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AULA DE CULTURA VIRTUAL

EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD

D. Jorge Bucay
Psiquiatra

Bilbao, 7 de febrero de 2005

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Es decir, quizá yo sea muchas veces todas las cosas que señalo al otro; y no sólo las malas, sino también las buenas. Qué bueno sería hacerme cargo de que yo soy las cosas que el otro ve en mí, y también las cosas que yo digo de los demás. Conocerse es adueñarse de todas estas cosas que cada uno de nosotros es en mayor o menor medida.

Ahora bien, debemos saber todas esas cosas no sólo estáticamente, sino también para después construir con ellas lo que sigue, que es aceptarse. Aceptarse no quiere decir resignarse, dar algo por hecho y dejarlo en ese lugar, sino tomar conciencia del punto de partida de las cosas. ¿Cómo puede una persona dejar de estar gorda si primeramente no acepta que lo está? Aceptarse es perder la urgencia y el enojo porque las cosas son como son. Aceptarse es no enojarse con la realidad. Si me enojo, no construyo. Quien está enojado está irritado como los ojos cuando les entra arenilla. Es decir, la persona enojada está tensa y contesta destempladamente; y, además, esa "basurilla en el ojo" le impide ver con claridad.

Por tanto, la persona que acepta está en condiciones de hacer lo necesario para empezar a cambiar. Paradójicamente, aceptar es poder empezar a cambiar; y no aceptar es quedarse con la idea de que, aunque algo no puede ser, tampoco hay por dónde empezar a cambiar. Quien de verdad quiere crecer y desarrollarse, debe aceptar la realidad tal como es.

Enrique Mariscal, terapeuta argentino y amigo mío, dice que los hombres y las mujeres necesitan para crecer H2O. Ahora bien, Mariscal continúa diciendo que, a diferencia del H2O de las plantas, el H2O de los hombres y de las mujeres no está formado por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Por el contrario, nuestro H2O está compuesto por una primera H de honestidad; si quieres crecer, debes aceptar honestamente que las cosas son como son, dejar de mentirte y engañarte, y de engañar a los otros. Debes enfrentarte con la verdad honestamente.

La segunda H es la de humildad; si quieres crecer, vas a tener que agregar humildad a tu vida, saber que tienes tus capacidades y tus discapacidades, saber que tienes lados flacos, que tienes que poder pedir ayuda y aceptar que te equivocas, debes aceptar humildemente que necesitas de los otros.

Por último, la O de esta peculiar fórmula es la O de osadía; hay que tener el coraje de enfrentarse con lo que la vida te enfrente, la valentía de no salir corriendo, de no dejar la tarea difícil en manos de otros. Debes aprender a hacerte cargo de lo que la vida te pone enfrente.

Esta agua así formada (humildad, honestidad y osadía) es lo que cada uno necesita para conocerse, saberse y aceptarse tal como es. Dice la Biblia dos cosas que suelen ser tomadas como contradictorias. En un lugar, la Biblia dice "sólo se ama aquello que se conoce". En otro lugar, la Biblia dice "sólo se conoce aquello que se ama". Yo apostillo que son la misma cosa: conocer verdaderamente termina haciendo amar lo que se conoce, y amar verdaderamente hace que se conozca lo amado. Por tanto, habrá que dejar de tener miedo, porque el camino de conocerse y de aceptarse llevará a la persona a valorarse, a tener ciertas cuotas de sano amor propio, un amor desde el cual saldrá el amor por los demás.

Alguien creerá que estoy haciendo apología de la mezquindad, del individualismo y de la egolatría. Como terapeuta sé que mi amor por los demás se puede nutrir solamente del amor que yo he aprendido a tener por mí. Pensar que alguien que se quiera a sí mismo no puede querer a los demás es pensar que nuestro amor tiene una cuota limitada, es creer que, si uno tiene dos hijos, no puede tener tres porque deberá restar amor a los dos primeros para dárselo al tercero. Todos sabemos que eso no es verdad. Nuestra capacidad de amar es infinita.

