LA DIFICULTAD DE EDUCAR HOY EN FAMILIA: APORTANDO SOLUCIONES
Dr. D. Javier Elzo
Catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto
Acción Familiar Vizcaína y UNICEF País Vasco
Lunes, 15 de mayo de
2006
La composición
de los hogares españoles, según se desprende del último
Informe del Instituto Nacional de Estadística -dado a conocer
este mismo mes-, nos muestra que, todavía, el modelo nuclear
tradicional de familia (padre y madre con o sin hijos) sigue siendo
el mayoritario en la sociedad española actual. Bajo el concepto
de "otro tipo de hogar" se engloba el 12% de hogares y casi
el 15% de personas. Si añadimos un 7% de hogares conformados
por adultos con hijos (donde caben los viudos con hijos y las denominadas
"familias monoparentales") que agrupan al 6% de personas,
llegamos al 20% de los hogares españoles o, si se prefiere,
a que el 80% de los hogares y personas vive hoy, en España,
según el modelo tradicional, nuclear, al incluir ahí
también las personas solteras sin hijos a cargo.
Composición de los
hogares españoles en 2001
|
Situación
Hogares (%)
|
Personas
(%)
|
Pareja
sin hijos
|
19,4
|
12,8
|
Pareja
con un hijo
|
18,5
|
18,3
|
Pareja
con dos hijos
|
22,2
|
29,2
|
Pareja
con tres o más hijos
|
8,1
|
14,0
|
Total
hogar tradicional/nuclear
|
68,2
|
74,3
|
Persona
sola menor de 65 años
|
5,0
|
1,6
|
Persona
sola de 65 y más años
|
8,0
|
2,6
|
Un
adulto con hijos
|
7,0
|
5,9
|
Otro
tipo de hogar
|
12,0
|
15,6
|
Total
otros tipos de hogares
|
32,0
|
25,7
|
Fuente:
INE 2004, según El País, de 15 de mayo de 2004 (reelaboración
de Javier Elzo).
Otra cosa distinta es que,
según la misma fuente, de 1996 a 2002 se haya casi doblado
el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio, cifra que pasa,
en las fechas señaladas, del 11,7% al 21,4%. Este hecho muestra
que, más allá de la continuación del modelo tradicional
del hogar familiar, no solamente las relaciones sexuales, sino también
los nacimientos tienen lugar, cada vez en mayor medida, fuera del
hogar. Con estos solos datos, y a expensas de profundizar ulteriormente
en ellos, emitiríamos esta hipótesis -que, como su nombre
indica, exige verificación posterior-: la perdurabilidad y
hasta el deseo de mantener la familia tradicional (como muestra la
alta valoración que reciben en las encuestas) se están
disociando cada vez más, de facto, de la procreación.
El iter y los perfiles diferenciales de esta disociación, así
como la percepción de lo que la familia sea, merecen atención
preferente. A continuación se avanzan unas reflexiones en este
sentido.
De la pareja a la familia
Uno de los ejes centrales
que van a atravesar la realidad familiar de los próximos años
en España es el que va de la acentuación de la pareja
al de la relación padres-hijos. Con "acentuación
de la pareja" queremos decir que la razón primera de la
conformación del matrimonio es la unión con el otro
para hacer una vida en común, hasta que el amor o la comunión
existan, y aunque eso no quiera decir, de entrada, que no se desee
la perpetuación de la relación matrimonial.
En este modelo matrimonial
de pareja, cabe, en los extremos, dos planteamientos que resumiríamos
así: se trata de dos personas que se buscan, buscando el propio
interés, o de dos personas que se buscan buscando el interés
de ambos. En el primer caso estaríamos ante dos individuos
que, en realidad, conscientes de ser seres sociales, buscan en el
otro la respuesta a su propia y particular necesidad de sociabilidad;
en tanto el otro se lo ofrezca, mantendrán la relación
de pareja. Cada individuo, en la pareja, tiene como proyecto vital
el desarrollo de su individua persona. Esto va mucho más allá
del individualismo como actitud y de la individualización social
como categoría sociológica; propiamente, cabe hablar
de egotismo a dos.
Es evidente que esta pareja
tiene escasas posibilidades no sólo de perpetuarse, sino, incluso,
de mantenerse como tal pareja un tiempo prolongado. Obviamente, en
este modelo, el hijo solamente puede venir como consecuencia de un
"despiste" -y, si tal cosa sucediera, normalmente no llegaría
a nacer-. Gilles Lipovestsky, en la conferencia que pronunció
en el congreso de Madrid de 2003 "La familia en la sociedad del
siglo XXI", lo dice con claridad meridiana mediante estas palabras:
"La familia postmoderna es la familia en la que los individuos
construyen y vuelven a construir libremente, durante todo el tiempo
que les de la gana y como les de la gana. No se respeta la familia
como familia, no se respeta la familia como institución, pero
se respeta la familia como instrumento de complemento psicológico
de las personas. (...) Es como una prótesis individualista.
La familia es ahora una institución dentro de la cual los derechos
y los deseos subjetivos son más fuertes que las obligaciones
colectivas". Este modelo de familia (que yo prefiero llamar "pareja")
existe, qué duda cabe. Sin embargo, no es el único,
ni es, estadísticamente hablando, el más numeroso; ni
tampoco es el más deseado por hombres y mujeres jóvenes
en edad de emanciparse de la familia de origen y con deseos de conformar
una familia propia o una pareja estable.
