MITO Y POESÍA:
ALREDEDOR DE LA ODISEA
Luis Alberto de
Cuenca
Director de la Biblioteca
Nacional y Premio de Periodismo El Correo 1999
BILBAO, 17 de abril de
2000

EL CORREO |
Luis Alberto de Cuenca. |
Cuando un poeta lírico
actual, pongamos el hermético Oscar Wladislas de Lubicz
Milosz, proclama:
Así que la montaña
me hubo arrastrado en su vuelo, vi de
pronto abrirse ante mí, sobre el otro espacio, la puerta
de oro de la Memoria, la salida del laberinto,
sabemos, por su propio testimonio,
que los contornos del tiempo que mata se han, milagrosamente,
difuminado. Estamos, pues, dentro del terreno del mito, ese relato
sacro y verdadero cuya recitación explica el mundo y nos
defiende de la muerte. Porque el poeta lírico también
evoca en su poesía el Tiempo sin tiempo de los orígenes.
No hay duda de que la función más preciosa de la
literatura consiste precisamente en anular ese tiempo personal
y terrible que nos va eliminando poco a poco. Y en recobrar a
cambio la intemporalidad de los "comienzos". O, por
los menos, en intentarlo. Desde esa perspectiva, lenguaje mítico
y lenguaje poético se confunden. Y ello ocurre en este
siglo XX que ahora termina como en las ciudades-estado sumerias
o en la Grecia de Pericles.
El gran Arthur Machen, en Hieroglyphics
(Londres, 1923), considera la religión como campo de cultivo
indispensable para que crezca y se desarrolle la poesía.
Y por religión entiende el autor de Los tres impostores
la conjunción de mito y ritual. "El mito es el denominador
común de la poesía y de la religión -han
escrito Wellek y Warren-. La religión es el misterio mayor;
la poesía, el menor. El mito religioso es la sanción
de alto bordo de la metáfora poética". Y Philip
Wheelwright, en su famoso artículo "Poetry, Myth
and Reality" (recogido por Allen Tate en el volumen colectivo
The Language of Poetry, Princeton University Press, 1942),
se pronuncia en contra de aquellos positivistas que "rechazan
como ficciones la verdad religiosa y la verdad poética",
defendiendo una perspectiva mítico-religiosa en el estudio
de las artes todas.
Que el mito aparezca en el ámbito
humano como algo no sólo ineludible, sino necesario, es
cosa probada. Y la poesía es una prolongación del
mito. Hace 25 años publiqué un libro, titulado
Necesidad del mito (Barcelona, Planeta, 1976), que glosaba
estos temas. Son absurdos e inútiles los esfuerzos de
la razón por eliminar el mito, entre otras cosas porque
el mito está en la base de las especulaciones de la razón
y porque la razón pura y dura, sin el hálito vital
que le transfiere el mito, es completamente estéril. Hay
dos frases a este respecto que son particularmente ilustrativas.
Una, de Santayana, que reza: "Cuando los dioses se van,
dejan siempre detrás fantasmas." La otra es la archiconocida
de Goya, que no sé hasta qué punto sabía
lo que estaba diciendo, como leyenda de uno de sus Caprichos:
"El sueño de la razón produce monstruos".
A Jung le complacía hablar de
la "necesidad del mito", sobre todo en una época
como la nuestra en que lo puramente racional intente imponerse,
a veces con curiosos disfraces irracionalistas, desde los periódicos,
la televisión o el Parlamento. Quienes piensan que los
mitos son drogas inventadas para explotar mejor a la gente y
que hay que terminar cuanto antes con esas drogas son, cuando
menos, unos ilusos. La imaginación, la fantasía,
la intuición, la poesía y el mito siguen y seguirán
rodeando al hombre con su necesario y benéfico abrazo.
Al cabo, lo único que consigue la razón y su cortejo
de aduladores al intentar destruir el mito es provocar búsquedas
erróneas y banales del mismo. Son esas búsquedas
que desembocan en el éxito de las historias mágicas
con truco y en otros muchos síntomas morbosos, como ese
culto que los consumistas vienen tributando a la Edad Media y
a la fantasía desde hace algunos años, con lo que
van a conseguir que las literaturas medievales se alineen con
la arruga del traje, la postmodernidad y el cuento fantástico
en los estantes de la abyección, o sea, de la moda. Pero
basta de protestas y enconos con el orden vigente, que el poeta
romano Persio empezó así y murió jovencísimo
de un disgusto.
Manejando el espléndido libro
Primitive Song de Bowra (hay traducción castellana
con el título de Poesía y canto primitivo,
Barcelona, Antoni Bosch, 1984), se hace uno una idea de los unidos
que iban en los comienzos, que van en los comienzos de los pueblos
y de la mente humana, la poesía y el mito. Las primeras
manifestaciones poéticas son recitados míticos,
sin duda, y cuando adquieren el vigor necesario para encarnar
el Volksgeist de una raza, son toda una mitología.
Es el caso, entre los arios de la India, del Ramayana
y del Mahabharata; de las epopeyas homéricas entre
los griegos, de la Edda escandinava, del Gilgamesh
mesopotámico, del Popol Vuh entre los mayas de
Centroamérica. En resumen, la literatura en sus orígenes
aparece estrechamente vinculada a la poesía y al mito.
Pero hay que tener en cuenta que la poesía primitiva no
es simplemente un vehículo de conservación y transmisión
de mitos, sino que consiste en una fusión esencial entre
lo mítico y lo poético, hasta el extremo de que
puede decirse tanto que el mito es la indispensable subestructura
de la poesía como que la poesía es la indispensable
subestructura del mito.
Como Dios no me hizo para pensar (cuando
eso ocurre, inevitablemente me deprimo), ni para reflexionar
sobre las cosas a la manera de los filósofos, y no sólo
de ellos, sino en general de cuantos eligen quemar incienso en
los altares de la diosa Teoría, voy a centrar mi exposición
en la glosa, que es lo único que me divierte hacer, y
hablar de todas estas cosas centrándolas en la Odisea.
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