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AULA DE CULTURA VIRTUAL

EL DESCUBRIMIENTO DE LA VOCACIÓN LITERARIA
El inútil de la familia

D. Jorge Edwards
Premio Cervantes 1999

Bilbao, 24 de enero de 2005


Aunque no soy ningún teórico de la literatura, comenzaré formulando algunas observaciones sobre el género de la novela para defender la tesis de que El inútil de la familia pertenece, en efecto, a este género. En primer lugar, la novela es quizá el único género literario que está todavía en evolución y que, a lo mejor, no ha encontrado su forma definitiva. Un soneto es un soneto desde hace siglos y no ha cambiado, y tampoco va a cambiar ni puede hacerlo. Es una estructura verbal inamovible de catorce versos endecasílabos que combina determinadas rimas.

Sin embargo, desde los libros de caballerías y la novela pastoril hasta hoy, y posiblemente durante mucho tiempo más, la novela es y será un género que admite una constante innovación. Curiosamente, hacia los años veinte y treinta del siglo XX se anunció con mucha vehemencia la muerte de la novela; sin embargo, si uno examina lo que se afirmaba en aquellos tiempos, se llega a la conclusión siguiente. Lo que estaba muriendo era la novela del siglo XIX, pero estaba comenzando otra manera de hacer novela, la novela del siglo XX y del siglo XXI. Cuando Ortega y Gasset vaticinaba la muerte de la novela –lo mismo que Benedetto Croce en Italia–, lo único que en verdad se ponía de manifiesto era que no se podía seguir escribiendo a la manera realista de, por ejemplo, Balzac. Para ello había que repetirse, y en la novela hay que evitar siempre la repetición, puesto que este género literario, a diferencia de otros ya fijados por la historia (como los sonetos, por ejemplo), siempre debe contener algún elemento sorprendente.

Hay quienes dicen que El inútil de la familia no es una novela porque el personaje principal existió (es un personaje histórico) y porque el narrador principal es un narrador que se llama Jorge Edwards y que se parece bastante a mí –aunque no completamente, ya que hay algunas cosas que yo inventé para, repito, este narrador llamado Jorge Edwards–. De todos modos, como eso hace sospechar a cierta gente de que esto no es exactamente una novela, anuncio que la novela es un género en constante cambio y que no ha encontrado todavía su forma definitiva. Así, por ejemplo, en Estados Unidos se están escribiendo ahora muchas novelas sobre escritores que existieron (se acaba de publicar una novela sobre Henry James en la que el escritor es personaje de la novela).

La novela presenta una segunda característica que, a mi juicio, resulta importante: por sus páginas siempre discurre un héroe imperfecto. La novela no es el espacio de los héroes perfectos –como lo eran, por ejemplo, la novela pastoril o los libros de caballerías–, sino que la novela moderna es un artefacto literario, verbal, en el que los personajes son seres llenos de matices. El héroe positivo y perfecto no pertenece al espacio ni al mundo de la novela. Desde el siglo XIX hasta hoy, un héroe de novela puede ser la señora Emma Bovary, mujer soñadora (y bastante equivocada en sus sueños) que choca continuamente con la realidad y que siempre es estafada por sus amantes. Es decir, se trata de una señora poco previsora y bastante imprudente, por lo que esta heroína clásica del siglo XIX está llena de debilidades y de equivocaciones (con, incluso, algunos aspectos ridículos).

Cuando releo esta novela tan importante y tan bien hecha –me ha tocado hacerlo con lupa porque la he tenido que enseñar–, llego a sentir más simpatía por su marido que por ella. Es un hombre gris, pero buen profesional; un tipo abnegado, buen médico de pueblo, que recorre grandes distancias bajo la lluvia de Normandía para, por ejemplo, practicar una operación de pie equino. He pensado alguna vez que Charles Bovary es una persona con la que no me gustaría pasar muchas horas, porque es bastante aburrido –a lo mejor habría preferido estar con Emma–, pero es un personaje bastante serio y confiable, virtudes que, sin embargo, son poco literarias, ya que se relacionan más con el orden de las cosas. En cambio, Emma Bovary es una soñadora disparatada; a ella, igual que a don Quijote, se le ha derretido el seso de tal manera –si bien leyendo no libros de caballerías, sino novelas de amor– que ha querido convertirse en heroína de novelas de amor y terminará mal.


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