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Transcripción conferencia
de Luis Rojas Marcos, Presidente de la Corporación de
Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York - 3
Actualmente, hablamos de la medicina
como calidad de vida, ya que no solamente cura enfermedades -muchas,
no todas-, sino que también erradica las que, hasta hace
poco, mataban y destruían a miles de personas. La primera
medicina símbolo de esto que digo es la píldora
anticonceptiva, que se inventó a finales de los años
50; una píldora que no cura enfermedades pero que ayudó
y continúa ayudando a muchas mujeres a controlar la natalidad.
Yo creo que pocas medicinas han ayudado a tantas personas, en
este caso mujeres, a pesar de que tuvo mucha oposición
e incluso hoy día todavía la tiene.
Al mismo tiempo, también se
descubrieron hormonas que ayudaban a las parejas a tener hijos,
hecho muy ligado al anterior que elimina el sufrimiento de muchas
de ellas.
Hoy día, hablamos, incluso,
de cremas que quitan arrugas de cirugía estética,
de medicinas que nos ayudan a ver la vida de una forma más
optimista. La viagra, por ejemplo, es una nueva medicina que
ayuda a muchos hombres a funcionar en el terreno sexual, una
medicina más de la calidad de vida.
Éste es, en definitiva, el repaso
que hago en el libro, más o menos, porque, como ya he
mencionado, creo que es importante ver nuestra felicidad en un
contexto de agradecimiento a todos esos hombres y mujeres que
nos han ayudado a tener lo que tenemos hoy día. Pienso
que la clave para entender esta continua innovación de
la humanidad está en el triunfo de esa fuerza innata,
vital, solidaria y creadora de la herencia humana; de esta fuerza
indestructible que nos impulsa a perseguir, sin descanso, la
dicha propia y la dicha de nuestros semejantes. Ella, no solamente
estimula nuestro instinto de conocer y descubrir, sino que también
nutre nuestros principios éticos y nos predispone a la
bondad y al altruismo. Así se explica, por ejemplo, el
hecho de que cada día encontremos más hombres y
mujeres con el corazón abierto a la vida, de que, quizás,
los mandatos moralizadores, legendarios, que nos han guiado,
como el decálogo o el contrato social o los castigos divinos,
como la expulsión del paraíso o el diluvio universal,
no sean literalmente ciertos, no tanto porque, tal vez, nunca
ocurrieron, sino porque nunca fueron necesarios. Y digo esto
porque pienso que, dentro de nuestros genes, está la bondad
humana, la solidaridad, la generosidad, valores sin los cuales,
y vuelvo a lo que decía al principio, la especie humana
no hubiera podido sobrevivir óno hay grupo animal que
sobreviva sin que sus miembros se sacrifiquen los unos por los
otros, es algo muy básicoó.
Pero dejemos, ahora, esto de lado y
pasemos a charlar un poco sobre el tema concreto, que es la felicidad.
Para empezar, habría que estudiar o analizar los significados
de la felicidad, que, como saben, ha sido el tema proverbial
de la literatura, la filosofía, las bellas artes, etc.
Las recetas para alcanzar la felicidad
son el atractivo principal de las grandes religiones e incluso
de ideologías políticas que hablan de ella. De
hecho, en Estados Unidos, cuando se independizó de Inglaterra,
se habla del derecho inalienable a la vida, a la libertad y a
la búsqueda de la felicidad. Hay, indudablemente, un factor
biológico por el que, cuando sentimos placer, cuando nos
enamoramos, cuando vivimos esa fuerza intensa, placentera, de
satisfacción, el cerebro humano entra en función
con una serie de hormonas como la herotonina o la dopamina; así
que no se debe separar la felicidad, o la satisfacción,
o incluso las sensaciones y las emociones intensas del cuerpo,
de cómo funciona el cerebro. Cuerpo y mente van unidos.
