LA DIFICULTAD
DE EDUCAR HOY EN FAMILIA: APORTANDO SOLUCIONES
Dr. D. Javier Elzo
Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto
Acción Familiar Vizcaína y UNICEF País Vasco
Lunes, 15 de mayo de
2006
La consecuencia
es muy clara. No hay norma externa a la pareja. La norma la establece
cada pareja, cuando no cada individuo en la pareja. Son o pretenden
ser autónomos, esto es, creadores de sus propias normas. Ésta
es la fuerza y la debilidad del matrimonio moderno, y la causa del
vértigo y de sus múltiples incertidumbres.
No otra cosa es lo que
llevamos años diciendo cuando nos referimos al modo de socialización
de los jóvenes y adolescentes de la llamada "postmodernidad",
en el ámbito occidental, que se realiza básicamente
desde la experimentación grupal (compartir y ensayar conductas
y valores) con otros adolescentes y jóvenes, y no tanto desde
la reproducción, aun crítica, de lo transmitido por
otras instancias históricas de socialización como la
familia, la escuela, las iglesias, los partidos políticos e,
incluso, los medios de comunicación social. Desde esta perspectiva
sitúo yo la calificación de "individualista"
que se atribuye al joven de hoy, sin dar necesariamente (ni sobre
todo únicamente) a esta apelación la connotación
de egoísmo o autismo social, sino más bien la de autoconstrucción
del ser joven. Claro que el reto es gigantesco, y, aunque la mayoría
transita sin grandes sobresaltos el largo periodo de la adolescencia,
particularmente entre nosotros, bajo la modalidad del "tardojoven"
-como yo les llamo- o adultescente (Eduardo Verdú), bien cobijados
en el nicho familiar, pocos son los que salen a la intemperie y se
adentrarán en la creación de su propia familia pertrechados
con algo más que el deseo de acertar en la elección.
Porque, y esto todos los sociólogos y estudiosos de la familia
acaban admitiendo al fin, la familia no ha muerto, como predijera
al inicio de la década de los setenta David Cooper. Al contrario,
es un plebiscitado objeto de deseo. Las encuestas son formales y repetitivas
hasta la saciedad. Preguntados los ciudadanos por las cosas que consideran
importantes en la vida, entre la familia, el trabajo, el tiempo libre,
los amigos, la política y la religión, encuesta tras
encuesta la familia aparece en primerísima posición.
La proporción de jóvenes que se proyectan en el futuro
viviendo solos es del 10% en el estudio "Jóvenes Españoles
99". Otra cosa diferente es que cada día haya más
adultos que vivan solos, pero, hay que decirlo con fuerza, eso no
supone la muerte de la familia, sino que, al menos en parte, es consecuencia
de las dificultades inherentes al modelo romántico, electivo,
de la familia actual. Que aumente el número de divorcios no
es sino la cara invertida de este modelo de familia electiva, supremo
objeto de deseo en el que tantas esperanzas se pone.
Se habla mucho de la crisis de la familia. Sin embargo, si hay crisis,
es crisis de éxito, de exigencia. La familia es la institución
social, junto a la Iglesia, que más tiempo perdura entre nosotros,
la más antigua. Porque somos seres sociables y queremos compartir
nuestra vida con otra persona. No queremos vivir solos. Queremos vivir
con otra persona. Y queremos vivir felices con otra persona. Asimismo,
muchos queremos que nuestro amor no sólo perdure, sino que,
además, se traslade a nuestros hijos. Lo que sucede es que,
en una sociedad que cada día es más agresiva, donde
la solidaridad se ha institucionalizado (luego burocratizado), pedimos
más y más a la familia, a la que queremos gratuita y
no competitiva. De ahí su éxito, de ahí su fragilidad.
De ahí que muchas veces no logremos lo que nos hemos propuesto.
