mas todo eso cambió cuando el único suelo donde dormíamos, que al inicio era un trozo de madera, era el del camión en el que nos desplazábamos, lleno de sacos de arena apelmazada para amortiguar las explosiones de las minas. Entonces, dormir fuera del camión se convirtió en todo un lujo. Lo que queríamos todos era que el camión estuviera parado toda la noche, el tiempo suficiente para poder salir de él, tirar el saco al suelo y echar una cabezadita en vez de tener que dormir con todos los sacos clavados en la espalda.

La verdad es que todo esto cada vez me iba pareciendo más medieval, como les decía al comienzo. Pasaron los días y las botellas de agua que llevábamos al cruzar la frontera se acabaron pronto, por lo que empezamos a potabilizarla tras toda una labor logística. Había que mandar un pelotón de reconocimiento que se encargara de pensar dónde conseguir agua e ir a por ella, asegurar la zona, mandar gente con suficiente protección, llenar los remolques cisternas, potabilizar el agua con elementos químicos, esperar el tiempo suficiente para que se asentaran dichos elementos y disponer continuadamente de una persona que midiese la potabilidad del agua, porque, a pesar de toda su tecnología, los americanos sabían que no podían permitirse un ejército que tuviese problemas intestinales. Como tampoco podían permitirse la falta de alimentos. Es decir, que estas cosas básicas siguen siendo las más importantes en la guerra, por mucho siglo XXI en el que estemos. Desde luego, es evidente que el ejército debe estar bien alimentado, y la verdad es que nunca nos faltaba comida, la cual venía en unos paquetes porque todo estaba envasado al vacío, plastificado y en cajas. Y éste era otro dato sorprendente, al menos para mí (al final, uno sale de la guerra y le resulta raro encontrarse comida que no venga en bolsas de plástico).



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