ANTERIOR / SIGUIENTE
Transcripción de la conferencia
de José Javier Esparza / Periodista- 2
Se dice que la imagen televisada debe
su fuerza, exactamente, a que es capaz de saltarse esa barrera
que pone el neocortex. La sucesión de impactos visuales
a toda velocidad "perfora", por así decir, esta
esfera; el raciocinio se salta las barreras y actúa directamente
sobre el paleocortex, sobre el fondo instintivo, nos "masajea"
los instintos. Los mensajes que la televisión nos envía
no activan un diálogo lógico con el medio, sino
una reacción primaria; no despiertan un comportamiento
racional, sino un comportamiento instintivo y afectivo; no son
propiamente mensajes, sino lo que otro gran teórico de
la comunicación llamaba ´masajesª. Así
pues, la televisión no es un mensaje: es un masaje.
Ésta es la razón por
la cual los mensajes subliminales óëSub limesí
significa por debajo de la fronteraó abundan especialmente
en este medio. Ya saben que consisten en deslizar impresiones
de modo tal que el cerebro no sea capaz de filtrarlas y racionalizarlas
aunque sí nos hayan impresionado. Nuestro consciente recibe
un mensaje como, por ejemplo, ´tengo hambreª, o ´me
apetece esta tartaª, o ´me apetece esta mujerª,
y, antes de pasar por él, el cerebro sabe que lo ha recibido
óaunque ustedes mismos no se enteren de haberlo "procesado"ó.
En las facultades de Ciencias de la Información se estudiaba
ópor lo menos cuando yo era estudiante; no sé qué
se hará ahoraó el caso de la película El
exorcista, donde el director, para aumentar la impresión
de miedo en el espectador, había incluido ciertos fotogramas
invisibles y ciertos sonidos inaudibles que sí actúan,
en cambio, sobre el fondo instintivo del cerebro y acentúan
esa sensación de pavor.
Concretamente, se trataba de una calavera en descomposición
óimagen bastante poco grataó, incluida como fotograma
imperceptible dentro de la cinta y, dentro de la banda sonora,
del zumbido de una colmena de abejas furiosas. Dichas impresiones
no pueden ser distinguidas conscientemente por el espectador,
pero están ahí mezcladas, dentro de lo que el espectador
recibe sin saberlo, para aumentar el efecto de miedo que el director
quería lograr.
La palabra 'subliminal', aunque creo que sería más
correcto decir ´subliminar', se ha rodeado, ciertamente,
de una especie de fama fúnebre, como si fuera una especie
de magia negra, pero tampoco es para tanto. Hay muchos tipos
de comunicación subliminal; por ejemplo, cuando un escritor
se vale de su dominio de la sintaxis para crear una atmósfera
de sensualidad repitiendo ciertas estructuras gramaticales 'Marcell
Proust lo hace muchísimo', eso es un mensaje subliminal
que opera perfectamente en el lector. Otro caso muy evidente
es el de la fotografía publicitaria: se quedarían
ustedes estupefactos si supieran la cantidad de siluetas femeninas
que aparecen camufladas en los anuncios de whisky o de automóviles,
que son productos que el mercado considera como esencialmente
masculinos. La diferencia es que, en una página de un
libro o en una fotografía, el elemento subliminal, aunque,
de entrada, no lo veamos, podemos llegar a verlo si nos detenemos
a estudiarlo. Esto no ocurre con el mensaje en un soporte audiovisual;
es un ejercicio prácticamente imposible para un espectador
convencional: hay que sacar la cinta y mirar fotograma a fotograma
para ver lo que hay allí. Por eso es el que goza de peor
fama, aun injustificadamente, porque la trampa es total, porque
aquí el "crimen" es perfecto.
A propósito de los subliminales,
quiero recordar dos experiencias que me parecen muy significativas:
la primera vez que se usaron fotogramas subliminales con la imagen
de una apetitosa tarta insertados en una película cómica
fue en los Estados Unidos. El resultado fue un éxito porque,
en el intermedio de la película, la gente en masa consumió
dicho dulce en el bar del cine en cuestión. La segunda
gran experiencia guarda relación con uno de los episodios
menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial. Rusbelt quería
organizar una guerra contra los japoneses por el dominio del
Pacífico y no sabía muy bien cómo hacerlo;
sobre todo, era muy difícil movilizar a la opinión
norteamericana. Entonces, entre las iniciativas adoptadas para
preparar a la opinión en torno a dicho objetivo, se elaboró
un documental lleno de mensajes subliminales antinipones que
fue exhibido, por primera vez, ante los soldados de un cuartel
en Arkansas. Imagínense ustedes; fue un éxito total:
los soldados salieron del cine llenos de ardor guerrero contra
los japoneses.
Todas estas cosas son conocidas, se
han publicado hace muchos años y se siguen publicando,
si bien es cierto que la industria de la comunicación,
por lo general, tiende a dejar de lado estas experiencias porque
forman parte de su leyenda negra. Esto de los subliminales lo
he contado porque es, quizás, la manifestación
más palpable de cómo la imagen actúa en
nosotros sin que lo sepamos. Es la capacidad de acción
de la imagen en movimiento, sea en el cine o en la televisión,
lo que supera la capacidad crítica del espectador; la
resistencia racional del sujeto se fractura, se abre, por así
decirlo, y la imagen nos llega a nuestros instintos para estimularlos
a placer 'a placer del estimulador, no necesariamente del nuestro'.
ANTERIOR
/ SIGUIENTE
Enviar
la noticia a un amigo
subir