El amor se marchita, se rompe, y lo que se pensó como un espacio
de cariño y ternura se convierte en flor mustia, cuando no
en corona de espinas. La separación se hace inevitable. Se
ponen tantas esperanzas en la familia, que no podemos soportar que
nos hayamos equivocado. La familia se rompe a nuestro pesar, hasta
con alivio cuando la situación se hace insoportable.
No obstante, esta situación
no supone en absoluto la muerte de la familia. La familia puede morir,
lo repito, cuando ésta se agote en la pareja. La cosa será
inevitable cuando, de forma mayoritaria -puesto que siempre habrá
circunstancias y casos particulares-, la pareja no se constituya como
un proyecto de vida en común, abierta a la educación
de hijos, propios o adoptados, sino como una mera unión de
dos personas que deciden vivir juntos, a veces sin convivir, y ello
mientras el otro o la otra me ayude a seguir viviendo. En el fondo,
"mi" pareja sólo me interesa en función de
que me sirva a "mí". Es una pareja instrumental,
una "prótesis individualista", como tan acertada
y dramáticamente la ha definido Lipovestsky.
El valor de los hijos y los hijos como valor supremo: la protección
social a las familias
Aunque no pocas veces se
relaciona de forma demasiado simplista la caída de la fecundidad
y el aumento de la actividad profesional de las mujeres, es evidente,
sin embargo, que hay relación entre ambos fenómenos.
De hecho, en todos los países modernos avanzados han disminuido
las tasas de natalidad, y, al mismo tiempo, se ha incrementado la
participación de las mujeres en el mercado de trabajo. No obstante,
no se puede demostrar una relación de causalidad entre ambos
fenómenos, como bien apunta Luis Flaquer. Así, hay países
con altas tasas de actividad económica de las mujeres y niveles
de fecundidad relativamente altos, como es el caso de Suecia, mientras
que otros, a pesar de tener unas bajas tasas de actividad femenina,
no presentan niveles altos de fecundidad, como es el caso de España,
Italia y Holanda.
La pregunta es la de saber
si caben, en la actualidad, modelos de familia donde se conjugue un
régimen de protección social con pleno reconocimiento
de la nuclearidad familiar (todavía eje de la familia sociológica
española), pero sin el sometimiento, muchas veces en solitario,
de los padres a las cargas inherentes a la educación de los
hijos, también ejes de la familia sociológica española.
Cuando hablamos de cargas nos referimos, doblemente y con la misma
fuerza, a las cargas financieras y a las que se derivarían
de su exclusión en la promoción social. Mi opinión
es que todo esto es no sólo posible, sino también deseable.
Desde esos parámetros nos parece razonable avanzar en un modelo
ideal-típico de familia en España donde se mantengan
las raíces de sociabilidad y responsabilidad hacia los hijos
junto a la promoción social de la madre.
Lo más sencillo
por resolver, si hay voluntad política para ello, es la cuestión
de las cargas financieras. La evolución de los valores familiares
en España, especialmente en la gente joven, ha dejado ya atrás
la idea de que el varón haya de ser el sostenedor financiero
de la familia. Otra cosa bien distinta es que, de hecho, así
sea, pero esta realidad, en gran medida, no es sino la consecuencia
de una política familiar francamente raquítica que,
de hecho, deja en los padres la responsabilidad financiera de sustentar
la crianza y educación de los hijos. Y como el hombre encuentra
más fácilmente trabajo -y, en muchos casos, ganando
más que la mujer trabajando lo mismo-, la consecuencia es obvia:
estadísticamente hablando, el hombre trae el dinero a casa,
donde la mujer se queda.
La cuestión de la
compatibilización de la inserción y promoción
social de la mujer con la crianza y educación de los hijos
trasciende al núcleo familiar y es un problema social. Inés
Alberdi lo decía durante el congreso de 2003 en su intervención,
que tenía precisamente como tema la "conciliación
entre el trabajo y las responsabilidades familiares de hombres y mujeres".
