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De esta manera, el programa DREAM adquiere una base social muy sólida no sólo en Europa, sino también en Mozambique y en los países donde está implantado. En Mozambique, por ejemplo, hay más de 60 comunidades de SantEgidio; son africanos, más de 5.000 jóvenes y adultos están comprometidos al lado de los más pobres. Aunque en Mozambique el nivel de vida es muy bajo y los miembros de la Comunidad comparten las mismas dificultades económicas que la mayor parte de la población, todos pueden ayudar a quien está peor y nadie es tan pobre como para no poder ayudar a alguien más pobre que él. Estas comunidades participan activamente en el programa en dos importantes sectores: la educación sanitaria y la ayuda nutricional. Decenas de miles de mozambiqueños se benefician de modo estable, en las zonas más pobres, de esta actividad cotidiana y voluntaria. Esto constituye una revolución dentro del país, africanos pobres que ayudan a quienes aún son más pobres, es la revolución del amor al projimo que vence la tentación del amor por uno mismo. Al mismo tiempo, el programa está abierto también a la participación de quien vive en Occidente: si ya numerosas instituciones de carácter científico y diversas realidades del mundo industrial y económico son colaboradores estables del programa, ofreciendo sus recursos técnico-científicos y económicos, también muchos ciudadanos participan en el programa a título personal, recibiendo una información puntual y ofreciendo su apoyo económico de muchas formas.
Es evidente que la tarea es ingente. El tratamiento del sida requiere un elevado nivel de prestaciones frente a los siempre reducidos recursos económicos en comparación con el total de las necesidades. Sin embargo, esto nunca ha representado un límite a la posibilidad de difundir el tratamiendo a un inmenso número de personas, con la perspectiva de llegar a todos aquellos que la necesitan. El principal problema encontrado radica en la dificultad de desarrollar la compleja asistencia requerida por el tratamiento del sida en sistemas sanitarios con recursos tan limitados como los africanos. Ha sido necesario construir un camino innovador precisamente en este campo, teniendo en cuenta las características del contexto en que se iba a intervenir y creando estructuras ágiles y ligeras.
Hoy, DREAM ha demostrado ser un modelo eficaz que debe afrontar el desafío de su crecimiento. Se trata de ampliar y dilatar conjuntamente todos los aspectos del sistema: desde la formación del personal técnico y médico (en un país que, como en gran parte de los países del África sub-sahariana, sufre una carencia crónica de personal) hasta la creación de infraestructuras adecuadas; desde la posibilidad de efectuar diagnósticos hasta una asistencia adecuada en el parto; desde el seguimiento y la supervisión de las terapias hasta la valoración de los resultados. El crecimiento coordinado y armónico de los diferentes componentes del programa representa un paso crítico que requiere y requerirá un empeño excepcional. Además, la lucha contra el sida debe afrontar ineludiblemente este paso para aspirar a convertirse en una batalla para todo el país y, en el futuro, un modelo para países con recursos limitados. Cuando nosotros empezamos en 1995 a darnos cuenta del problema del sida en África, cuando sólo se empezaba a hablar de la enfermedad en Occidente, nos vimos ante la necesidad de empezar a pensar por dónde comenzar. Esto impone la elección de algunas prioridades. En la primera fase se ha dado prioridad a las mujeres embarazadas, a la pareja madre-niño y a algunas intervenciones clave en sectores estratégicos del desarrollo como el sanitario (actualización de conocimientos de los médicos, enfermeros y personal auxiliar) y el educativo (formación específica de los maestros de la escuela obligatoria).