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AULA DE CULTURA VIRTUAL

LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES, A LA FECHA

Dr. D. José Carlos Mainer
Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza
Premio de Periodismo El Correo 2004

Bilbao, 25 de abril de 2005


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Hay que tener en cuenta que la palabra "intelectuales" empieza a usarse en Europa a finales del siglo XIX. Muy pronto designaría esa actuación habitualmente conjunta de personas que pertenecen a la universidad y al mundo de la literatura y de la creación artística; que ejercen profesiones liberales que les dan cierta relevancia; y que actúan desde esa posición como técnicos o personas cuyas formación especial y sensibilidad privilegiada les facultan para emitir opiniones o consignas que, en definitiva, funcionan como un elemento mediador entre las circunstancias del mundo político y del mundo en general.

El fenómeno había empezado a desarrollarse en toda Europa a finales del siglo XIX, cuando en Francia, por ejemplo, se protestaba contra el procesamiento del capitán Alfred Dreyfus, acusado injustamente de haber espiado a favor de Alemania en la Francia del momento. Otro tanto puede decirse con respecto Alemania y los socialistas de cátedra, es decir, catedráticos de derecho, de filosofía, etc. que profesaban el socialismo. Y en parecidos términos cabe entender lo ocurrido en Reino Unido cuando se creó la Sociedad Fabiana, también próxima a un socialismo de estirpe intelectual, o incluso lo que había ocurrido en España con esa serie de movimientos y de actitudes que, para entendernos, llamaré "Generación de 1898".

Pues bien, Benda y Ayala se habían dado cuenta en tiempos diferentes de que, después del comienzo histórico de los intelectuales en el siglo XIX, se había producido una rara deriva. Esos intelectuales que, en principio, parecían servir a causas que requerían una intervención social inmediata, en los que parecía primar la generosidad sobre cualquier otra cosa, se habían ido acercando progresivamente al mundo de los partidos políticos y se habían convertido en simples transmisores de ideologías y de consignas que, en muchas ocasiones, significaban una traición a su verdadero origen y no siempre servían adecuadamente al público del momento.

A la idea del intelectual libre que opina independientemente sobre las cosas había sucedido la idea del intelectual comprometido, el intelectual que estaba vinculado a un grupo y que, en función de ese grupo –habitualmente de izquierda radical–, estaba dispuesto a sacrificar sus ideas o sus conceptos de la vida para convertirse en, como había dicho Lenin, "un tornillito" o "una tuerca" al servicio de la revolución.

Algunos años después, esta conversión del intelectual se pondría manifiestamente a prueba. Ayala escribía su libro en 1944, pero en 1945 y en los años inmediatamente siguientes, la Guerra Fría en Europa iba a cambiar el panorama universal. El enemigo no era ya el nazismo derrotado, del que se seguía hablando y sobre cuyo análisis se seguían produciendo libros muy importantes, sino que el enemigo de la sociedad libre parecía serlo el comunismo staliniano. Muchos intelectuales se encontraron presos de la lealtad hacia la ideología que habían defendido y que había ganado en la guerra de 1945 (la ideología comunista); pero a cambio, episodios que se iban conociendo sobre la represión en la Unión Soviética (eliminación de enemigos políticos, el Gulag, etc.) llevaban camino de convertirse en un testimonio de una represión tan atroz como había podido ser la hitleriana.

En definitiva, no fue fácil ser intelectuales en la Guerra Fría, y posiblemente entre unos y otros se las arreglaron para conseguir que hacia los años sesenta, o incluso principios de los setenta, la figura entrara en manifiesta crisis. Esta crisis de la función de los intelectuales nos plantea inmediatamente una pregunta muy simple: ¿sirven hoy los intelectuales para algo? ¿No nos bastamos nosotros mismos, en cuanto público potencial, sin necesidad de esa intermediación de los intelectuales?



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