En las conclusiones de sus reflexiones dice que "(...) la primera
forma alternativa de enfrentarnos a los problemas de las familias
jóvenes de hoy en día es plantear que los problemas
son sociales, que los problemas son de todos y que la familia es un
gran valor social en nuestra cultura, en nuestra tradición
y en nuestra sociedad, y que la tenemos que proteger y preservar entre
todos (...)". Inés Alberdi propone que "haya apoyos
externos, fundamentalmente los servicios sociales, llamémosles
servicios de guarderías", así como flexibilidad
en los horarios, tanto en el trabajo como en los comercios. Sin embargo,
se muestra contraria a "dar dinero a las mujeres para tener hijos
porque, arguye, actualmente hay muchas mujeres con ingresos muy importantes
que no tienen hijos, y esperan a los treinta y cinco o a los treinta
y seis años, y les cuesta tomar la decisión de tener
hijos".
Estoy de acuerdo con Inés
Alberdi, aunque no veo inconveniente alguno (bien al contrario), en
que se dé dinero "no a las mujeres como tal", sino
a las madres (si están solas) o a los padres (padres y madres,
quiero decir) por la crianza y educación de sus hijos (propios
o adoptados, insisto). Los hijos y su educación son un bien
inestimable. Me pregunto qué otro bien es superior, en una
sociedad asentada como la española de hoy día, como
la del niño o niña y la labor de hacer de ellos seres
adultos en equilibrio cognoscitivo y afectivo. Es cierto que lograr
que ese tránsito se haga de la mejor forma posible es labor
de sus padres, pero también del conjunto social.
Por lo demás, la
psicología parece ponerse de acuerdo en señalar que
los primeros años de la vida de una persona son capitales.
No voy a detenerme aquí en la cuestión de si es preferible
la guardería al cuidado del hijo en el hogar al menos durante
el primer año de su vida (si no los dos primeros). Además,
resultaría imposible, por no decir ridículo, zanjar
con un "sí" o con un "no" esta cuestión,
que tiene tantos recovecos y tantas situaciones personales diferentes.
De todos modos, sí parece razonable prever la posibilidad de
que, en los primeros meses, si no años de la vida, el padre
o la madre, o ambos de forma compartida, puedan, sin quebranto económico
y sin menoscabo de su vida laboral, dedicarse a la educación
de sus hijos. Si en otros países ya se hace, no veo por qué
no pueda hacerse en el nuestro. Creo, además, que las nuevas
tecnologías y el nuevo mercado del trabajo pueden venir en
nuestra ayuda. En cuanto a las primeras, cada vez hay más trabajos
no presenciales. ¿No cabe alguna forma de discriminación
positiva hacia los padres o madres que deciden quedarse un tiempo
prolongado en casa pare educar a los hijos, a la hora de volver a
insertarse en el circuito del trabajo? Por supuesto que sí.
Además, ayudaría a solventar la "mala conciencia"
de muchos padres (mas madres que padres en masculino, digámoslo
sin ambages) que sienten como un continuo escozor en su conciencia
por no dedicarse más a sus hijos. Lo veo en mi propia vida
docente con mis colegas profesoras. Porque hay que decirlo una y mil
veces: no hay más hijos porque es complicado tenerlos en nuestra
sociedad, con nuestros baremos y criterios de atención a los
hijos, y con el nivel (que no calidad de vida) que queremos tener
y mantener. Curiosamente, además, son hijos que, por primera
vez en la historia de la Humanidad, nacen cuando nosotros queramos
que nazcan (o casi porque a veces no conseguimos que nazcan cuando
los deseamos), a diferencia de lo que sucedía, todavía
ayer mismo, cuando nacían cuando el cielo o la naturaleza querían.