De todas formas, cualquier persona
que lea sobre la felicidad en general se dará cuenta de
que hay una especie de desbarajuste semántico; unos hablan
de libertad, de sabiduría, de felicidad como creatividad,
como belleza, como salud mental, como gracia divina, del amor,
de la amistad, de la auto-aceptación, de la justicia social
... Asímismo, cada filósofo tiene su visión
particular de la felicidad:
Bertrand Rusell, que escribió
un libro, como saben, sobre la felicidad decía: 'cualquiera
que opine que la felicidad proviene, exclusivamente, de nuestro
mundo interior o de ideas filosóficas, que pruebe pasarse
36 horas en una tempestad de nieve con sólo cuatro harapos
y sin comida'. Lo que quiere decir es que, para pensar en la
felicidad, para sentirnos felices, es muy importante tener ciertas
necesidades básicas cubiertas. Es muy difícil sentirse
feliz cuando uno está en un momento de hambre, de carencia.
Así pues, en nuestro sentimiento o en nuestra opinión
particular de lo que consideramos la felicidad, influyen muchas
cosas: nuestra experiencia en la vida, nuestras ilusiones, nuestros
miedos, los recursos a nuestro alcance, nuestra salud física
y mental, el estado de nuestras relaciones con los demás,
nuestra personalidad, nuestro temperamento, nuestro punto de
vista, el lugar, el momento. Incluso nosotros mismos la definimos
de forma distinta a lo largo de la vida; una mujer de 82 años
ve la felicidad de una forma distinta, aunque la sienta de la
misma forma, a como la veía cuando tenía 35, 19
ó 7 años. Si a una niña de 6 años
le preguntamos '¿te sientes feliz?', responderá
que sí porque no tiene que ir al colegio, porque son vacaciones,
porque está jugando con sus amigos y amigas ..., etc.
Un adolescente me decía, hace poco, que lo único
que necesitaba para ser feliz era una compañera, un trabajo
y una idea en la que creer.
Pero lo que está claro es que
hay personas que se sienten felices haciendo y otras explicando,
unas ven la felicidad como un estado de tranquilidad o de paz
espiritual y otros la ven como una emoción intensa. En
una obra de Darwing se habla de la expresión de las emociones
en el hombre y en los animales. Un día pregunté
a un pequeño de 4 años qué significaba ser
feliz y me respondió: 'hablar, reírse y dar besos'.
Hay gente que, cuando se les pregunta sobre la felicidad, se
sorprende porque nunca se lo han planteado, y esto no quiere
decir que no sean personas felices. De hecho, nos es más
fácil hablar de nuestros problemas que decir que nos sentimos
muy felices, y eso es algo que choca. La felicidad es algo que,
hoy día, pertenece al terreno personal, íntimo,
de la que, a veces, nos da miedo hablar porque no queremos crear
una situación de envidia en personas que, a lo mejor,
no son felices, porque no queremos romper esa magia o la suerte
de ser felices.
Los medios de comunicación tampoco
hablan de ella. Como saben, las buenas noticias no son noticia;
lo que oímos constantemente son tragedias, calamidades,
y no porque son frecuentes, sino porque nos llaman la atención.
Lo que ocurre es que lo vemos tanto que parece que el mundo está
rodeado de tragedia, pero la realidad es que la mayoría
de las personas, la gran mayoría de las personas, son
personas bondadosas, generosas, solidarias. Salimos a la calle
y la mayoría volvemos a casa, y si nos perdemos, le preguntamos
a alguien por la dirección y nos la da. Lo que llama la
atención son las aberraciones, y por eso no hay que confundir
lo que nos llama la atención con lo que es más
frecuente.
De todas formas, no me puedo librar
de compartir con ustedes mi definición de la felicidad,
a pesar de que, a lo mejor, al definirla yo mismo, me sienta
menos feliz. Creo que la felicidad -y leo de mi libro- 'es un
estado de ánimo positivo y placentero, un sentimiento
de bienestar moderadamente estable que suele acompañar
a la idea de que nuestra vida en general es satisfactoria, tiene
sentido y merece la pena'. Según nuestra personalidad
y la situación en la que nos encontremos, el sentimiento
de dicha puede oscilar desde un estado sosegado o sereno de contentamiento
que algunos llaman 'paz interior' hasta la emoción más
intensa de placer o de encantamiento.
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