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AULA DE CULTURA VIRTUAL

EL CIELO DE MADRID
El éxito y el fracaso en el arte
D. Julio Llamazares
Escritor

D. Félix Linares
Periodista

Bilbao, 11 de abril de 2005

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F.L.: Sin embargo, cada uno de los personajes no sólo tiene su sueño particular, sino que, además, lo encara de manera diferente. Así, nos encontramos en las páginas de esta obra con quien asegura que va a lograrlo, pero que no hace nada por conseguirlo; con quien lucha denodadamente por ello; o con quien consigue un éxito que lo decepciona y que, cuando decide buscar la felicidad por otra vía, tampoco la encuentra. Incluso hay un personaje que dice que todo será inútil.

J.Ll.: Intento representar el pequeño gran teatro de la vida. La novela se divide en cuatro partes o círculos: el limbo, el infierno, el purgatorio y el cielo. He querido dar más protagonismo al limbo (en su Divina Comedia, por ejemplo, Dante lo incluyó en el infierno). Así, en el bar homónimo se reúnen personajes que yo he conocido, si bien no tal cual, sino como una especie de arquetipos nacidos de mi propia experiencia de los años setenta y ochenta.

Como bien dices, aparece el intelectual profundísimo que nunca ha escrito nada y que perdona la vida y da lecciones a los demás. Retrato también al descreído que mira por encima del hombro, que nunca habla y que es el más interesante del bar porque todas las chicas lo contemplan con admiración. Asimismo, está el insistente por naturaleza.

F.L.: ¿Es más habitual encontrarse en las grandes ciudades, y concretamente en Madrid, personajes así?

J.L.: Todos los personajes se repiten en cualquier lugar, seguramente, pero son más frecuentes en las grandes ciudades, a las que llega mucha gente de ese tipo. En este sentido, Madrid (no como símbolo, sino como ciudad real) sí es diferente de otras ciudades. Madrid es una ciudad cuya esencia es el poder. Aunque a los madrileños no les gusta mucho oír esto, Madrid es una ciudad inventada, el capricho de un Rey que decidió poner ahí la capital del país, cuando la capital normal de España debería haber sido Lisboa, si Portugal no se hubiera separado. Madrid es la única gran capital del mundo que ni está al lado del mar ni junto a un gran río. El Manzanares es un pequeño arroyo muy bonito hasta que llega a Madrid, desde donde se convierte en una gran cloaca. De hecho, la ciudad ni siquiera mira al río, sino al lado contrario.

Madrid es villa y corte, pero no es ciudad. Tampoco tenía catedral, y hasta los cuatro símbolos del folklore madrileño son curiosos: el chotis (un baile alemán), el organillo (de origen napolitano), el mantón de Manila (filipino) y el bombín de los chulapos (que es el bombín inglés). Del oso y del madroño es mejor no hablar: los únicos osos están en el zoo, y hubo que importar los madroños –aunque hay bastantes y hermosos– de Francia.

Sin embargo, ésa es también la gracia de Madrid. En estos tiempos en los que para muchos es tan importante (y mejor) ser de un lugar, lo bueno que tiene Madrid –por lo menos para un apátrida real como yo: mi pueblo está bajo un pantano, así que no puedo ni siquiera volver al lugar donde nací– es que, aunque suene a tópico, nadie pregunta de dónde eres ni cuántos años llevas viviendo.

De todos modos, como en Madrid confluye todo lo bueno y todo lo malo, a veces se sataniza, y eso es algo que sí me molesta. Por ejemplo, se sustituyen las palabras "España" o "Estado" por "Madrid", como si Madrid fuera una entelequia nociva y maligna, la caja de todos los males. No obstante, Madrid es una ciudad donde el 90% de sus habitantes somos de fuera, y adonde hemos llegado para buscarnos la vida. En Madrid las personas tienen hijos; se enamoran; van a trabajar todos los días; y lo que quieren es más o menos vivir. Eso es Madrid. No hay que confundir la ciudad con la representación que a veces se tiene de ella desde otros lugares.



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