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AULA DE CULTURA VIRTUAL

La Fundación Grupo Correo está desarrollando este año un interesante programa de conferencias cuyas transcripciones ofrecemos en El Correo Digital.

Conferencia de Luis Rojas Marcos, Presidente de la Corporación de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York

NUESTRA FELICIDAD
BILBAO 21 de noviembre de 2000

Luis Rojas Marcos, durante una de sus conferencias
Como saben, hoy vamos a hablar sobre la felicidad; nuestra felicidad. Cuando me retaron a ello, a charlar acerca de esto, fue un verano de 1998 que estaba en el parque de Nueva York -yo llevo viviendo allí 32 años (tengo 57), más de la mitad de mi vida-; la verdad es que me sentí un poco nervioso porque, por una parte, los retos siempre han sido una fuente de satisfacción en mi vida, pero, por otro lado, yo no soy filósofo, no soy poeta, tampoco soy muy culto, mi profesión es la medicina, la psiquiatría, y me daba un poco de miedo la idea de escribir un libro sobre un tema tan profundo y universal como es la felicidad.

Así pues, decidí hacerlo a mi manera, con lo que no pude evitar la influencia de mi experiencia: en mis últimos 40 años, mi vida ha estado fundamentalmente relacionada con el sufrimiento humano -las personas que van a ver al médico o al psiquiatra son personas que sufren-; entonces, opté por tratar el tema de la felicidad como la cara opuesta a este padecer y pensé, también, que sería importante poner la felicidad actual, nuestra felicidad, en el contexto de la Historia de la humanidad, ya que es el mejor antídoto ante la nostalgia. Me explico; tendemos a pensar que vivimos en el peor momento, es algo como muy natural pensar que nunca ha estado la juventud peor, pero, en realidad, si repasamos un poco la Historia de la Humanidad, vemos que esto no es así. No hace tanto tiempo, la muerte, por ejemplo, merodeaba por los hogares mucho más de lo que hoy rondan el divorcio, el desempleo, la depresión y el cáncer juntos; es decir, hoy día vivimos el doble de lo que se vivía hace 5 generaciones y, globalmente hablando, vivimos mejor.

Otra cosa es que, al igual que otras personas, los seres humanos siempre hemos buscado la felicidad; todos aspiramos a encontrar esa felicidad, aunque se disfrace, se oculte.

Y una última cuestión chocante de la que luego les hablaré un poco más a fondo es que la mayoría de las personas no nos sentimos felices. Se han hecho muchos estudios en los que se les pregunta a las personas qué nivel de satisfacción tienen con la vida y la mayoría está entre el 65 y el 85%. Estas personas dicen que se consideran satisfechas con la vida en general, y, en el fondo, esto no nos debe llamar la atención, porque una especie como la nuestra -según los expertos, llevamos ya como unos 400.000 años aproximadamente- no hubiera podido sobrevivir sin que la mayoría de sus miembros no se sintieran felices, satisfechos, o, al menos, no sintieran que la vida merece la pena. Nos hubiéramos auto-destruido, hubiéramos perdido el interés por la procreación, por crear más miembros de esta especie.

A partir de todas estas cuestiones es cuando comprendí que sería necesario poner nuestra felicidad en un contexto histórico.

Para empezar un poco con ello, creo que es importante el tratar de ser agradecidos; agradecerles todo lo que tenemos a las personas que han venido antes de nosotros, que, gracias a su trabajo, a su esfuerzo, han creado cada vez más instrumentos para ser felices.

Parece ser que hubo un momento en el desarrollo de los seres humanos, hace miles de años, donde el primer paso fue el darnos cuenta de que éramos seres separados de los demás; o sea, el adquirir la conciencia de uno mismo, algo que se ve también en los niños pequeños de dos o tres meses cuando comienzan a encontrarse con ellos mismos, cuando se ven como algo aparte.

Luego, ocurrió lo que los expertos llaman 'el accidente glorioso', aquél que hace referencia a que, un día, un hombre o una mujer se dio cuenta de que podía utilizar las cuerdas vocales que vibran para producir la voz, de que podían producir sonidos y de que, por tanto, podían hablar. Así aparecieron las palabras que nos ayudan a comunicarnos, a expresar nuestros sentimientos, a decir quiénes somos y a convivir.

Una vez que nos hicimos conscientes de ello, que empezamos a comunicarnos, hace unos 15.000 años, el Sol empezó a calentar la tierra de una forma más intensa, empezaron a derretirse las sábanas de hielo que cubrían la tierra y el ser humano inventó la agricultura y la ganadería. Hasta entonces, tenía que cazar, salir a matar animales, y más que cazador era el cazado; al aparecer estas nuevas modalidades de subsistencia, comenzaron los asentamientos, las "ciudades".

Hace 6.000 o 7.000 años, al mismo tiempo de lo susodicho, la mujer empezó a procrear. Si, anteriormente, las mujeres errantes iban con las tribus, solamente podían tener hijos cada cuatro años, plazo en el que el niño o niña comenzaba a andar, porque no podían retrasar el movimiento de sus comunidades. Su necesidad de buscar el alimento impedía más movimiento, y esto, a su vez, provocaba la amenorrea femenina, la falta de menstruación -( sabia naturaleza que se acoplaba a su ritmo)-; así pues, es de imaginar que estas mujeres no la tenían con la frecuencia actual.

Al asentarse el hombre en las ciudades, empezó a crecer la población y, hace unos 3.000 años, según dicen los historiadores, aparecieron los profetas simultáneamente, en diferentes partes del mundo; profetas que, como saben, crearon las grandes religiones: Buda, Confucio y, más tarde, Jesucristo, Mahoma. Ellos predican un Dios bondadoso porque, hasta entonces, los dioses eran bastante malignos, perseguían al ser humano y se les consideraba dioses caprichosos. Y también con su labor nacen las religiones, manantial de esperanza, de espiritualidad. El problema es que todos estos dioses y profetas son hombres, con lo que la mujer adquiere una posición de segunda clase, por llamarlo de alguna forma. Se puede decir que éstos fueron los orígenes de la discriminación y de la opresión que hoy sufren, pero esto ya es otra cuestión.

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