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Transcripción de la conferencia
de la Profesora de Teología de la Universidad Pontificia
Comillas de Madrid, Isabel Gómez Acebo - 2
El mundo de la prostitución
mueve cifras económicas espectaculares. Hay allí
mujeres y varones (las primeras más numerosas), algunas
por su voluntad, pero habría que preguntarse si a muchas
se les ha ofrecido otra oportunidad. La mayoría viven
en unas condiciones por las que sus cuerpos son degradados, humillados,
lacerados con la exclusiva pretensión de agradar al varón
que paga ¿Son necesarias las relaciones sadomasoquistas
en el comercio sexual? A esta lista habría que sumar la
de todas las mujeres maltratadas por sus maridos o compañeros.
Se conocen unas y otras, se ocultan, pues la madre de familia
no denuncia los abusos por no abandonar el hogar y dejar a sus
hijos sin la comida diaria. Las violaciones en la calle o el
campo que muchas veces acaban en muerte y que no se han considerado
delito de guerra hasta hace muy poco, eran parte del botín
del ganador.
No se salva el mundo religioso, pues
por doquier están renaciendo fundamentalismos que rechazan
la mayoría de las ganancias en el campo de las libertades
femeninas, bajo la acusación de ser la principal causa
de disminución de los principios morales en el mundo actual.
Recordemos simplemente a las mujeres talibanes y todos los recortes
a los que están sometidas: ni sanidad ni cultura. Pero
yo me pregunto si, en nuestro credo, los problemas que sufre
la familia no se achacan en exclusiva a las mujeres y a sus pretensiones
de vida pública, en lugar de recordar a los varones que
los hijos son de los dos y que los trabajos caseros no tienen
por qué caer en una mano que gana un sueldo fuera del
hogar.
Sin ir más lejos, en nuestras
civilizaciones occidentales las mujeres hemos conseguido la igualdad
en el papel y en muchos sectores de la vida pública, pero,
en la empresa privada, una mujer en puestos de mando se cuenta
con los dedos de la mano y sobran.
Por todo ello, y para no limitarnos
a poner parches que mejoren la situación coyunturalmente,
creo que es mejor ir al fondo, buscar las razones y ofrecer otros
fundamentos que permitan mejorar la situación de nuestro
pasado.
Hay una intuición en muchas
civilizaciones que ven semejanzas entre la mujer y la tierra.
El mismo Platón veía a la tierra en el Timeo como
una nodriza, una generosa mujer que proveía las necesidades
de la humanidad. Los pueblos americanos hablan de la Pacha Mama
y nosotros decimos la madre tierra, la selva virgen, los hijos
de la tierra, palabras que emparentan elsuelo con las funciones
de la maternidad.
La semejanza se basa en que la tierra
es nuestra madre auténtica, y no un mero símbolo
poético. Pensemos lo condicionados que estamos por el
hábitat en el que vivimos, el agua que bebemos, el paisaje
que nos rodea, el clima,la luz. Las mujeres, por nuestro lado,
podemos ver una semejanza entre nuestras funciones femeninas,
menstruaciones, embarazos, partos,lactancias, y los ritmos de
las estaciones del planeta. Nuestros cuerpos se alteran, florecen
en la primavera de la maternidad y menguan en el invierno de
la menopausia; producimos savia de vida en forma de sangre o
leche de la que se alimentan los brotes que surgen de nuestro
ser.
La cercanía femenina a la tierra
también tiene una faceta cultural, pues, mientras el varón
se dedicaba a la caza, la mujer se ocupa de las funciones recolectoras.
Las horas que transcurrieron en los bosques y campos les dieron
un conocimiento profundo del mundo vegetal y de sus diversas
especies. Advirtieron el proceso que siguen las semillas y comprendieron
el enorme potencial que existía en reproducir el ciclo,
lo que potencia la aparición de la agricultura.
Esos conocimientos no se limitaron
al campo alimentario, pues fueron descubriendo, a su vez, las
plantas medicinales, lo que hizo de las mujeres las primeras
curanderas y usuarias de la medicina natural. La relación
de mujer y tierra no se hizo bajo constantes de dominio, sino
de interacción.
Las primeras reacciones del ser humano
ante la naturaleza fueron de temor y asombro. Las primeras divinidades
fueron Diosas consideradas como la Gran Madre, lo divino como
raíz del ser y en estrecha relación con la vida.
Algo semejante pasó ante la mujer, pues el varón
contemplaba asombrado la función materna que se desarrollaba
en los cuerpos femeninos, ignorante de su contribución,
a la vez que también respetaba los conocimientos femeninos
en las técnicas de recolección y transformación
de materias primas. Esta situación de admiración
de mujer y tierra duró mucho tiempo, hasta que se invirtió.
Fue naciendo otra imagen que asemejaba
a la naturaleza a una criatura salvaje e incontrolada, causante
de la violencia en las más diversas formas. Paralelamente,
también se desarrolla una segunda cara femenina que, junto
a la virgen y madre benéficas, mostraba el rostro desfigurado
de las brujas. La madre nutricia era capaz de dar paso a la castradora
y todas las mujeres eran capaces de desarrollar en mayor o menor
medida esa faceta. La conclusión fue obvia: mujeres y
naturaleza debían ser controladas para que no se salieran
de madre, y nunca mejor empleada la expresión.
El terreno estaba abonado para la filosofía
y el nacimiento de las teorías de Platón y Aristóteles
sobre la pasividad de la materia y su subordinación al
espíritu. El mundo, ese conglomerado de seres vivos en
estrecha urdimbre, pasó a ser considerado un cuerpo muerto,
sin vida, y la madre que queda embarazada es la imagen del principio
que recibe pasivamente. El varón colocaba la semilla en
su útero como el sembrador los granos en la tierra. Tierra
y madre tenían un papel secundario, pues sólo aportaban
el sustento para su desarrollo, ideas que no se alteran hasta
los descubrimientos de Von Baer en 1826, sobre la existencia
del óvulo, Y aun así, y debido a las implicaciones
que representaba, se le volvió a dar un sentido nutricio,
y no fue hasta Mendel, ya en este siglo, que se aceptó
que, en el genoma humano, los dos sexos contribuyen.
El desprecio de mujer y tierra no son
cosa del pasado. Las citas son infinitas y yo me voy a limitar
a un pensador de este siglo conocido, respetado y que ha influido
mucho. Me refiero a Max Scheler, que dice la mujer es el ser
que más pertenece a la tierra (de nuevo une mujer
y tierra), es más parecida a una planta, y, en
otro lugar, con la pacífica resignación del
árbol está en la vida frente al angustioso drama
del sexo masculino, siempre concentrado en agarrarse con fuerza
a los principios fundamentales y orientativos de nuestra especie.
Es decir, somos como árboles e incapaces de metafísica.
Fueron, pues, naciendo dos conceptos
distintos y jerarquizados: naturaleza y cultura. En el primero,
militaban mujer y tierra, y, en el segundo, el varón,
dando prioridad a las funciones de los segundos que a las primeras.
Las mujeres vieron devaluados sus roles en casa y no se las dejó
entrar en la función pública, donde lo hubieran
podido recuperar.
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