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AULA DE CULTURA VIRTUAL

IMPERIO
La forja de España como potencia mundial
D. Henry Kamen


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Es más, incluso se puede corroborar que quienes formaban tan sólo una pequeña parte del esfuerzo militar en dichas áreas de la empresa española eran los propios españoles. No en vano, existe un hito histórico que sirve para aportar un dato más a favor de esta hipótesis y que, de hecho, me llevó a preparar el libro. Se trata de la famosa batalla de San Quintín, en Francia, en 1557, que supuso la victoria militar más gloriosa de Felipe II y, consecuentemente, de la época imperial. ¿Qué sucedió allí? Que las tropas españolas representaban un 12 % del ejército, que casi la totalidad de los comandantes y oficiales eran de otros lugares y que casi todas las facturas de la batalla fueron pagadas por los holandeses. Esto demuestra lo que vengo argumentando y que, efectivamente, debemos analizar los acontecimientos a fondo para no repetir las versiones clásicas aprendidas en las escuelas, porque lo cierto es que el poder militar español tuvo un papel limitado en cada etapa de la creación del Imperio.

 No obstante, me gustaría hablarles, antes de finalizar, de otro de los argumentos clave desarrollado en mi libro. Es el relacionado con la colaboración entre la gente, ya que Castilla y los reinos españoles destacaron por su impresionante capacidad para aprovechar los recursos de otros. Así, al igual que hoy en día colaboramos con el imperio norteamericano cada vez que compramos una hamburguesa o bebemos una cocacola, todos colaboraron entonces por el bien de la empresa imperial. En el siglo XVI, las elites napolitanas, genovesas, borgoñonas, flamencas, de los nahuas de Méjico, peruanas, chinas y japonesas ofrecieron una colaboración voluntaria cuyo esfuerzo común obtuvo importantes frutos para el comercio del Mediterráneo y para España. Sin ir más lejos, la plata de Potosí, de Bolivia, convirtió a Sevilla en la metrópoli del Oeste, por lo que dicha ayuda estimuló el crecimiento económico no sólo de España, sino también de toda Europa occidental. De tal forma que la construcción naval y el comercio peninsular atrajeron a mercaderes de toda la cristiandad y adelantaron la inmigración de pequeños grupos de españoles a todos los rincones del globo. Es decir, que, en definitiva, aquella empresa cooperativa unió a los españoles y comenzó a darles un propósito común, y ésta es una de las razones para creer y admitir que no fue España la que creó el Imperio, sino el Imperio el que creó España. La sensación de pertenecer a otra gran realidad internacional otorgó a los españoles la oportunidad de compartir, sufrir y experimentar con los demás, y gracias a todo esto España experimentó un periodo de bienestar y grandeza en el siglo XVI.

 Claro que este periodo de éxito se debía en gran parte a otras naciones, porque, a pesar de todo, la nación de España no tenía la infraestructura necesaria para reforzar su papel como gran potencia. Para que se hagan una idea, sólo en el reinado de Felipe II, en lo referente a la artillería, a las armaduras, a la pólvora, a las balas de cañón y a los arcabuces, España dependía casi totalmente de las importaciones. Así, únicamente para aplastar la sublevación de los moriscos, tuvo que importar casi el 90% de su armamento de Milán (que por suerte formaba parte del Imperio), porque el estado español no tenía nada de esto. Por tanto, el gobierno del país tuvo que contar con la cooperación de sus socios imperiales, y la verdad es que, visto desde el prisma actual, esta colaboración económica se puede considerar el primer ejemplo de globalización, porque el Imperio español era una empresa internacional en la que participaban muchos pueblos.

 Y dicha globalización tenía como característica principal que España proporcionaba, mediante sus gastos en defensa y comercio, los fondos que sostenían la economía imperial. Es decir, que toda la plata fue a parar a otros países. La Península Ibérica contaba por sí sola con pocos recursos humanos interiores y el Imperio utilizaba su plata para adquirir bienes y contratar los servicios de los especialistas extranjeros, así que, por vez primera en la historia, un imperio internacional integraba a los mercaderes del mundo en una interminable cadena comercial que permitió el intercambio de productos, enriqueció a los comerciantes y globalizó la civilización. Los esclavos africanos llegaban a Méjico gracias a España, la plata mejicana llegaba a China gracias a España, las sedas chinas llegaban a Madrid gracias a España, etc. En el siglo XVII, el mundo colaboró en el esfuerzo de apoyar a España, y gracias a la colaboración de todos estos pueblos el Imperio crecía y la economía española florecía. Es decir, que éste existió y subsistió gracias al esfuerzo internacional, en definitiva.



 

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