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AULA DE CULTURA VIRTUAL

APRENDER A VIVIR
Dr. D. José Antonio Marina
Catedrático de Bachillerato

Bilbao, 9 de mayo de 2005

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También conviene tener muy presente lo siguiente. Así como es verdad que hay muchísimas familias que se desentienden de la educación de sus hijos, hay otra gran cantidad obsesionada con ella. En este sentido, como la madre trabaje, su culpabilización va a resultar casi inevitable, lo cual no es justo, porque las influencias son mucho más complejas. Por ejemplo, podemos decir que, a partir de los 13 ó 14 años, la influencia educativa de los padres es prácticamente nula; en la escuela todavía podemos ejercer alguna, pero lo que influye a esa edad sobre los chicos y chicas es el grupo en el que están. A partir de cierta edad, tan importante como preguntar por las notas de nuestros hijos es hacerlo por las notas de los amigos de nuestros hijos. Ese elemento va a ejercer muchísima más influencia en los hijos que lo que se les pueda decir como padres. También por este motivo hay que tener muchas vías de acción abiertas: unas directas sobre el niño y sobre el grupo, otras indirectas –hasta donde podamos– sobre las formas de cultura que el niño tenga alrededor, etc.

Los niños siempre están aprendiendo algo, pero no sabemos qué; por ello, todo lo que podemos hacer es aumentar la probabilidad de que el niño aprenda lo que nosotros queremos que aprenda. Las probabilidades aumentan por agregación, de manera que, si los padres dijéramos una cosa, la escuela dijera lo mismo y la televisión (¡ojalá!) dijera lo mismo, la probabilidad de que aprendieran lo que nosotros quisiéramos aumentaría mucho más. En cambio, si cada agente va por su lado, la probabilidad de que el niño reciba y aprenda lo que nosotros queremos va a ser, desde luego, casi inverosímil.

De aquí se deduce una propuesta que me gustaría hacer. Estamos atravesando una situación educativamente desconocida en la historia de la humanidad: estamos diciendo a los padres y a los docentes que son sólo ellos quienes tienen que educar a nuestros niños. Sin embargo, quien ha educado siempre ha sido la sociedad entera, por muchos y permeables caminos y sistemas. La razón de este papel estriba en que las sociedades eran muy homogéneas, muy poco conflictivas, con un consenso básico en las formas de vida (aunque también muy jerarquizadas), que ofrecían unos patrones muy poco cambiantes.

Sin embargo, padres y docentes mantenemos ahora la idea de que educamos no en nombre de la sociedad, sino en contra de ella. Vemos venir su influencia (como si fuera un tsunami) y nos preguntamos qué hacemos con esto. Sin embargo, tenemos que recuperar el protagonismo educativo de toda la sociedad: de padres, de docentes y del resto, cada uno en su aspecto, nivel o profesión. ¿Cómo no van a tener influencia educativa no ya los medios de comunicación, sino incluso los policías municipales, o quien está detrás de una ventanilla en una administración pública, o los médicos de familia, o los jueces, o los jardineros del ayuntamiento? Cualquiera que esté en contacto con un centro educativo conoce la función educativa que desempeñan los conserjes: llegan a sitios donde no llegamos los profesores.

Por tanto, tenemos que recuperar una especie de movilización educativa de la sociedad civil para que nos ayude a educar a los niños. El lema de esta movilización es lo más sabio que he escuchado en pedagogía. Se trata de un proverbio originario de una tribu africana, y dice lo siguiente: "Para educar a un niño hace falta la tribu entera". Quien se quiera apuntar a esta movilización lo puede hacer escribiendo a una dirección de correo electrónico (movilizacioneducativa@telefonica.net).

La razón por la que animo a unirse a esta movilización es que estos cambios sociales –en los que irían incluidos también los cambios de mentalidad y de afectividad que harían emerger una nueva familia– necesitan alcanzar una masa crítica suficiente para que sean eficaces. Sólo cuando las ideas alcanzan una presencia suficiente en la sociedad, la sociedad cambia.



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