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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción de la conferencia del escritor Lorenzo Silva el 8 de mayo de 2000 - 3

Además de ambas tendencias -para mí, eso es lo principal que ha habido en la literatura, en la novela española del siglo XX- también hay otras cosas que creo que son comunes a las dos grandes líneas. Una de ellas ha sido un enorme subjetivismo; los españoles somos muy individualistas y a veces valoramos demasiado nuestro propio criterio, muchos escritores, a mi modo de ver, se han complacido demasiado en su estilo personal, en su visión personal de las cosas, se han sentido el centro de la realidad, de muchos escritores se ha dicho, como el máximo elogio, `es que fulano tiene un estilo muy personal´, `es que él tiene un mundo muy personal´; quizá el escritor se ha centrado demasiado en sí mismo, en su propia visión de las cosas y ha salido poco hacia fuera.

Otra segunda constante que creo que también afecta, curiosamente -aunque estas dos corrientes sean contradictorias-, a ambas es que en el siglo XX, quizá por lo dura que ha sido nuestra Historia, los escritores españoles hemos perdido bastante el sentido gozoso de la literatura, el sentido de que escribir una novela -leyéndola también es posible- es disfrutar. El disfrute, la diversión, son conceptos que en la literatura española han estado durante muchos años bajo sospecha. Quizá tiene que ver con nuestra Historia, con que aquí, hace 60 años, termina una guerra, la mitad del país pierde, luego no había razones para celebración, y la otra mitad del país gana, pero la cultura, el talento que esa opción representaba, no era precisamente un talante propicio a la jarana y a la juerga, sino más bien ese talante propicio a la Semana Santa, a los golpes de pecho y a los capirotes de los nazarenos.

Quizá, entre unos y otros, hemos contribuido a desterrar la diversión, que es algo que, sin embargo, nunca han hecho los anglosajones y que, en gran medida, explica por qué la novela anglosajona es algo mucho más influyente que la nuestra ¿Qué sucede hoy día?, yo creo que ahora somos un fruto, como no podía ser de otra manera, de lo que ha habido en las décadas anteriores, creo que incluso entre las nuevas generaciones, entre los más jóvenes novelistas que hoy escriben en España, se puede encontrar ejemplos de esas dos grandes corrientes, de escritores exquisitos y de realistas o sociólogos de urgencia, que es como los podríamos calificar. Naturalmente, la fisonomía es distinta, ahora no se escribe como Blasco Ibáñez porque la sociedad española es distinta de la de su tiempo; ahora, a lo mejor, esa corriente viene representada por historias del tipo de esas novelas urbanas con jóvenes que salen por las noches a ponerse ciegos de todo y a ver dónde acaban ópor cierto, un modelo que, además de entroncar con ese realismo un poco inmediato de la literatura española del siglo XX, también tiene mucho que ver con cierta literatura norteamericana-; quizá ése es el cambio.

Lo que sí diría -y aquí es donde quisiera empezar con la propaganda de mi oficio y de mis compañerosó es que creo que lo que aporta la nueva generación de escritores es una diversidad. En este momento, aparte de esas dos grandes corrientes, aparecen otras muchas, aparece otra mucha gente que no está ni en una ni en otra, aparecen, afortunadamente, escritores muy diversos. Creo que lo mejor que se puede decir de la última generación de la narrativa española es que registra autores de todas las tendencias; no todos nos parecerán estimables, no todos nos gustarán, pero sí el hecho de que, entre los escritores de novelas que tienen 33 años, unos sean como Lucía Echevarría, otros sean algo tan radicalmente opuesto a ella, como pueden ser Juan Bonilla o Carlos Castán, otros sean tan radicalmente distintos a los dos anteriores, como puede ser un Antonio Orejudo, etc. Eso, en sí, es bueno; es bueno que haya un lugar bajo el sol para todos y es algo por lo que los escritores nos debemos felicitar. Mi opinión personal con respecto a cuál sería una estrategia de supervivencia de la novela en el siglo XXI -porque creo que, aunque suene un poco dramático, en eso es en lo que estamos, en una nueva civilización con nuevos medios de comunicación, con nuevos modos de vida, con otro sentido del tiempo, de las cosas, de la cultura, incluso, y lo que se le plantea a algo tan vetusto como la novela, a la que le podemos achacar, como mínimo, cinco siglos de existencia es cómo sobrevivir-, es que los novelistas debemos plantearnos cómo demonios arreglárnoslas para que, dentro de diez años, la gente, en lugar de estar sólo conectada a Internet o jugando con la videoconsola, de vez en cuando, pierda algún momento en leer una novela, y para eso, ni nos vale el victimismo ni mucho menos nos vale la suficiencia, el orgullo, la petulancia que, a veces, por lo menos quien les habla, creo observar en mis compañeros de profesión.

