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VIAJE AL PAÍS DE LAS
ALMAS
JORDI ESTEVA,
ESCRITOR
Bilbao, 22 de mayo de
2000
EL CORREO |
Jordi Esteva |
Yo he venido a hablar de este
Viaje al país de las almas, que, quizá como
las cosas que me han marcado, ha sido fruto de una casualidad
que ahora voy a explicar. Trataré de contarles cómo
fui a parar a ese mundo del animismo, puesto que, en un principio,
viajé a África por otros motivos que no tenían
nada que ver con esta búsqueda de su espiritualidad.
Hace unos años, el profesor Alcantú, del Centro
de Investigaciones Tecnológicas Ángel Ganivet,
de la ciudad de Granada, me propuso hacer un trabajo sobre la
drumología, sobre el lenguaje de los tambores, en una
zona comprendida entre Ghana y Costa de Marfil, entre el grupo
de los Acán; esta supuesta ciencia trataría de
la transmisión oral de las grandes mitologías africanas
a través de los tam-tam.
Encontré fascinante esa propuesta, ya que siempre me ha
atraído mucho el mundo africano, y acepté sin dudar,
pero fue un fiasco, una decepción, porque, al cabo de
un mes de estar trabajando con unos antropólogos locales
y con el Ministerio de Cultura de Costa de Marfil, que me apoyó
también en el proyecto, vi que no estaba haciendo absolutamente
nada nuevo; era una repetición, de clichés, fotos
que rallaban el folklore, algo que, personalmente, no me aportaba
casi nada. Es decir, estaba consiguiendo una gran colección
de fotografías, algunas interesantes, pero me faltaba
una mirada propia, algo que aportar, algo original, porque estaba
un poco cansado de esta visión que siempre tenemos de
África, que es la del África folklórica
de las máscaras, de las danzas, o la del África
que siempre llora forzosamente, cuando hay muchísimas
más cosas que eso.
Entonces, me di cuenta de que estaba cayendo en esta trampa,
fomentando los estereotipos, y recordé las palabras de
un filósofo, uno de los grandes apóstoles que conocía
la negritud, que decía que el folklore es la misa de difuntos
de una cultura. En ese momento, comprendí realmente lo
que estaba haciendo, y toda esta ilusión, todo este empeño
que había puesto en este viaje, para mí, había
fracasado; había conseguido cientos de películas,
había recorrido no sé cuantísimos kilómetros,
pero era, como digo, una sensación de fiasco.
Sin embargo, a pesar de todo, ocurrió una cosa que me
gusta contar porque simboliza, en cierta manera, lo que son las
casualidades. Quizá no sea exactamente así, no
obstante, prefiero pensar que no fue un hecho fortuito. Me encontraba
a punto de regresar a mi país, con esa sensación
de fracaso, y estaba en un hotelucho, en una pequeña pensión
limítrofe con la ciudad -todas las habitaciones de hotel
habían sido ocupadas porque se celebraba una conferencia
de todos los países africanos sobre el Sida, que es el
problema principal de este continente-, rozando unas lagunas
bastante lúgubres, muy impresionantes.
Al día siguiente tenía que ir al aeropuerto, así
que, deseando salir de allí, decidí encerrarme
en la habitación, conectar con la aldea global a través
de la televisión y olvidarme del país. Entonces,
ocurrió una cosa que parece una tontería pero fue
muy importante para mí: de repente, cuando ya estaba ambientándome,
pasando de la BBC al Canal 5, se fue la luz, y me gusta pensar
que, con ella, se fue toda esta mundialización y entró
África por la ventana; es decir, inesperadamente, oí
los sonidos de esa laguna, chapoteos, había una luna impresionante
que aparecía y desaparecía entre las nubes, unas
bandadas de grandes murciélagos que -se lo digo a los
que hayan estado en África, sobre todo en África
occidental, al atardecer- una noche vuelan en enormes bandadas,
enormes ellos también, casi como gaviotas, lo que es impresionante.
Y así, en un momento, vi que, de entre los juncos, de
entre las cañas, salía una adolescente recubierta
con un lienzo, anudada a la cintura y recubierta de caolín;
o sea, que era una iniciada y estaba en trance.
Esta imagen me chocó profundamente, y pensé que,
ya que estaba en África con toda esa ilusión, con
el soporte, la ayuda, del Centro de Investigaciones, muy generosa,
y también del gobierno local, quizá podría
intentar quedarme un tiempo más y hacer algo a través
de lo que yo fuera descubriendo, además, un mundo que
me gustara transmitir a mis posibles lectores o a ustedes, por
ejemplo. Por eso acepté la invitación para ir a
visitar un pueblo donde se iba a celebrar una fiesta local en
torno al ñame, sobre la renovación de los lazos
con los ancestros. De ese modo, me introduje en este mundo del
animismo, este mundo del que poco se sabe, en estas creencias
animísticas que pueden ir desde Siberia, con los chamanes,
hasta América, Amazonia, los grandes países africanos...
Antes de todo, debo decir que el animismo no es una religión
stricto sensu, como la entendemos nosotros, como puede
ser el judaísmo, el cristianismo, el islam o incluso el
budismo -que quizá sea más una filosofía
que otra cosa-; es una manera de ver el mundo, es una cosmovisión,
que varía muchísimo no sólo según
el continente o el país, sino también según
la etnia, e incluso dentro de ésta. A grandes rasgos,
podríamos decir que, sorprendentemente, es, de alguna
manera, un monoteísmo, puesto que creen en un Dios con
una fuerza única; lo que ocurre es que esta fuerza es
tan inaccesible, que ya no vale la pena ni pedir ni tratar de
negociar con ella nunca más, y para ello se trafica, o
se negocia, se habla con los espíritus, con los genios
y con las almas de los antepasados.
Esto se lleva a cabo -y ya depende de la cultura- mediante unas
ceremonias: en algunos lugares suelen introducirse elementos
intoxicantes -en las zonas que yo estudié, en absoluto-
y, a través de la percusión, el trance, logran
-eso es lo que creen ellos- que estos espíritus se personen
en aquella comunidad para comunicarse, dar consejos, o advertir
sobre peligros, etc.
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