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AULA DE CULTURA VIRTUAL


LA DIFICULTAD DE EDUCAR HOY EN FAMILIA: APORTANDO SOLUCIONES

Dr. D. Javier Elzo
Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto
Acción Familiar Vizcaína y UNICEF País Vasco

Lunes, 15 de mayo de 2006

Cuatro tipos de familia nuclear

En la investigación "Hijos y padres. Comunicación y conflictos" procedimos a elaborar una tipología de familias a partir de estas cuestiones: las respuestas de los padres (aunque el análisis también incluye respuestas de los hijos), fundamentalmente sobre la organización y las relaciones en el seno de la familia, las causas de los conflictos en la familia y la postura de los padres con respecto a una serie de valores finalistas. He aquí, brevemente, un resumen de la tipología resultante.


1. Familia familista, endogámica (23,7% de las familias españolas)

Modelo de familia donde las responsabilidades de unos y de otros están claras y son asumidas sin dificultad, por previamente sabidas y reconocidas. Es una familia en la que las relaciones de padres e hijos son buenas (las mejores de entre los cuatro grupos que conforman nuestra tipología), que valora fuertemente hacer cosas juntos y que tiene relativa capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias que puedan surgir en la vida familiar. Los padres valoran fuertemente tres valores finalistas: moralidad, buena formación y dinero, características definitorias de un modelo de familia "políticamente correcto". Las opiniones de los hijos son tenidas en cuenta a la hora de tomar decisiones (aunque los componentes del grupo cuarto todavía destacan más en este punto).

Además, no buscan necesariamente las relaciones externas (aunque sin rehuirlas), puesto que parece que están más a gusto entre ellos solos que con otras gentes (es lo que hemos definido con el término "familista") y se posicionan negativamente, con respecto a la media poblacional, cuando se trata de preocuparse por lo que pasa en el mundo o en el propio barrio o comunidad (de ahí la calificación de endogámica).


2. Familia conflictiva (15,0% de las familias españolas)

Es la familia en la que sus miembros peor se llevan entre sí, donde más conflictos se dan, por causa del consumo de drogas, por las cuestiones de orden sexual de los hijos, por las amistades de éstos e, incluso, por las relaciones entre los hermanos. Las relaciones de los padres con sus hijos son, con diferencia, las peores de los cuatro grupos, y la comunicación es muy escasa o mala (cuando no muy mala).

Por diferentes razones nos inclinamos a pensar que estamos ante situaciones que tienen su raíz, en no pocos casos, en los propios padres, puesto que presentan un universo de valores muy distante del mayoritario en los hijos, amén de una rigidez en sus propias concepciones de la familia, con una delimitación de status y roles paterno y filiares relativamente envarados. Las malas comunicaciones, los conflictos, pueden estar inmediatamente ocasionados por el comportamiento de los propios hijos (en este grupo encontramos los máximos consumidores de drogas), pero en su raíz, en su secuencia temporal, nos inclinamos a pensar que cabe inscribirlos en la ecuación nómica de los padres.


3. Familia nominal (42,9% de las familias)

Es el modelo mayoritario en nuestra sociedad. Se trata de una familia en la que las relaciones de padres e hijos pueden ser calificadas, con absoluta propiedad, como de coexistencia pacífica más que de convivencia participativa; los miembros de estas familias se comunican poco y, menos aún, participan en afanes, preocupaciones y objetivos comunes. Los padres están, en gran medida, cohibidos, desimplicados, sin que aborden con una mínima profundidad lo que requieren sus hijos; son padres que buscan vivir al aire del tiempo, valorando el día a día, el tiempo libre y de ocio, estar guapos... Una familia light, cuya unión se considera menos importante que para el conjunto poblacional, en la que las opiniones de los hijos no son, de verdad y en profundidad, muy consideradas por sus padres.

Nuestra hipótesis es que estamos ante un prototipo de coexistencia pacífica en muchas familias españolas: "Las cosas son como son, los hábitos juveniles son los que son y más vale que nuestros hijos no resulten 'bichos raros'; con tal de que no se sobrepasen demasiado, es normal que se diviertan al modo como se divierten hoy los adolescentes". Algunas charlas precautorias de cuando en vez, y que la fortuna reparta suerte o, al menos, evada la peor suerte. "Cuando se vayan introduciendo en la veintena, las cosas se irán aquilatando por sí mismas", se concluye. Y se mira a otro lado. Obviamente no se discute con los hijos: dos no discuten si uno no quiere.


4. Familia adaptativa (18,4% de las familias)

He aquí el modelo de familias nacientes: es el más moderno, el que mejor refleja las tensiones de las nuevas familias. Probablemente, bajo su denominación se esconden variantes que no podemos tener en cuenta, dado que la escasez de la submuestra no permite desgajamientos con cierta seguridad estadística. Gran parte de los nuevos e incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos de la familia cabría en este "macromodelo".

Ahora bien, ¿cómo definirlo? Por la búsqueda de acomodo, de adaptación a las nuevas condiciones, a los nuevos papeles del hombre y de la mujer de hoy en el microcosmos familiar, al creciente protagonismo de los hijos, que vienen pidiendo autonomía nómica (quieren crear "su" universo de valores) y que también pretenden libertad en el uso y disfrute del tiempo libre, a la par que acompañamiento (discreto pero efectivo) de los padres en su inexorable autonomización.