En efecto, siguiendo la
reflexión dentro de la pareja, hay que señalar que es
muy distinto el caso de dos personas que deciden convivir para hacer
una vida conjunta, tener un proyecto compartido de vida, aun manteniendo
espacios y ámbitos de privacidad y de gran discreción,
no necesariamente compartidos. Conforman una pareja que, como tal,
se sitúa en la vida, que quiere vivirla como proyecto compartido.
Es lo que se llama una "pareja estable", que la diferencia
del matrimonio porque no han querido adquirir el compromiso social
de aparecer como tal, sea de forma canónica -esto es, el matrimonio
religioso-, sea de forma civil. No voy a entrar aquí en la
cada día más tenue diferencia entre ambas modalidades,
cuando las parejas de hecho reivindican derechos (de sucesión,
por ejemplo), porque, sociológicamente (aunque no jurídicamente),
estamos ante una realidad prácticamente idéntica: dos
personas que establecen un proyecto de vida en común en la
que el otro es algo más que un soporte para mí, como
veíamos en el modelo anterior. El otro y yo, como pareja, queremos
construir un modo de vida, un estilo de vida y hasta un proyecto de
vida. En este modelo, el hijo, aunque no conforme la prioridad de
la unión que se sitúa en el proyecto de vida compartido,
es posible y puede aparecer en el horizonte vital de la pareja, una
vez asentada; como se decía antes, propiamente sería
fruto del amor y de una decisión consciente y madurada. Es
un hijo querido, propio o ajeno, biológico o adoptado, natural
o consecuencia de una fertilización in vitro, inseminación
artificial, etc., y no un hijo sobrevenido. La mujer no "se ha
quedado embarazada" y ha dado a luz un niño. Es entonces
cuando esta pareja, propiamente hablando, se hace familia.
No es éste el itinerario
más habitual, y menos aún el más tradicional,
para que, propiamente hablando, quepa hablar de familia, puesto que
lo habitual ha sido, y sigue siendo, que, desde el momento de conformar
la pareja, ya se piense en los hijos. En todo caso, cada día
me inclino más a reservar el concepto de familia a una unión
intergeneracional (de dos generaciones) en la que la generación
adulta asume la responsabilidad de educar al miembro o miembros de
la generación menor, con los que conviven de forma estable
y duradera.
Hay una corriente en la
sociología francesa de la familia que insiste en este punto,
señalando que en los cambios radicales que estamos observando
en las relaciones familiares, y en las modalidades de esas relaciones,
parece irse afirmando la búsqueda de la intimidad, la familia
nuclear de padres e hijos, aun sin olvidar, bien al contrario, la
historia familiar. Es lo que encontramos, por ejemplo, en una investigación
francesa, a partir de un trabajo de campo en tres generaciones, parecido
al estudio de la FAD -que se presentó en el congreso de 2003
de dos generaciones, padres e hijos, y al que me referiré-,
solamente que ampliado a tres. Ya en la introducción afirman
con fuerza que "en este comienzo del siglo XXI, los vínculos
familiares a veces son incluso inventados y construidos como 'lugares
de memoria' que sirven para celebrar una identidad colectiva reconstruida",
sobre la base de "neotransmisiones" con motivo de encuentros,
ayudas financieras, sostén esporádico de los hijos,
o de los padres ya mayores... En proporciones muy importantes, se
constata "el repliegue sobre el hogar, la centralidad de la vida
domestica. El desarrollo del matrimonio de elección, en el
que los dos cónyuges se han escogido libremente (...), y el
amor por los hijos actúan conjuntamente". Y añaden,
citando a Shorter, que "el cimiento afectivo de la familia moderna
engloba más que el marido y la esposa: mantiene también
a sus hijos en el interior de esta unidad sentimental".
Creo que cabe decir que
esta realidad francesa es, estadísticamente hablando, aún
más fuerte en España, a pesar de que ideológicamente
todavía estemos en el proceso de ida, que no de vuelta, como
los franceses. Así, el 84% de los españoles (aunque
solamente el 77% en los que tienen entre 18 y 24 años) afirma
que "el niño necesita un hogar con un padre y una madre
para crecer felizmente". A ello hay que añadir, sin embargo,
que solamente el 41% de las mujeres (27% entre los y las -no tengo
el dato segmentado por sexos- que tienen edades comprendidas entre
los 18 y los 14 años) piensa que "una mujer necesita hijos
para realizarse".
Según este planteamiento,
lo esencial y la especificidad de la familia estarían en el
compromiso y la consiguiente responsabilidad personal y social de
conducir a la edad adulta (eso es educar) a los menores de edad que,
obviamente, necesitan el soporte material, afectivo y nómico
de las personas adultas hasta su emancipación. Lo secundario
es la modalidad formal de la pareja adulta. Con "secundario"
no queremos decir que sea intrascendente, sino justamente eso: secundario.
En efecto, secundario nos
parece -aunque no intrascendente, lo repito- que tengan unos padres
de sexo diferente o del mismo sexo (y soy consciente del rechazo que
esta afirmación provoca en mucha gente, incluso muy próxima),
que tengan dos padres o uno, que sean hijos biológicos de sus
padres o que sus padres los acojan sin ser ellos mismos los padres
biológicos, que los hijos hayan nacido mediante el recurso
a la inseminación artificial u otras formas de reproducción
que aún no podamos prever aunque sí vislumbrar. Me parece,
añado como inciso, que es muy importante comenzar a reflexionar
en una perpetuación de la raza humana en la que se dé
una disociación mucho más marcada que en la actualidad
entre la relación sexual y la reproducción de la especie
humana. La ciencia biotecnológica no ha hecho sino empezar,
y, no nos engañemos, en este punto, no cabe poner fronteras
a la investigación.