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AULA DE CULTURA VIRTUAL

APRENDER A VIVIR
Dr. D. José Antonio Marina
Catedrático de Bachillerato

Bilbao, 9 de mayo de 2005

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El hecho de que nos convenga separar los problemas de la familia de los problemas de la pareja sirve para buscar las soluciones, porque éstas no van a venir de arriba abajo, sino que tienen que llegar de abajo arriba, como explicaré a continuación. Hay motivos para ser optimistas si planteamos así el problema.

Reflexionemos para empezar sobre el asunto de la convivencia. Durante mucho tiempo, cuando no tenía ganas de hablar sobre temas comprometidos, tenía en la recámara una especie de conversaciones que daban mucho juego. Había una muy disparatada, que consistía en afirmar que yo conocía cuándo se declaraba la primera disputa matrimonial y las razones por las que sucedía. En concreto, yo decía que ocurría alrededor de los 65 días después de casarse y que el tema era el tubo de la pasta de dientes. La razón, añadía, era que los novios no se preocupan de explicarse cómo aprietan el tubo de la pasta de dientes, si por abajo o por arriba, si lo abren o lo cierran.

Yo creía que aquello era una verdadera tontada. Sin embargo, sucedía que, de repente, mientras daba mis explicaciones empezaba a ver caras tan serias, como diciendo "tienes razón", que primero dejé ese tipo de conversación y después la retomé para decir que el tubo de pasta indeformable era lo que más había hecho para la estabilidad de las parejas.

Con esta anécdota quiero decir que el problema de la convivencia es un problema muy serio. Antes de reorganizar todas las relaciones, primero debemos educar para formas afectivas de las que en este momento carecemos y que tienen que basarse en la igualdad y la simetría de roles dentro del mundo tanto de la pareja como de la familia.

Ahora bien, nosotros no vamos a realizar esta tarea, sino los niños que nosotros eduquemos. Por eso, la solución para la familia es la que inventen los niños que nosotros eduquemos bien. De su sensibilidad, de su sentido ético, de su sentido de la convivencia y de su capacidad para resolver problemas van a emerger, sin duda alguna, formas de familia estupendas. Ignoro cuándo se producirá, pero ojalá sea pronto, porque en este momento el problema de las parejas –y, por tanto, de las familias– es el que mayor desdicha y mayores disfunciones nos está proporcionando. Además, como esa desdicha y esas disfunciones son socialmente muy perjudiciales, a todos nos interesa promover este previo caldo de cultivo de donde vayan a surgir las buenas soluciones.

Por eso me interesa la educación, puesto que creo que su influencia en la familia va a ser fundamental. De algún modo, estoy planteando hacer las cosas al revés: cuando lo que normalmente se dice es que la educación de la familia tiene mucha importancia sobre los niños, yo afirmo que la educación de los niños va a tener mucha importancia para la familia.

Pondré el ejemplo que me proporcionan mis alumnos. Como Catedrático de Bachillerato, trato con alumnos en dos momentos relevantes de su vida: en los últimos años de la adolescencia (de los 16 a los 18 años) y en cursos monográficos cuando salen de la universidad (entre los 23 y los 25 años). Pues bien, aunque aspiran a unas relaciones maravillosas, duraderas, estables e intensas, no creen en ellas porque unos y otros solamente están escuchando historias del fracaso sobre la pareja y la convivencia, por lo que prefieren no arriesgarse. Por tanto, la cuestión no estriba en que hayan cambiado de modelo (tienen un modelo perfectísimo y les gustaría imitarlo), sino que temen tanto el fracaso que les contamos, que prefieren eliminar el riesgo. Por esta razón, una de las cuestiones importantes que debemos abordar para rehacer toda la forma de la convivencia es una narrativa del éxito.



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