Se trata de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, con capacidad de transmitir opiniones y creencias, abierta al exterior, familia no exenta de conflictos, de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los papeles de sus integrantes, mujer y hombre, madre y padre, padres e hijos. A diferencia de lo que sucede con el grupo primero, en el que los roles y status están claros, en este modelo las responsabilidades de cada uno están en revisión continua y el trabajo o las acciones familiares, en tanto que familiares, no resultan evidentes y son objeto de tanteos y de incertidumbres.

De ahí se deduce la presencia de conflictos derivados de un ajuste de roles en las nuevas estructuras familiares y de relación, de la necesidad de ir creando una nueva cultura, de la búsqueda conjunta de un acomodo ante las nuevas formas de trabajo y ocio de las generaciones emergentes, ante las exigencias de autonomía de los adolescentes (que unos padres con más formación que la media y con unas ideas abiertas no pueden no escuchar, aunque no siempre estén dispuestos a aquiescer). Otro rasgo clave es que es una familia que, aun valorando fuertemente la vida intrafamiliar, está muy abierta al mundo exterior; sus miembros no son familistas y endogámicos como los del grupo primero.

Esta familia (mosaico de familias, más exactamente) emergente, que hemos denominado "adaptativa", parece ser la familia de la "negociación", de la búsqueda, del acomodo, no llegando siempre y, menos aún a corto plazo, a los resultados deseados. Sin embargo, las que atraviesen con éxito la prueba de la adaptación a la modernidad permitirán a las nuevas generaciones insertarse con mayores garantías en la sociedad del futuro. Ausencia de conflicto en la adolescencia, en el seno de las familias, no es garantía de solidez en las estructuras nómicas adquiridas y conformadas con las que andar por la vida, ya adultos, con criterios autónomos.


Dos ejes de fondo: individualización (y secularización) e inserción social de la mujer

Ahora bien, más allá de diferencias formales entre las familias, creo que cabe resaltar dos ejes que las atraviesan, las sustentan y que, en gran medida, determinan la eclosión de las nuevas familias, en el horizonte occidental de matriz cristiana. Las familias no pueden sustraerse a la realidad social en la que se insertan: el fenómeno de la individualización (a caballo con la secularización, fenómenos difíciles de separar) como característica mayor de nuestro sistema de valores y, conjuntamente con ello, la inserción social de la mujer, que prácticamente ha abandonado, en las clases dirigentes, su status mayor de "ama de casa". Estamos ante dos vectores centrales y determinantes de la nueva sociedad, por lo que, también, de las nuevas familias. Quiero añadir -aunque no sea más que para dejar constancia de la nueva situación que se irá creando en España en las próximas décadas- la conformación de matrimonios interétnicos e interreligiosos como consecuencia del auge de la inmigración, como fenómeno añadido que hay que tener en cuenta y del que aquí no puedo ocuparme.

El fenómeno de la individualización ha sido subrayado con fuerza como uno de los elementos mayores de nuestra sociedad. Jan Kerkhofs, S.J. en el Forum Deusto, con motivo de la presentación del estudio "España 2000, entre el localismo y la globalidad", realizado desde la Universidad de Deusto, señalaba precisamente que, a lo largo de toda Europa y a través de "nuestras encuestas (del European Values Study, o EVS) de 1981, 1990 y 1999-2000, se revelan unas tendencias de las que participan casi todos los países". El profesor Kerkhofs, en la propia conferencia, con apoyatura del banco de datos del EVS, ofrece varios ejemplos de las consecuencias para las familias europeas de los fenómenos de individualización y secularización. Así, señala que "mientras que en el año 1981, el 29% de los franceses consideraba el matrimonio como una 'institución pasada de moda', esta cifra sube al 36% en el año 1999, mientras que para los irlandeses las cifras son del 12% y del 23%, respectivamente". En España, estas cifras eran del 16% en 1981, para situarse en 1999 en el 23%; pero en 1990 la cifra había descendido hasta el 13%. La media europea de 32 países, en 1999, era 19%.

Obviamente, el fenómeno de la individualización aplicada a la familia ha sido objeto de atención y estudio fuera del marco de las encuestas de valores. Parece obligado referirse a Ulrich Beck y a Elisabeth Beck-Gernsheim, puesto que conforma la línea central de su análisis. Ya en su libro de 1990, traducido al español ocho años después bajo el título de El normal caos del amor. Las nuevas formas de la relación amorosa, sostiene esta tesis: "¿No se está creando quizás (...) una utopía de pequeño formato, más allá [subrayan ellos] de las grandes tradiciones de sentido, una utopía no tradicional (no codificable, no institucionalizable, no obligada a legitimarse) adaptada a la base de la existencia individualizada, una existencia que al mismo tiempo pretende superar, siguiendo su promesa?". Y se preguntan inmediatamente después dónde habían de encontrar "un sentido poscristiano e intramoderno [subrayan ellos]" a esta nueva realidad para responder que "este sentido es el amor". De ahí se deduce que titulen el capítulo como "la religión terrenal del amor", amor que "constituye el modelo de sentido para los mundos de la vida individualizados, para la arquitectura de su vida, de lo que consideran 'social', de lo que tienen que inventar por su propia cuenta. Para el amor destradicionalizado, todo se presenta en forma de 'yo': la verdad, el derecho, la moral, la salvación, el más allá y la autenticidad [subrayan ellos]. Este amor moderno tiene -según su esquematismo- su fundamento en sí mismo, por tanto en los individuos que lo viven".




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