ISABEL GOMEZ ACEBO, Profesora
de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid
Bilbao, 7 de febrero
de 2000

EL CORREO |
La profesora de Teología,
Isabel Gómez Acebo |
Acabamos de celebrar la entrada
en un nuevo milenio. Las uvas, el champán y la velada
un poco loca de la Nochevieja son la apariencia externa de un
fenómeno que resulta más profundo de lo que aparenta.
La humanidad necesita marcar puntos fuertes dentro de una historia
que se presenta lineal, y, para ello resalta fechas y divide
el tiempo en periodos y ciclos. Esta constante división
de nuestra vida permite dar muerte al pasado y abrir nuevas páginas
en blanco, con el valor añadido de que nos alejan del
mundo cotidiano y nos liberan, aunque sea brevemente, de la monotonía
del vivir. Así vemos que la vida, tanto de grupos como
de individuos, se caracteriza por un constante disgregarse y
reconstruirse según unos parámetros que siempre
se consideran mejor que los previos y capaces de ofrecer un futuro
mejor que el anterior.
Dentro de esta dinámica, entrar
en la nueva realidad se marca muy explícitamente, dando
lugar a los ritos de paso. Las ceremonias del año nuevo
suponen decretar la muerte del ciclo anterior y abrir uno desconocido
pero cargado de esperanzas de futuro. Ni qué decir tiene
que los números redondos, en este caso un milenio, tienen
mucha más significación por la magnitud del periodo
que se declara muerto.
Pero el pasado enterrado también
está cargado de mensajes, de memoria histórica
afectiva ósobre todo de los orígenesó que
se traslada a lo que ha de venir. El eterno retorno nunca lo
ha olvidado del todo la humanidad, lo que obliga a imaginar unos
comienzos grandiosos para tener un fin semejante. Se pueden ver
las ceremonias del año nuevo como un intento de regeneración
de la humanidad que vuelve al tiempo primordial donde todo era
mejor, pues no se había contaminado con la maldad del
ser humano.
¿Qué esperanzas de futuro
nos abre el año 2000? Muchas, y todas dependerán
de las personas que las sueñan, pero hay dos realidades
que están en la mente de mucha gente y que hacen referencia
a nuestro tema de hoy: mujer y tierra. Ambas cobran protagonismo
por razones semejantes, se quejan del trato, mejor dicho del
maltrato en el que las ha sumido la civilización occidental;
una actuación que ha conseguido que la devastación
de la tierra vaya de la mano con la feminización de la
pobreza.
El problema no es nuevo, pues ya Platón,
en El Critias,denunciaba la situación de la tierra
griega devastada por un problema de deforestación y exceso
de pastizaje. Incluso antes, a principios del neolítico,
habían desaparecido las especies de los grandes mamíferos
y pájaros terrestres. Lo que sí es nuevo es la
magnitud de la catástrofe, por las proporciones que ha
alcanzado. El deterioro del medio ambiente, la desertización
de la tierra y la contaminación de sus aguas y de su atmósfera
no son una broma, pues atentan contra la vida del ser humano.
Es el egoísmo el que levanta la voz sobre el problema.
El problema afecta a todo el planeta,
pero parece que, en los países del Tercer Mundo, el problema
se ha agudizado, pues están consumiendo materias primas
a un ritmo mayor que su reposición, no hay controles de
medio ambiente, pues encarecen la producción y las técnicas
de recolección han forzado producciones aumentando el
consumo del agua, utilizando pesticidas y rompiendo ecosistemas
que permitían la supervivencia de los pueblos campesinos,
un porcentaje muy alto de su población.
Todos conocemos las cifras y yo me
voy a limitar a dar unas cuantas. Las bolsas de agua subterránea
acumuladas a lo largo de siglos se están agotando. Los
grandes regadíos, quizás más que los cambios
climáticos, están acabando con el agua potable.
Unos 500 millones de personas están sufriendo malnutrición.
Si el mundo consumiera por habitante la misma cantidad de papel
que la media de los Estados Unidos, bastarían dos años
para acabar con todos los bosques del planeta, y ello aunque
recicláramos todo el papel consumido. La desertización
de la tierra avanza a pasos agigantados incluso en España.
Al ritmo actual, en pocos años supondrá una amenaza
de supervivencia para 1300 millones de personas. Podríamos
seguir horas enumerando una lista cuyas magnitudes más
o menos todos conocemos.
Los avances y la llamada de atención
que las mujeres y algunos gobiernos han propulsado hacen olvidar
que la situación de las mujeres en el mundo deja de ser
óptima, y, en el mejor de los casos, siempre peor que
los varones de su entorno. La misoginia no es cosa del pasado
aunque se avance por una buena senda.
De nuevo, unos datos actuales para
acaparar la atención. Las políticas encaminadas
a la reducción de la natalidad en el Tercer Mundo, junto
a los avances de las técnicas reproductivas que permiten
conocer el sexo de un niño antes de nacer, han convertido
en práctica habitual el aborto selectivo de las niñas.
En China, el 93% de los abortos provocados eran de futuras mujeres,
y lo mismo se puede decir de otros países asiáticos.
En muchos lugares se ha tenido que prohibir, pues las autoridades
coreanas consideraban que, de seguir así, la proporción
masculina podía pasar a ser de 21 varones por mujer.
Pero es que, incluso después
del nacimiento, la tasa de mortalidad es mucho mayor en las niñas
que en los niños, lo que va en contra de la naturaleza,
pues las mujeres son más fuertes que los varones. Consideradas
una carga, se las discrimina con una peor alimentación
y atención sanitaria. Es práctica habitual en muchos
países escolarizar sólo a los varones, con lo que
a las mujeres se les dan menos posibilidades de acceder a puestos
de trabajo. En el Tercer Mundo es frecuente la emigración
del padre de familia a la ciudad,en busca de salarios cuando
sus tierras erosionadas ya no pueden alimentar a su familia.
Por lo general, allí forman un nuevo hogar dejando al
primero a su suerte y a cargo de una madre sin recursos.
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