<<<ANTERIOR / SIIGUIENTE>>>
Lo mismo sucede si se examinan los héroes de Balzac o la propia Ana Karenina de Tolstoi. No son héroes fenomenales, superiores, sino hombres y mujeres con luces y sombras. Creo que lo característico de la novela es la luz y la sombra de los personajes; los personajes que no tienen luz y sombra sirven para otras cosas, pero no funcionan bien en las novelas, y la lectura apasionada de una novela se produce precisamente porque uno comienza confiando en el personaje, pero descubre después sus defectos, sus errores de cálculo, su imprevisión, etc.
Hay un tercer elemento fundamental en el género de la novela. El héroe novelesco no es el mismo personaje en la primera página que en la última, es decir, en las novelas cuando son verdaderas novelas los personajes van cambiando, evolucionan a veces para mejor y a veces para peor. Siempre hay un cambio que deriva del dinamismo de una novela, y este cambio corresponde a otro hecho un tanto misterioso: el autor de una novela no controla por completo a sus personajes. Si el novelista controla enteramente a sus personajes y los maneja como a monigotes, no es novelista; el novelista es un ser que se deja invadir por sus personajes.
Pensemos en Miguel de Unamuno, por ejemplo, que a mí nunca me ha convencido como novelista. Me ha gustado mucho como ensayista, pero tiene novelas-ensayo, novelas sobre la novela, que son muy interesantes y sugerentes por lo que dicen sobre la relación del autor con su personaje relación que su obsesión religiosa le llevaba a comparar con la de Dios y sus criaturas. Sin embargo, resulta que el novelista no es precisamente Dios o, si se quiere, sucede que las criaturas del novelista se rebelan como los ángeles rebeldes contra Dios. El novelista pierde el control de sus personajes, que son como seres vivos que cambian y que no se reducen absolutamente a la voluntad del escritor.
En este sentido, el caso del Quijote es paradigmático. Algo característico de la gran novela de Cervantes es que don Quijote y Sancho evolucionan a lo largo del libro: Sancho se quijotiza, mientras que don Quijote adquiere algunas de las virtudes del sentido de la realidad de Sancho y recupera la cordura al final, posiblemente contagiado por su escudero.
Finalmente, hay una cuarta observación que, según mi opinión, tiene que ver con la novela moderna en el sentido más estricto de la expresión. La novela es un género que tiende a ser la crítica de la novela. En la novela, el autor gasta muchas veces bromas sobre el género o sobre su personaje, algo que comenzó, precisamente, con Cervantes. En efecto, hacia al final del Quijote sucede algo extraordinario, porque Cervantes polemiza a lo largo de la segunda parte con Avellaneda (el autor de un Quijote apócrifo publicado en 1614). En este sentido, una de las escenas más sorprendentes de la literatura es la siguiente; hacia el final del libro (capítulo 72 de la segunda parte), don Quijote se encuentra a la entrada de una venta y aparece un caballero, don Álvaro Tarfe, que es un personaje del Quijote de Avellaneda. Pues bien, cuando ese caballero llega y ve a don Quijote, lo reconoce, pero éste le dice más o menos que el verdadero don Quijote es él y no el que don Álvaro conoce el de Avellaneda, que es un cuento y una mentira.