Por lo tanto, hay espacio para quererse, cuidar y ocuparse de uno. Sólo queriéndote podrás saber que eres protagonista de tu vida, te guste o no. Cuando te enteres de ello podrás aceptar que, además, tienes una importante participación en el guión de esa película. Cada uno es corresponsable de todo lo que le pasa. Quiero decir que, si bien es cierto que no se es el único responsable, siempre hay un pedacito de responsabilidad, aunque el porcentaje varíe; y hace falta que esto se asuma porque, si es así, también se asumirá que se es cómplice de lo que sucede, y, por tanto, nos daremos cuenta no sólo de la responsabilidad que tenemos, sino también del poder que ejercemos sobre nuestra propia vida, y no sobre la de los demás. Dejemos que cada uno sea responsable de lo que hace y de lo que dice, y también de lo que no hace ni dice. Hagamos que cada uno sea dueño de sus sentimientos.

Ahora bien, aviso que nadie llega a la felicidad en soledad. Nadie llega a ser feliz sin haber podido compartir algo con otro. Es muy poco probable ser feliz si nunca se ha tenido un compañero o una compañera de ruta. De todos modos, también debo aclarar que nadie pertenece a nadie. No me gustan las relaciones de pertenencia; me parecen mejor las relaciones de compañía –una gran palabra, además, puesto que "compañero" significa etimológicamente "el que comparte el pan"–.

No me gusta que me carguen con responsabilidades que no me correspondan. Siempre digo que hay que tener cuidado con esa gente que se acerca y nos dice lo que más nos gusta oír, como por ejemplo: "¡Me haces tan feliz!". Si el otro –sabiendo que es mentira– responde para devolver la misma moneda algo parecido a "tú a mí también", no se dará cuenta de la trampa en la que estará cayendo en ese preciso momento. Quizá parezca una situación idílica, pero dos semanas, dos meses, dos años o veinte años después, el otro dirá: "Me has hecho infeliz toda la vida". "Pero si yo no tengo tanto poder para hacerte infeliz", contestará el segundo. A lo que el otro replicará: "Si tenías el poder de hacerme feliz, ahora tienes el poder de hacerme infeliz".

Qué bueno sería empezar por ahorrarse problemas. La lección que debemos extraer del amor y la felicidad es que hay que aceptar a la persona que está a nuestro lado tal como es. La próxima vez que alguien se acerque con cara de carnero degollado a decirnos "me haces tan feliz", lo más útil es responder: "¿Yo? Para nada. Yo no tengo nada que ver". De lo contrario, para hacer feliz "de nuevo" a esa persona, habrá que cambiar y parecerse al que quiere que seamos. Esto constituye un gran error porque, si hay algo necesario para tener un compañero de ruta, ese algo es ser capaz, a partir de aceptarse a uno mismo, de aceptar al otro tal como es.

Hay otra mentira muy extendida que consiste en pensar que queremos que la persona cambie por su bien. Se suele expresar de esta manera: "Él es tan maravilloso que, si cambiara estos dos o tres detalles, sería perfecto. Y yo quiero ayudarle a que sea perfecto". Sin embargo, no funciona, y casi resulta más económico buscar a otra persona que ya haya cambiado.

En una reciente entrevista en la que me preguntaban cómo definiría el amor respondí lo siguiente: "El amor es la decisión de luchar por un espacio de libertad para que alguien decida lo que más le apetezca aunque no sea lo que a mí me conviene". Eso es el amor. Si uno es capaz de amar de esa manera –todos los que alguna vez hemos sido amados de esa manera sabemos de qué se trata–, podemos tener compañeros de ruta a los que no hay por qué poseer, personas con las que podemos seguir siendo protagonistas de nuestra vida. Y podemos desear, renovar y construir relaciones de amistad, relaciones de padres e hijos, relaciones de pareja que nos permitan crecer en esa dirección de ser felices, de no perder.

Además, si sucede que el otro o la otra toman una dirección diferente de la nuestra, o decide que no quiere más nuestra compañía o, por desgracia, fallece antes de que yo pueda aceptarlo, vamos a tener que hacer algo más si queremos ser felices. Vamos a tener que aprender a dejar atrás aquello que no está; no se puede ser feliz cargando la dura mochila de todo aquello que ya no está con nosotros, ni se puede reconquistar la felicidad si seguimos anclados a algo que alguna vez tuvimos y hemos perdido, a alguien que alguna vez fue la persona que más quisimos y que se murió, que nos ha dado todo lo que nos ha dado y que hoy no está con nosotros.



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