Las autoras de la investigación
trigeneracional francesa que he citado páginas arriba terminan
prácticamente su libro con esta reflexión: "El
aumento del número de personas mayores, conjugado con el de
la creciente autonomía de las mujeres (y su deseo de tener
hijos, añado yo) hace prever que hará falta un compromiso
mayor por parte del Estado hacia ellas". Se preguntan las tres
autoras como conclusión, que comparto plenamente, si la familia
moderna no va a provocar un nuevo contrato social. Sí, añado
yo, un nuevo contrato social que coloque a la familia en el lugar
querido por la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles:
en primera fila de sus prioridades, de sus objetivos vitales, el bien
tan anhelado y tan frágil.
En efecto, no estamos -como
a veces se dice- en el fin de la familia por la emancipación
de la mujer, puesto que la mujer desea tener hijos y educarlos ella
misma, eso sí, en corresponsabilidad con su marido y sin que
vaya en detrimento de su promoción profesional y social. No
veo tampoco ventaja alguna en trasladar la educación de los
hijos al Estado y que no sean los padres quienes la asuman. El Estado
debe respetar exquisitamente la dimensión nómica de
la familia y su composición formal. El reto del futuro de las
familias en España está en conciliar la educación
de los hijos (el bien supremo de nuestra sociedad) con la, aún
incipiente, inserción social de la mujer y la, aún más
incipiente, corresponsabilidad familiar del padre. Hay un modelo que
me resulta particularmente grato, al que denomino de "autonomía
familiar" compartida entre los padres (biológicos o no)
y firmemente sostenida por la sociedad a través del Estado.
Es la conjunción de la nuclearidad del modelo familista español
(la primacía de la familia), no endogámica, con la protección
social escandinava. O, si se prefiere, el macromodelo "adaptativo"
de nuestra tipología de 2003: la acentuación de la dimensión
familiar, autónoma, respetuosa del hacerse de los hijos, siempre
con la protección social escandinava. Porque no hay un solo
modelo. No hay familia sino familias. Es una cuestión abierta
porque hay y habrá otros modelos familiares. Sin embargo, siempre
será importante discernir unas y otras familias.
La situación actual
de la familia es muy complicada. Factores como el trabajo o las crisis
matrimoniales han hecho que los padres "abandonen" la casa
y, sobre todo, a los hijos. Basta con preguntar a los profesores de
educación primaria y secundaria sobre cómo están
los adolescentes entre 10-11 años y 17-18 años. Esta
nueva hornada está "creciendo sola" por, entre otras,
esta razón, a la que hay que añadir la falta de referentes
externos tales como la Iglesia (de fuerza escasa salvo en núcleos
muy reducidos), la política (cuyos espectáculos son
nulamente edificantes) o sociales (sin tener nada en contra de Fernando
Alonso, ¿por qué se concede un premio Príncipe
de Asturias a una persona cuyo mérito consiste, únicamente,
en correr más que los demás?). Además, la escuela
está quemada porque muchos profesores se encuentran, en algunos
casos, al borde del colapso.
¿Qué solución
cabe para una situación así? Ciertamente, yo no la tengo.
Con todo, es bueno establecer la prioridad. ¿Qué es
lo esencial en una familia? A mi juicio, la parte más débil
es el niño. El mayor éxito de un padre o una madre es
que llegue un momento de su vida en el que se haga prescindible porque
el niño se ha convertido en un adulto responsable con un equilibro
psicológico que le haga sentirse feliz en la vida. Debemos
tener presente, además, que no hay personas sin valores, y
que la persona cuya educación familiar no haya triunfado será
alguien cuyos valores sean, por así decirlo, "los del
viento".
Una vez fijada la prioridad,
las pautas que hay que seguir se organizan en dos niveles: global
o público, y nivel interno o familiar. Hace tiempo que los
nórdicos se han dado cuenta de la importancia del hijo, y de
su educación. Para ponerlo en práctica, el Estado ayuda
a la familia a educar a los hijos mediante verdaderas y serias ayudas
económicas, y no mediante las que actualmente se dan en España,
que son de miseria. Las ayudas darán más tiempo libre
a los padres y reducirán su nivel de agotamiento, por lo que
estarán en mejores condiciones de encargarse de sus hijos.