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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción conferencia de Luis Rojas Marcos, Presidente de la Corporación de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York - 2

Hace 2.500 años, empiezan su andadura grandes filósofos tan conocidos como Sócrates, quien nos dejó el importante mensaje de 'conócete a tí mismo' junto con el de 'la verdad te hará libre', dos principios que todavía se consideran importantes -la importancia de conocernos tal como somos es algo que todavía perdura-, o como Aristóteles, que escribió un libro sobre la felicidad en el que decía que el ser humano busca la felicidad antes que nada.

No mucho más tarde, comenzaron a surgir los científicos. Si los filósofos ya le daban importancia a la razón, a la lógica -Aristóteles, por ejemplo, inventó el silogismo, en el que, a través de dos premisas, se llega a una conclusión-, con estos últimos se comienza a teorizar en serio. Y yo pienso -es una opinión como otra cualquiera- que quizás haya sido la capacidad del ser humano de razonar y la ciencia lo que más ha influído en nuestra felicidad, en cómo el ser humano ve la felicidad. Les voy a explicar por qué:

Los primeros científicos, hombres y mujeres de ciencia, fueron personas que atacaron el principio del narcisismo, el egocentrismo, la prepotencia humana, el pensar que los seres humanos estamos por encima de todo. Parece ser que Nicolás Copérnico en el siglo XVI y, más tarde, Galileo, quien defendió, hasta el fin, que no era el Sol el que daba vueltas alrededor de la tierra sino que era al revés, que era la Tierra, la morada del ser humano, la que daba vueltas alrededor del Sol y, además, dependía de él para sobrevivir -un golpe tremendo a la idea de que ser humano y Tierra eran el centro del universo-, fueron los primeros sabios que comenzaron a jugarse la vida por sus descubrimientos.

Luego vino Darwing, que nos enseñó y demostró cómo la especie humana es, somos, un producto de una evolución; venimos del mono, de los grandes monos, y nuestros genes nunca mueren. Su gran regalo fue el darnos la inmortalidad biológica, porque entonces no se sabía lo que era el ADN, el ácido dexosirribonucléico que forma los genes, un material que nunca muere y que traspasamos, ni tampoco las leyes de la herencia, pero él descubrió y demostró, en pájaros y en iguanas, cómo las especies evolucionan, algo que, por otra parte, no contradice necesariamente la religión ni la existencia de Dios. De hecho, Darwing creía en un Dios, aunque, en aquellos tiempos, chocaba con el sentido común; sin embargo, esto supuso otro golpe al narcisismo. El ser humano, que siempre ha tendido a separarse de los animales y a sentirse especial, tuvo que asumir su derrota egocéntrica.

Con Freud -ya hablamos de hace relativamente poco tiempo-, asistimos a dos grandes inventos: uno, que demostró la importancia de la infancia en la personalidad (demostró que las experiencias infantiles tienen influencia en el carácter que desarrollamos de mayores); otro, que el inconsciente tiene una gran fuerza, que los comportamientos, sentimientos y manías que tenemos, a veces inexplicables, están motivados por fuerzas inconscientes que no controlamos. Luego Freud, a su manera, también dio un golpe al narcisismo y al egocentrismo humano al demostrar que hay cosas en nosotros que no conocemos.

Y otro de ellos fue Albert Einstein, quien nos enseñó -aunque no entienda sus fórmulas-, si traducimos un poco su idea, algo muy útil: que la noción del mundo depende de dónde nos situemos. El tiempo no pasa lo mismo de rápido en un reloj que se pone en la tierra o en un reloj que va en un avión, influye la gravedad, el tiempo, la velocidad..., así que todo depende del observador, de dónde nos situemos, del punto de vista. Esta idea de la relatividad es lo importante: no es lo mismo que una chica de 18 años aprecie lo que es un embarazo a que lo haga un hombre de 55; cualquier fenómeno que queramos estudiar lo vemos de forma distinta dependiendo de dónde se esté. Esta percepción, por cierto, tiene mucho que ver con lo que los psicólogos llaman "empatía", una palabra que ahora se usa pero que es relativamente nueva; empatía es la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar de otra persona, en sus circunstancias. Es un paso más allá que la compasión, que el sentir el dolor ajeno -algo que desarrollan los niños entre los 4 y los 8 años-; la empatía se lleva a cabo cuando vemos la realidad de una persona desde su punto de vista.

Teniendo en cuenta todo esto, para mí, los hombres y mujeres de la ciencia nos han ayudado porque, como ya he dicho, nos han atacado al narcisismo humano, que creo que es uno de los grandes obstáculos para sentirnos felices, a la prepotencia, al absolutismo, al egocentrismo.

Más recientemente, empezaron a aparecer estos hombres y mujeres ingeniosos con una serie de inventos, de artilugios, que hoy día nos hacen la vida más fácil. Uno de ellos fue un cura francés que, en 1282, un día descubre que, mirando las cosas a través de un cristal, se magnifican. Imagínense qué descubrimiento; gracias a él, se inventaron la lupa, las gafas, la cámara fotográfica, el cine, el microscopio, que nos ha ayudado a conocer microbios y a erradicar muchas enfermedades ... Por tanto, hay que estar agradecido a este padre francés que un día se da cuenta de que un pedazo de cristal aumenta el tamaño.

Luego, vino Gutenberg, que inventa la imprenta, gracias a la cual yo les estoy hablando de mi libro, porque, si no existiera la primera, no lo segundo, fuente de satisfacción para mucha gente.

Tras él, tenemos a Graham Bell, inventor del teléfono, artilugio sin el que es muy difícil concebir la vida hoy día. Tampoco hay que obsesionarse con él, pero, en el fondo, es un aparato que nos ayuda a comunicarnos, a mantenernos en contacto. La televisión, la electricidad, la radio, Internet ... son otros adelantos. Comprendo que a menudo tengamos fobia a todo esto -a la televisión, por ejemplo, se le ha culpado de todos los males de la sociedad, de la violencia ...-; no obstante, el problema no es la tele, la radio..., sino el uso que hacemos de todo ello. De hecho, Internet es un gran invento que une, que nos ayuda a comunicarnos, que nos ayuda a mantenernos informados, y, evidentemente, si la televisión juega el papel de canguro porque el niño o la niña de 10 años llega a casa y se pasa tres horas delante de él, eso es un problema, sobre todo cuando también puede ser fuente de información, de aprendizaje. Nos ayuda a vivir y a ver países que, de otra forma, no tendríamos oportunidad de conocer.

Por tanto, la tecnología, como la ciencia o la lógica, nos ayuda a buscar la felicidad, son instrumentos por los que conseguimos ese bienestar.

Otro ámbito es la medicina. Hasta hace poco tiempo, 100 años más o menos, no controlábamos enfermedades; venía una epidemia y se llevaba a millones de personas. Hoy día, tenemos vacunas, antibióticos y, ante todo, medicinas para el dolor, como la anestesia, invento de un inglés al que, un día, le dolían tanto las muelas que empezó a respirar este gas que llamaban gas de la risa. La reacción casi siempre fue negativa; había mucha gente que pensaba que el dolor era algo natural que había que soportar, que la idea de eliminar el dolor no era buena. Sin embargo, otros refutaban esta idea acudiendo a la Biblia: el Génesis explica cómo Dios, para crear a la mujer, tuvo que sacarle de las costillas del hombre y, para ello, lo durmió. Explico esto porque todos estos inventos, todos estos avances, siempre han tenido una reacción negativa por parte de muchos grupos.

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