Nadie debe leernos, no es un derecho ni un privilegio que nos podamos arrogar, tenemos derecho a que nos lean aquéllos a quienes convenzamos, y tendremos que convencer a quienes ahora viven aquí. No podemos soñar con el maravilloso lector del siglo XIX, con aquellos terratenientes ociosos que podían dedicar toda su vida a leer grandes novelas; ahora tenemos lo que tenemos, y esa gente es a la que nos debemos.

Yo diría -y en este punto comienzo haciendo mi pequeño programa personal- que podríamos empezar por atender un poquito más lo que más hemos desatendido, ese disfrute del lector, por tenerle más respeto del que quizá se le ha tenido, por parte de los novelistas españoles, a lo largo de este siglo, debemos pensar más en ofrecerles, a aquéllos que lean nuestros libros, una experiencia cultural, diría yo, claro que sí, una experiencia de conocimientos, porque la novela, la ficción, lo decía antes, es una manera de conocer la realidad. Pero, aparte de todo eso, para que todo eso tenga sentido y esté completo, tenemos que pensar muy mucho en cómo construimos las historias y en cómo hacemos para que esas historias atraigan a la gente. La mayor tragedia que le puede pasar a una novela es que aquél que la toma en sus manos lea treinta páginas y no encuentre ninguna razón para proseguir; lo más maravilloso que le puede suceder a una novela es que alguien abra la primera página y no pueda soltarla hasta el final, y eso, en este país, hay quien, incluso todavía, lo desprecia.

Es algo que no podemos permitirnos el lujo de despreciar; si lo despreciamos, acabaremos como los egiptólogos, cultivando en pequeños círculos un saber que es impenetrable para los demás, y yo no creo, ni mucho menos, que la novela sea eso. Creo que tenemos que hacer esto porque, en definitiva, vivimos en este mundo y tenemos que competir, aunque a alguno le moleste mucho, con la televisión, con el cine, con Internet, porque, cuando alguien llegue a su casa, después de una dura jornada laboral, y tenga la posibilidad de encender el televisor o de conectarse a la red, tendremos que darle razones para que elija, en lugar de hacer eso, escribir una novela, y así estaremos compitiendo con cosas diferentes pero por el mismo tiempo; más vale que lo sepamos porque si no perderemos.

Ahora bien, yo creo que tampoco se nos puede ir la mano en esto, tampoco podemos limitar nuestras funciones; si nos convertimos en payasos, en profesionales del entretenimiento, perderemos, porque es muy difícil que una novela, el soporte escrito, supere como puro pasatiempo a esos otros soportes audiovisuales más rápidos, más potentes, más versátiles. Si la novela ha de sobrevivir y ha de tener algo que la diferencie y la haga mejor que esas otras cosas para alguien, no podemos perder de vista algo que aporta la tradición, algo que está en la misma esencia de la literatura y que creo que sigue vigente incluso hoy; lo que diferencia a una historia que a uno le cuentan en un libro de una que le cuentan en la televisión es, fundamentalmente, que el libro enseña y ayuda a reflexionar, cosa que, en general, la televisión más bien intenta impedir; no debemos perder de vista esto.

Una cosa no está reñida con la otra; aquí, como somos maximalistas, tendemos a pensar que se puede ser divertido o se puede ser profundo, pero nunca las dos cosas a la vez. Ahora, o conseguimos ser las dos cosas a la vez o no sobreviviremos; en el primer caso, porque nadie nos prestará atención, y, en el segundo, porque no podremos competir con esos otros medios.

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