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AULA DE CULTURA VIRTUAL

EL CIELO DE MADRID
El éxito y el fracaso en el arte
D. Julio Llamazares
Escritor

D. Félix Linares
Periodista

Bilbao, 11 de abril de 2005

Félix Linares: Has dicho en otras ocasiones que El cielo de Madrid, novela que estos días presentas, no es una obra completamente autobiográfica ni un libro sobre la Movida. Aunque no se trata de que desnudes ahora su trama, ¿podrías dar tu opinión al respecto?

Julio Llamazares: Intentaré situar El cielo de Madrid en el contexto de mi producción y de mi vida. Soy un autor de producción muy lenta. De hecho, aunque he escrito más libros, ésta es mi cuarta novela. Concibo las novelas como instrumentos para pensar; no escribo para entretener a nadie (tampoco para aburrir), y mi objetivo primordial como escritor es transmitir sentimientos y pensamientos. Por tanto, mi punto de vista sobre el género surge de algo más que de la trama argumental, la cual, al fin y al cabo, no deja de ser una sarta de mentiras que uno fabrica para enganchar al lector y soltar, entre mentira y mentira, algo que uno siente como verdad.

Quiero precisar que para mí las novelas no son como muchas veces cree la mayoría del público. Se ha producido una profesionalización del escritor que casi lo ha convertido en un cantante de moda que, cada año, debe publicar un libro. Sin embargo, yo no soy un escritor profesional. A pesar de que he dedicado toda mi vida a escribir, y aunque vivo de lo que escribo, no tengo la conciencia de que la literatura sea para mí una profesión. La literatura es para mí una vocación, una necesidad, una especie de terapia.

Por estas razones, contemplo las novelas como ideas que caen por su propio peso. Yo no termino una novela, me siento y empiezo a preguntarme "ahora de qué escribo". Para eso bastaría con elegir un tema de moda (la sábana santa, el Papa, etc.) y fabricar una trama. Así se pueden escribir miles, pero eso no es literatura. Para mí las novelas son como esa especie de brote que un día, sin saber por qué, surge en el árbol de la imaginación o de la memoria, que vienen a ser lo mismo; empieza a crecer, sale una flor, aguanta la helada (hay muchas novelas que, como las manzanas, se hielan) y comienza a surgir una manzana que va creciendo; entonces hay que esperar a que madure en el árbol hasta que un día caiga por su propio peso. Evidentemente, las manzanas se pueden producir en invernadero con el fin de acelerar su maduración, pero para mí eso no tiene ningún interés.

F.L.: Y, en concreto, ¿cómo surge El cielo de Madrid?

J.Ll.: El cielo de Madrid es el fruto de muchos años de vida. Dado que entre la novela anterior y ésta han pasado once años, me suelen preguntar cuánto tiempo he tardado en escribirla. Yo siempre respondo que toda la vida. En concreto, seguramente he estado escribiéndola desde los doce hasta los cuarenta y nueve años (momento de la publicación). Digo esto porque el brote de esta novela seguramente se encuentra en una noche de septiembre de 1967. Al niño de doce años que entonces era yo –como a todos los niños que, siendo de los pueblos, querían estudiar– lo mandaron a estudiar a un internado. En mi caso, a un colegio de frailes capuchinos de Madrid.

Recuerdo que hice aquel viaje en un autobús lleno de niños de Zamora, de León, de Palencia... que aquella noche abandonaban, seguramente sin saberlo, su infancia. Probablemente era el primer viaje que muchos hacíamos fuera de la provincia. En aquella época yo vivía en un pueblo minero leonés y, como mucho, habría ido a la ciudad de León un par de veces o tres.

Recuerdo cruzar Castilla en el atardecer. Hay sobre todo una imagen que no he olvidado nunca, y que seguramente está en el origen de esta novela. Ya de noche, después de cruzar toda Castilla en aquel autobús, atravesamos el túnel de Guadarrama y, como si fuera el enorme proyector de un cine, al final de él se iluminó, de repente, la gran pantalla del cielo de Madrid.

De alguna forma, era el cielo que nosotros íbamos a conquistar, si bien en aquel momento no teníamos conciencia de ello. Vería después la imagen del cielo de Madrid –que atraía pero a la vez daba miedo– desde el dormitorio de aquel internado que estaba en una colina del monte El Pardo. Si bien la noche y todas las luces empiezan a atraer cuando uno tiene quince años, esa vida que llama, al mismo tiempo, preocupa. Pues bien, seguramente en esa imagen está el brote que dio paso a esa manzana que es El cielo de Madrid.



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