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AULA DE CULTURA VIRTUAL

EL DESCUBRIMIENTO DE LA VOCACIÓN LITERARIA
El inútil de la familia

D. Jorge Edwards
Premio Cervantes 1999


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Por tanto, es muy frecuente que en la novela se introduzca dentro del propio texto la crítica de la novela. Eso lo hace Marcel Proust, en cuya obra En busca del tiempo perdido el autor francés incluye abundante reflexión sobre el género, como también sucede con otros autores como el alemán Thomas Mann o el irlandés James Joyce.

Hechas estas observaciones preliminares, diré que El inútil de la familia es una novela que se refiere a otro escritor llamado en la realidad Joaquín Edwards Bello. Se trata de una ficción muy parecida a la realidad. El personaje existió; era un primo hermano de mi padre, hijo de un señor que se llamaba Joaquín Edwards Garriga (entre inglés y catalán), a su vez hijo de una catalana y hermano mayor de una familia numerosa en la que mi abuelo, que se llamaba Luis Edwards Garriga, era el menor, por lo que, como eran huérfanos, la función de padre era desempeñada por su hermano mayor.

Pues bien, a comienzos de siglo empezó a actuar en esa familia un personaje que se llamaba Joaquín Edwards Bello. Era una familia de "hombres de acción", muy enérgicos y activos, la mayoría de los cuales estaban relacionados con la minería del cobre en el norte de Chile. Mi bisabuelo era ingeniero y minero del cobre; mi abuelo se había dedicado a la minería en una época y había terminado dedicado a la agricultura; y el padre de Joaquín también era ingeniero. Sin embargo, a comienzos de siglo, Joaquín, en lugar de ser también ingeniero, empresario o abogado –cualquiera de las cosas que se esperaban de él– se dedica a la extraña actividad de escribir poemas –que además eran de vanguardia y no entendía nadie (eran poemas oscuros, de corte dadaísta)– y después cuentos y novelas.

Décadas más tarde, cuando yo empecé a formarme por los años cuarenta, oí hablar alguna vez en mi casa de Joaquín, si bien nunca se decía solamente "Joaquín", sino, por ejemplo, "el inútil de Joaquín" o "el jugador de Joaquín" o "el perdido de Joaquín". En la casa de mi abuelo me encontraba muchas veces con una tía abuela, hermana de mi abuelo y hermana del padre de Joaquín (mi personaje), que se llamaba Elisa. Era una mujer muy bajita, delgada, con una mirada muy chispeante y vivaz, y una enorme nariz. Pues bien, ella me llevaba a un lado y me preguntaba si sabía que tenía un tío escritor. Al escuchar aquello yo me quedaba sorprendido, y entonces me mostraba las tapas de los libros de Joaquín Edwards Bello; era una cosa misteriosa, como una conspiración contra algo, como una salida del orden de aquella casa.

Muchos años después leí una crónica de Joaquín en la que él hablaba de una tía y decía que era muy lectora, muy simpática; contaba que se había casado y que su marido había desaparecido como a las tres semanas de matrimonio, así que, a lo mejor, la lectura era un consuelo para aquella señora que, además, tocaba el arpa en conciertos de beneficencia. Finalmente, Joaquín decía en la crónica algo que me permitió identificar a su tía. En efecto, afirmaba que tenía nariz de tucán (esos pájaros tropicales de pico enorme), lo que me permitió reconocer de forma indudable a la tía Elisa.

Por consiguiente, la tía Elisa es una especie de personaje casi fantástico, una especie de ángel que revolotea en los comienzos de mi novela y que tiene algo que ver con la literatura y con ese mundo medio prohibido. En cambio, mi abuelo, que era un hombre bastante culto y leía habitualmente, tenía en su casa, encima de los veladores, dos libros: El carácter (un libro de un autor inglés de la época) y El ahorro. Sin duda alguna, títulos como ésos imprimen carácter, y salir escritor de ahí era tarea tan difícil y estaba tan mal vista que, cuando yo comencé a escribir –algo que hice por gusto, porque leía todo lo que pasaba por mis manos–, lo hice de forma secreta: en la máquina de escribir de mi abuelo escribía los poemas y preparaba unas ediciones muy bonitas que repartía a tres amigos, que eran mis lectores.


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