LENGUAS EN GUERRA
Dña. Irene Lozano
Periodista. Premio Espasa Ensayo 2005
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Creo que en los últimos tiempos estamos demasiado acostumbrados
a que las noticias sobre las lenguas de España aparezcan en
las páginas de los periódicos dedicadas a política.
Esto es un hecho sintomático de que en España tenemos
trastocado el papel de las lenguas y de que quizá estamos habituándonos
a que se utilicen como ariete de reivindicaciones políticas.
Sin embargo, para quienes admiramos esa facultad tan asombrosa y maravillosa
que es el lenguaje, esa facultad específicamente humana que
tantos progresos ha permitido a nuestra especie, resulta verdaderamente
desoladora esta utilización espuria de las lenguas como armas
de reivindicación política.
Por ello, deseo criticar a quienes utilizan esta facultad humana
del lenguaje con esos fines y mostrarme como todo aquel que ama su
lengua materna, abierta a todas las lenguas que se hablan en España,
absolutamente respetuosa con la dignidad de cada una, pero considerando
el alto valor que tiene el español como lengua de intercambio.
Intentaré demostrar que ese uso de las lenguas para levantar
barreras pervierte los rasgos esenciales de las lenguas; que esa instrumentalización
política es un fenómeno relativamente reciente, el cual,
aunque nos parezca propio y normal de la situación de contacto
de lenguas, no tiene por qué ser así ni lo ha sido a
lo largo de la larga historia de convivencia de lenguas en España;
y que esa utilización de las lenguas con fines políticos
también es ajena a los intereses de los hablantes y, a veces,
incluso contraria a ellos. Finalmente, como en todo discurso que utiliza
las lenguas con fines políticos hay algunas palabras clave,
me centraré en analizar, sobre todo, el concepto de lengua
propia.
Parto de la consideración de que las lenguas cumplen una función
importante para el ser humano, y que su aparición no es caprichosa
ni azarosa; por el contrario, los expertos y filólogos que
han estudiado el fenómeno lo han interpretado como una necesidad
adaptativa de la especie. El lenguaje humano surgió hace decenas
de miles de años, si bien no sabemos exactamente cuándo.
De hecho, esta cuestión ha sido durante mucho tiempo prácticamente
imposible de estudiar, puesto que el lenguaje no deja rastro visible
ni material hasta que se inventa la escritura, fenómeno muy
posterior y accesorio al propio fenómeno lingüístico.
Hasta tal punto llega la dificultad de estudiar los orígenes
del lenguaje que, por ejemplo, a finales del siglo XIX (1866) la Société
Linguistique de París prohibió cualquier comunicación,
conferencia o artículo sobre el asunto, empleando el argumento
de que era un fenómeno que, simplemente, no se podía
estudiar, por lo que no valía la pena discurrir sobre él.
A pesar de ello, en los últimos años -en la última
década, sobre todo- se ha despertado un gran interés
por el tema del origen del lenguaje, y cada vez vamos conociendo más
cosas. Así, por ejemplo, sabemos con certeza que hace 40.000
años (época de las primeras pinturas rupestres) existía
con certeza el lenguaje humano, puesto que, para llevar a cabo esos
trabajos, es necesaria la existencia de una mente pictórica
y, por lo tanto, dotada de lenguaje. Sin embargo, los científicos
y paleontólogos que trabajan en el yacimiento de Atapuerca
realizaron hace no más de tres años un descubrimiento
sorprendente para ellos mismos; concretamente, encontraron fósiles
del oído humano que demostraban que el órgano de aquellos
homínidos era muy parecido al nuestro. Este dato resulta muy
importante, porque el oído es un órgano muy adaptado
a las necesidades de la especie; por ejemplo, las frecuencias en las
que se capta la voz humana son muy distintas de aquellas en las que
se captan los gritos de los chimpancés, los cuales, sin embargo,
son bastante parecidos a nosotros genéticamente hablando.
Por tanto, este hallazgo podría hacer pensar que en esos homínidos
de hace 300.000 años ya existía esa facultad humana
del lenguaje. En efecto, Juan Luis Arsuaga se propone demostrar que
los treinta cadáveres que se han encontrado en la Sima de los
Huesos están reunidos ahí por algún rito de tipo
religioso, lo cual, en el caso de que lograra confirmarlo, demostraría
efectivamente la existencia y antigüedad del lenguaje, ya que,
para llevar a cabo esos ritos religiosos, también sería
necesaria la comunicación.
Pues bien, al menos desde hace 40.000 años -pero tal vez desde
hace 300.000- el lenguaje humano ha desempeñado dos funciones
primordiales, en cuya esencia no han variado: primero, permitir a
los seres humanos conocer el mundo y, segundo, comunicarse. Conocer
el mundo en aquellas épocas remotas constituía una información
esencial para la supervivencia. Hay que pensar que aquellos seres
humanos prehistóricos se enfrentaban cada día a la batalla
de la supervivencia mucho más de lo que nosotros lo hacemos
en las sociedades actuales; en ese contexto, la función de
conocimiento que permitía el lenguaje proporcionaba una información
que resultaba, en muchos casos, vital. Por su parte, la otra función
primordial del lenguaje permite al ser humano comunicarse con sus
iguales e intercambiar también esta información del
mundo que les rodea.
Estos dos rasgos primordiales han conformado de tal manera la esencia
de las lenguas -lo que llamo "el carácter de las lenguas"-,
que siguen presentes actualmente en la práctica totalidad de
los hablantes. Estos rasgos y su fuerza imperiosa, esta necesidad
de la comunicación, se pueden comprobar hoy día, por
ejemplo, en las zonas fronterizas de Brasil con los países
de habla hispana, donde en muchos pueblos la gente ha desarrollado
a ambos lados de esa frontera política o administrativa un
habla cuyos usuarios no saben muy bien si es español o portugués;
de hecho, se considera una lengua de las llamadas "criollas",
y ha recibido el nombre de "portuñol" o "brasileiro".
Se trata de un habla que, por encima de todo, está al servicio
de la comunicación de personas que viven cerca, vecinos que,
a pesar de la frontera administrativa, tienen necesidad de comunicarse
y buscan un instrumento para ello. El fenómeno de las lenguas
criollas -que se ha producido a lo largo de la historia en numerosísimas
ocasiones- demuestra que para las lenguas no existen fronteras, porque
generalmente éstas estorban a la comunicación, hecho
que, si bien está presente en el lenguaje desde tiempo inmemorial,
hoy día -en el mundo globalizado en el que vivimos- cobra todavía
mayor importancia.
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