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CINE Y LITERATURA
D. Jaime de Armiñán
Director y guionista de cine
Vitoria, 11 de diciembre de 2003
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En nuestras tierras, en este país
que ya no sabemos dónde empieza ni dónde acaba,
y al otro lado del mar, donde nos junte el idioma común,
unos en el exilio, otros en América y algunos península
dentro quedaron fascinados por el cine. Valgan como ejemplo los
nombres de Max Aub, Alejandro Casona, Manuel Altolaguirre e,
incluso, José María Pemán (adaptador de
Fuenteovejuna en 1946), Torrente Ballester, García Márquez,
siempre Rafael Alberti, Federico García Lorca o el argentino
Manuel Puig, obsesionado por el cine no olvidemos el título
de una de sus novelas, que ya es todo un cartel de cine: La traición
de Rita Hayworth. En todos estos nombres se funden literatura
y cine, pero casi ninguno de estos autores, novelistas, poetas
e incluso críticos se plantea qué es un guión
de cine. Quizá pensaran como el maestro Azorín,
que afirmó sin rubor alguno y conviene repetirlo
lo siguiente: "No se necesita nada, absolutamente nada,
para imaginar una película. La puede hacer cualquiera".
Me refiero a reflexiones sobre qué es un guión
de cine y a qué género pertenece. Si es que nos
gusta el blanco y negro, simplemente sería un cuaderno
de notas, o de rodaje, o una obra literaria. Yo creo que estos
dos apartados son reales, los guiones síntesis cuentan
un argumento, una historia, pero hay otros tan complejos como
un drama de Chéjov, por poner un ejemplo de autor clásico
e inmortal. Dejemos a un lado, sin desdeñar al guión
cuaderno de rodaje, y digo sin desdeñarlo en el apartado
literatura porque en su brevedad, en su sequedad, tal vez están
todos o casi todos los elementos de una obra dramática.
Los guionistas se dividen en dos grandes familias: aquéllos
que cuentan la historia de una manera esquemática que
muchas veces ignoran los diálogos porque saben que el
director va a poner en boca de los actores lo que a él
le parezca conveniente; incluso los mismos cómicos también
colaborarán y los que se esfuerzan en relatar, a
veces minuciosamente, casi siempre en vano, cuanto ocurre en
su pieza, que yo me atrevo a llamar literaria.
No me resisto a contar una anécdota de la que fue protagonista
Miguel Mihura, ya entonces celebradísimo autor. Mihura
había estrenado con gran éxito una de sus mejores
comedias. Frases aplaudidas, ovaciones cerradas, mutis gloriosos
y, desde luego, esperanza de larga vida en el cartel. Al día
siguiente del estreno se asomó a la sala, justo cuando
un celebrado actor cómico el empresario de la compañía,
además decía una frase que no estaba en el
texto y que el público acogía con una estruendosa
carcajada. Al caer el telón, el cómico, un poco
azorado, le dijo humildemente: "Don Miguel, me he permitido
añadir una frase muy graciosa a su comedia". "Si
fuera graciosa, se me habría ocurrido a mí",
le respondió el autor. Miguel Mihura que fue guionista
largos años sabía que los directores y también
los productores suelen entrar a saco en el guión de la
película, pero que en el teatro, cuando se pone el cartel
de no hay billetes, manda el autor.
Ahora me pregunto yo: ¿a qué género pertenece
el guión de cine? ¿Es literatura o es simplemente
lo que significa tan peligrosa palabra, guión, es decir,
'argumento', 'sinopsis'? Hay partidarios y detractores en los
dos bandos. Los esquemáticos piensan que el guión
es el territorio argumental por donde debe transcurrir la película;
o mejor, el rodaje. Hay directores que, incluso, ruedan sin sonido,
ni de referencia ni directo, porque luego van a cambiar casi
todo el texto en la sala de doblaje. Además, ciertos guionistas,
algunos muy mentados, aseguran que un guión bonito, es
decir, bien escrito, es un mal guión. Que las hojas no
dejarán ver el bosque. Yo pienso lo contrario. Me gustan
los guiones bonitos, los que se leen bien, los que parecen un
libro; me gusta olvidarme de la cámara e imaginar la película
que aún no ha nacido. Woody Allen no opina así,
lo cual es un peligro evidente, porque Woody Allen, a mi modesto
entender, es prestigioso, y además, uno de los pocos talentos
con los que el cine cuenta en este momento. Según parece,
el magnífico Mister Allen sólo deja leer a los
actores la parte del guión que van a representar. Me suena
a cuento, aunque creo que es cierto. Ahora bien, ¿por
qué lo hace? Supongo que, en el fondo, Woody Allen ignora
a sus cómicos; sin embargo, les explica lo que ocurre
en el guión, aunque sospecho que a la chica le deja leer
el texto.
Hablaba de los guiones bonitos, de los que me gusta leer. Tal
vez yo no sea absolutamente neutral, porque debo confesar que
me divierto escribiendo, lo paso divinamente pensando en los
personajes, en cómo visten, en cómo hablan, en
los decorados, en el paisaje que les rodea. Me gusta, incluso,
contar la historia de la familia de los personajes, de cómo
fue su infancia, de lo que ocurrió antes de comenzar la
peripecia. En el colmo del retorcimiento, me gusta contar a qué
huele una casa, si a cerrado o a repollo, a flores, a pis de
gato, a viejo o a joven. Muchas veces mis colaboradores me han
advertido que todo aquello significa una pérdida de tiempo,
y estoy seguro de que los productores se lo saltarán sin
ningún remordimiento porque, definitivamente, esas páginas
son paja. Pero a mí me queda mi propia baza: escribo así
porque me gusta y porque no sabría hacerlo de otra manera.
Y aún tengo un as en la manga: los actores siempre me
dan la razón. Cuantos más datos les ofrezcan a
los cómicos, más a gusto se encontrarán
ellos; a ellos sí les importa si la casa huele a repollo
o si la madre de su personaje quedó huérfana a
los siete años.
Por otra parte, yo no he inventado nada, es una forma de trabajar,
una forma de escribir. A mi entender, el guión es una
pieza literaria; por eso, cuando la cámara se convierte
en protagonista, me llevan los diablos. Pienso que una cosa es
escribir con rigor destinado a un director que no es el guionista;
y otra, dar consejos sabios y señalar de qué modo
o dónde debe estar colocada la cámara. A mí
me parece un error, e incluso una impertinencia, y desde luego
resulta completamente inútil porque el director de la
futura película nunca hará caso de la indicación.
Hay frases que pueden sacar de quicio al presunto realizador
y que sin la menor duda sacan de situación al lector del
texto por ejemplo, la cámara se acerca lentamente
hasta llegar al primerísimo plano de Matilde; en un largo
travelling vemos a los dos forajidos que caminan en silencio;
inserto de la mano de Acebedo que se esconde en el bolsillo de
su chaqueta y acaricia el revolver; con la cámara fija
y situada a su espalda, vemos a los forajidos que se alejan hacia
el muelle; plano de la luna llena que se asoma entre las chimeneas
de la fábrica. Nada puede encabritar más a
un director que tan inútil o tan ingenua y presuntuosa
pérdida de tiempo, porque luego hará lo que le
dé la gana, como es natural.
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